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Hace 20 años, cuando el país adelgazaba en medio del desguace menemista, cuando Carlitos Menem moría extrañamente y la planta de Fabricaciones Militares en Río Tercero estallaba y quemaba evidencias delictivas, Olavarría vivía uno de los íconos del neoliberalismo extendido: era demolido el edificio histórico de la ex Escuela Normal para erigir un supermercado. Llegaba a la ciudad Casa Tía y era el primer acercamiento de Francisco De Narváez (el hombre que entró de cadete a Tía y se convirtió en dueño) a la ciudad. Veinte años después, se fotografiaría con José Eseverri bajo el generoso paraguas de Sergio Massa para dar inicio a la "nueva política". Una historia que incluye peleas familiares, escándalos legislativos y hallazgos arqueológicos.

La Escuela Normal de Olavarría comenzó a funcionar el 1 de abril de 1910 en el edificio de Rivadavia 2850, frente a la Municipalidad, donde se quedaría hasta 1930 cuando terminó de construirse la casa actual. Esas paredes que pertenecen a la historia fundacional extendieron su crónica hasta 1995. Allí funcionó el Casino de Oficiales del Ejército y se armaban las fiestas donde la sociedad más rancia de Olavarría bailaba y se divertía y, a la vez, enviaba a sus niñas a buscar buenos partidos entre los militares jóvenes y de lustroso uniforme. Muchos (y muchas) terminaron formando parte de la historia más dura y siniestra de la ciudad, dentro del circuito y el entorno del terrorismo de Estado.

En 1994 Amalia Lacroze donaba el Centro de Medicina Infantil y cantaba Gina María Hidalgo en el acto inaugural. La crisis del país bajaba brutalmente al Municipio: el aguinaldo se pagó a fines de enero, todo el personal se declaró en disponibilidad, Helios Eseverri intentó aumentar las tasas entre un 70 y un 150 por ciento y una crisis de gabinete terminó con la renuncia del Secretario de Hacienda y el despido -con escándalo- del director de la Escuela de Música. El Intendente compró una resonancia nuclear magnética y, para armar su búnker, había que voltear un par de árboles añosos. Cuatro médicos se pusieron delante de la topadora y fueron suspendidos.

A demoler

En ese marco aparece la decisión de vender (para demolición) un edificio atravesado por la historia, en el corazón institucional de la ciudad, para erigir un supermercado. Un símbolo de los tiempos del ramal que para, ramal que cierra. Además de la Escuela Normal y el casino de oficiales del Regimiento también pasaron por ahí la Escuela Municipal de Música y los Talleres Protegidos. Miles de historias impregnaban a esas paredes.

Helios Eseverri envió un proyecto de ordenanza al Concejo Deliberante pidiendo la autorización de la venta con un argumento irresistible: iba a ser "un paso importante para que Olavarría se convierta en un polo comercial de la región". La discusión y el debate se enardecieron. Con el argumento de las fuentes de trabajo en un país en el que la desocupación subía aceleradamente gracias a la agonía del Estado, la demagogia y las inversiones les ganaban por goleada a los sentimientos y a las crónicas personales. En tiempos en que estallaba la AMIA y en el Mundial de Estados Unidos los sueños se caían a pedazos con Maradona positivo. Y muy poco resquicio quedaba para la alegría.

El debate en el Concejo no vislumbraba un acuerdo; entonces el Intendente convocó a una consulta popular. La discusión, entonces, fue otra: si el Ejecutivo tenía o no facultades para una convocatoria semejante.

Finalmente, se autorizó la venta por una mayoría a la que los justicialistas aportaron varios concejales. Pero Eseverri, para reafirmar su dominio de las cosas, vetó dos artículos de la ordenanza.

En medio de la discusión aldeana, quien esperaba con los brazos cruzados y toda la paciencia del mundo era Francisco De Narváez. Apenas había superado los 40 años y ya era un empresario multimillonario.

Nacido en Colombia, su abuelo materno, Carlos Steuer, llegó al país en 1939, desde Checoslovaquia, expulsado por la guerra. Era el dueño de las casas Te-Ta que en checo significaba "Tía". Eran comercios en cadena que jugaban con las chucherías que una tía buena les regalaría a sus sobrinos: golosinas, lápices de colores, muñecas, etc. Steuer no tardó en armar su comercio en la Argentina junto a un coterráneo y amigo: Federico Deutsch. De Narváez entró como cadete a los 17 años. En los 80, muerto su abuelo, la empresa entró en crisis y él se puso al frente de la compañía.

Herradura y escupidera

Mientras De Narváez vivía una disputa familiar en la empresa, comenzaba la demolición del edificio histórico donde se instalaría Casa Tía.

Estudiantes y docentes de la carrera de Arqueología de la Unicén (María del Carmen Langiano, Julio Merlo, Miguel Mugueta y Pablo Ormazábal, entre otros) realizaron "uno de los primeros trabajos de arqueología de rescate del país", recuerda Mugueta. Se financió "con dinero de Casa Tía y de la Municipalidad; pudimos localizar dos especies de habitaciones subterráneas con techo abovedado y de ladrillos cocidos. En una de ellas sólo encontramos una herradura de mula".

El tiempo fue escaso: "Había que hacer todo el trabajo en 15 días porque se comenzaba con la obra. Luego se dispuso una exposición permanente en el propio supermercado. Los materiales correspondían a 1890-1930".

En tres días "recuperamos muchas lozas inglesas, vidrios de botellas de ginebra, cerámica gres (tipo botella de ginebra Bols), metales... y hasta una escupidera que rearmamos de a pedacitos y era muy linda" (ver foto).

Golpe interno

Mientras la ciudad se dividía en el debate sobre el edificio o el supermercado, De Narváez daba un golpe de estado maestro dentro de la empresa. Descabezó al staff original y echó a su hermano. Su madre Doris Steuer apostaba a que sus dos hijos iban a sostener familiar y económicamente el esfuerzo de su esposo fallecido. Pero no coincidían ni en lo más mínimo. Y Francisco explotó: enfrentó a su madre y al resto de los accionistas, y dijo que la empresa necesitaba que sólo él tomara las decisiones. Le pidió a su hermano Carlos que se fuera. Carlos se negó y Francisco llamó un flete y le sacó todas sus pertenencias a la calle.

A De Narváez le llegó la crisis de los 40, se separó, pensó en suicidarse y despidió a miles de trabajadores para, a fines de los 90, vender Casa Tía al Exxel Group por 630 millones de dólares. Pero eso sucedería tres años después del desembarco en Olavarría.

Cuando el Municipio puso en venta el inmueble, Casa Tía fue la única oferente y por 1.070.000 pesos se quedó con el edificio. En septiembre se firmó el boleto y en poco tiempo más comenzaron las obras. Se inició el operativo de salvataje de unas palmeras históricas -fueron a parar frente al monumento al Trabajo- y de los dos liquidámbar que no resistieron el trasplante y fueron languideciendo en unas plazoletas que iban a presidir.

Meses después, llegaba 1995 con la muerte de Carlos Menem Jr y la reelección de su padre. Un mes después de la elección se conoció la desocupación record: un 18 por ciento. Se venden armas ilegalmente al Ecuador y explota la fábrica de explosivos Río Tercero.

Inaugura la Tía

En Olavarría, caía el banco local, aquel que llevaba el nombre de la ciudad. El banco de Olavarría fue comprado por el Banco Mayo -su titular era Rubén Beraja, presidente de la DAIA- que terminó despidiendo a más de 49 empleados. Eseverri compró el edificio del Correo para integrarlo a la Municipalidad: pagó 893.000 pesos, casi 200.000 menos que casa Tía por la ex escuela normal.

En abril de 1996 se inauguró Casa Tía, "construida en 170 días por una empresa porteña que dejó el tendal de acreedores" (decía EL POPULAR de la época). De Narváez la vendería en poco tiempo más y Casa Tía se mudaría a Norte y de Norte la tía buena terminaría en el actual Carrefour. Francisco, con sus finanzas portentosas, comenzaría un raid político y de inversión publicitaria que lo dejó fuera de juego en 2013. Hoy vuelve a probar suerte junto a Sergio Massa y José Eseverri. Tratando, en lo posible, de esconder bajo la primera alfombra que aparezca, aquel jingle de ayer no más: "massismo es más de lo mismo, massismo es más kirchnerismo…".