A veinte años del motín más sangriento de la historia argentina
Muchas fueron las aristas que convirtieron a una fuga frustrada en la revuelta más cruenta de la historia de los motines en nuestro país. Una juez y su secretario como rehén, relatos de canibalismo, un partido de fútbol con la cabeza de un preso como pelota y un túnel impecablemente edificado fueron partes de ellas.
La tarde del sábado 30 de marzo de 1996 se volvería tristemente célebre por haber dado pie al origen del motín más sangriento de la historia argentina, en la Unidad Penal Nº 2 de Sierra Chica, enmarcado en la Semana Santa de ese año y con presos que serían conocidos a futuro como "Los 12 Apóstoles". Esa revuelta se vio caracterizada por varios aspectos, principalmente por el hecho de haber tenido entre los rehenes a una jueza y a su secretario, además de varios guardiacárceles.
El frustrado escape de 13 presos con edades comprendidas entre los 25 y los 41 años, uno de los cuales murió durante el tiroteo que evitó la fuga, derivó en la toma de guardiacárceles como rehenes en un intento por lograr la huída, primero, y en su uso como elemento de presión frente a las autoridades, después.
Además de los penitenciarios, hubo pastores evangélicos entre las personas que los amotinados tomaron como rehenes. Y a ellos se sumaría, horas más tarde, la entonces jueza en lo Criminal y Correccional Nº 1 de Azul, María Mercedes Malére -junto con su secretario, Héctor Torrens-, cuando entró a la cárcel de máxima seguridad para dialogar con los líderes del motín.
Rápidamente, ante la repercusión pública que tomó esta situación y la congregación de una multitud de medios de comunicación de todo el país, en otras cárceles como Azul, Bahía Blanca, Batán, Dolores, La Plata y San Nicolás, miles de presos iniciaron otras protestas sumándose a lo que ocurría en Sierra Chica.
En medio del caos que se vivía dentro de los muros de la Unidad 2, un guardiacárcel se ofreció para un intercambio, ocupando el lugar de dos de sus compañeros que habían sido heridos.
Ajuste de cuentas
Mientras autoridades penitenciarias y del gobierno bonaerense se convocaban en las instalaciones del penal de máxima seguridad de Sierra Chica, intentando mantener el hermetismo sobre lo que ocurría en las entrañas de la cárcel, su necesidad de recuperar el control contrastaba con el desconcierto que les causaba la ausencia de peticiones o solicitudes difusas de parte de los amotinados.
Esto se debió a que gran parte de los ocho días que duró la revuelta fueron utilizados por "Los 12 Apóstoles" para ajustar cuentas con una banda rival que coexistía intramuros. Así, a partir de un video que llegó a los medios de prensa, se vería cómo los responsables del motín jugaron al fútbol en el patio de la Unidad 2 con la cabeza de Agapito Lencina, jefe del grupo rival y a quien acusaban de ser servil al jefe del establecimiento carcelario.
Además de Lencina murieron otros ocho presos, cinco de ellos asesinados en una misma mañana por los cabecillas de la revuelta, mientras que los otros corrieron las misma suerte en días posteriores.
Los internos que perdieron la vida dentro del Penal fueron descuartizados, para poder incinerarlos en el horno de la panadería del Penal, aunque parte de la carne humana sería usada como rellenos de empanadas que los amotinados les dieron como comida a la población de la cárcel.
Paralelamente, otros presos conocedores de oficios y herramientas excavaron pacientemente durante días un túnel que intentaba superar uno de los muros de la cárcel. Planeaban evadirse de noche, amparándose en la oscuridad, mediante el paso subterráneo que con gran habilidad fueron abriendo. Lo habían dotado de iluminación y le dieron una altura que permitía circular por dentro de pie. Pero otra vez se frustraría el escape, esta vez al chocar la excavación con las bases de piedras de los muros de la cárcel, en una zona de canteras.
Mientras, fuera del predio de la Unidad 2 familiares de presos y de rehenes aguardaban impacientemente por noticias sobre lo que pasaba allí dentro, junto a periodistas y curiosos que llegaban a diario, como si ese sector de Sierra Chica se tratara por entonces de un paseo turístico.
Recién ocho días después de la fuga frustrada y el levantamiento, "Los 12 Apóstoles" acordarían con las autoridades penitenciarias y del Ministerio de Justicia la entrega del penal, a cambio de su traslado a la cárcel bonaerense de Caseros.
Dos meses después, el 25 de mayo, trataron de fugarse de su nuevo lugar de detención y tomaron rehenes, pero al cabo de seis horas debieron rendirse cuando efectivos del Servicio Penitenciario entraron al penal y reprimieron la revuelta.
El juicio
En febrero de 2000 se iniciaría, finalmente, el juicio por el motín en el penal de máxima seguridad de Melchor Romero, en La Plata. Por la peligrosidad que se les atribuyó a los acusados se usó por primera vez en el país un sistema de transmisión de imágenes y audio que conectaba a los acusados, que estaban encerrados en tres celdas, a la sala de audiencias dispuesta a unos 200 metros de allí, donde los jueces tomaban las declaraciones. Un centenar de guardias cubrió la seguridad.
Los presos, acusados por "homicidio simple, privación ilegítima de la libertad calificada, tentativa de evasión y tenencia de arma de guerra", entre otros delitos, mantuvieron un pacto de silencio. Confiaban en la ausencia de los cuerpos de las víctimas, que habían cremado, para evitar sus condenas. Pero el hecho de que al retomar el control de la cárcel en el recuento se advirtiera que faltaban ocho presos, sumado a que hallaron dientes humanos en el horno de la panadería y a relatos de presos que vieron cómo cortaron y quemaron los cadáveres, hizo que el Tribunal integrado por el juez en lo Civil Adolfo Rocha Campos, el juez Eduardo Galli y el abogado Héctor Rodríguez (ya que los jueces penales de Azul se habían excusado por su amistad con la jueza Malére) lo encontrara responsables de los delitos.
El 10 de abril de 2000, Jorge Pedraza, Juan Murguia, Marcelo Brandán, Miguel Acevedo, Víctor Esquivel y Miguel Angel Ruiz Dávalos fueron condenados a reclusión perpetua. Y Ariel Acuña, Héctor Galarza, Leonardo Salazar, Oscar Olivera, Mario Troncoso, Héctor Cóccaro, Jaime Pérez y Carlos Gorosito Ibáñez recibieron 15 años de prisión. En el caso de Daniel Ocanto y Lucio Bricka la condena fue de 12 años. Y a Guillermo López Blanco le compensaron los seis meses de condena con el tiempo que pasó en prisión preventiva. Alejandro Ramírez fue absuelto.
Ruidos y gritos tras los muros (Por Ernesto Ducuing / ernestoducuing@hotmail.com)
Todo dicho sobre ese episodio que cubrimos hace 20 años en Sierra Chica. Así es Daniel Puertas, mi amigo, compañero de redacción, colega y compadre, además de tocayo.
Sólo me permito agregar algunas cositas de esas largas horas de incertidumbre, sin saber a ciencia cierta qué era lo que estaba pasando en intramuros.
En las largas noches que estuvimos en "El Farolito", el bar, restaurante, kiosco y servicios varios a la comunidad serrana, en la trastienda, allí donde mateábamos con el Torito Marinangeli, tomábamos contacto con penitenciarios que entraban o salían del Penal. Y escuchábamos sus narraciones, sus interpretaciones de los ruidos, de los gritos y de las amenazas que llegaban desde las rejas para adentro. Ellos podían medirlos mejor que nadie. Material que nos servía para armar realidades, para expresar imaginaciones también, y temores por los que tenían sus vidas en riesgo.
El celular no estaba instalado todavía en la gente. Usábamos handies para comunicarnos. Y llegaron periodistas de muchas partes. Me producía orgullo verlos por las mañana transmitir lo que habíamos publicado. EL POPULAR, que también se vendía en "El Farolito", tuvo importante aumento en sus ventas. A todos se los veía con un ejemplar del día bajo el brazo. Otros acudían a la Redacción del Diario, y les brindábamos información "exclusiva" a los colegas.
Entre tantas cosas que pasaron en los casi 40 años que estuve en mi querido diario, lo de Sierra Chica fue un episodio saliente, como fueron inundaciones, crímenes, desapariciones, incendios o logros en el deporte o en otras actividades. De lo bueno... y de lo otro.
Y a pesar de que el tiempo ha pasado, al recrear lo que vivimos en Sierra Chica, vuelvo a decirte gracias por la mano que nos diste, Juan Domingo "Torito" Marinangeli.
La tragedia y el espectáculo (Por Daniel Puertas / dpuertas@elpopular.com.ar)
Detrás de los muros alrededor de un millar de presos vivían horas de una alucinada violencia y tal vez temían que su mala fortuna les deparara una muerte tan cruel como alguna de las que habían visto. Fuera de los muros, familias alegres pasaban lentamente en sus automóviles tratando de ver algo que pudiera alimentar charlas amables, teñidas con un dejo de morbo; de tanto en tanto debían frenar cuando se agolpaban cámaras y grabadores rodeando a una mujer que lloraba por su hermano o su hijo atrapado en el motín.
Con Ernesto "Trompo" Ducuing, por entonces jefe de Redacción, fuimos la mayoría de esas noches a Sierra Chica después del cierre. Tomábamos un café en el bar del Torito Marinángeli, y lo escuchábamos a él y a otros parroquianos. No sólo contaban con información que al otro día nos sería muy útil, sino que oíamos deducciones que podían ser muy interesantes, ya que provenían de personas que conocían muy bien el ambiente carcelario.
Así escuchamos cómo el Torito hablaba con un cliente sobre el color y el olor del humo que salía de las chimeneas de los hornos. Entonces no pensamos en que los amotinados habían elegido una opción gastronómica estremecedora, sino que estaban haciendo desaparecer cadáveres.
Durante el día, junto con uno o más fotógrafos me apostaba cerca de los muros a la espera de ver a una de las múltiples fuentes atesoradas en años de coberturas policiales, vinculadas al mundo delictivo. Familiares de presos poco afectos a las cámaras y el circo aportaban información directa de lo que pasaba tras los muros.
Oscar Balmaceda, corresponsal de La Nación, y un periodista de Clarín cuyo nombre se me perdió en algún lugar de estos años advirtieron que en EL POPULAR podían conseguir cada noche información que no estaba al alcance del resto de sus colegas.
Ellos aportaban la información de las autoridades que podían obtener sus medios por el peso que tenían y a cambio compartían las informaciones directas obtenidas por quien esto escribe. Fueron noches y a veces madrugadas de camaradería e intercambio que nos garantizaban a todos artículos honestos y de calidad.
Por TV se hablaba de historias truculentas. La realidad demostró después que podía ser suficientemente estremecedora sin necesidad de mentiras.