Gustavo Espeche Ortiz

Las nieves del volcán Tronador, inmaculadamente blancas en su cúspide a 3.400 metros de altitud, son el origen del más oscuro de los glaciares, el del río Manso, conocido como el Ventisquero Negro, en la cordillera rionegrina. Sus tres picos, sus glaciares y cornisas albinos, que sobresalen entre cerros más bajos cubiertos de la profusa vegetación andino patagónica, se ven desde muy lejos por sus accesos por agua o tierra, pero es en el último kilómetro donde aparece la sorprendente formación negra.

La masa oscura, comprimida entre los paredones de unos 60 metros de altura, presenta unas placas encrestadas y sinuosas como el lomo de un saurio al acecho, y sorprende comprobar que no es una colada de lava u otro mineral lítico, sino esencialmente hielo.

Se trata del glaciar Río Manso, conocido como Ventisquero Negro, que desciende del pico Argentino del volcán, que por una lejana erupción que deformó su cumbre tiene otros dos, llamados Chileno e Internacional, según su ubicación en el límite fronterizo.

También es una vista única la de sus restos desprendidos, témpanos que por su color parecen enormes rocas, flotando o -si son muy pesados- varados en el fondo de la laguna natural formada donde termina este glaciar en retroceso, que es una de las fuentes de las nacientes del río Manso.

Este es uno de los 10 glaciares del Tronador, todos en permanente movimiento -en términos geológicos, casi nunca perceptible por el hombre- que bajan como poderosos ríos de hielo y, al remedar la superficie de las laderas, forman grietas, cascadas y saltos y congelados que paradójicamente parecen detenidos en el tiempo. Aproximadamente a los 2.000 metros, estas masas gélidas cuelgan de cornisas y se las puede ver como los bordes de un mantel desflecado.

Ese ínfimo movimiento causa con los años caídas de bloques de decenas de toneladas de hielo desde alturas de hasta 700 metros, que al impactar contra la ladera y deslizarse generan un estruendo similar a una descarga de artillería que conmueve los valles y le dio al volcán el merecido nombre de Tronador.

Estas avalanchas alimentan el glaciar Río Manso, que comprimido entre sus paredones acumula todo el detritus rocoso que erosiona y desmenuza en la caída y forma un hielo oscuro, saturado de arena y piedras, en el que la luz no puede penetrar.

De esa manera, el Ventisquero Negro no refleja el típico blanco brillante con vetas azuladas de otros glaciares, sino la penumbra que surge de sus grietas, galerías y cavernas, y se convierte en un capricho único de la naturaleza. La base de partida hacia el Ventisquero Negro es el valle de Pampa Linda, desde donde también salen quienes escalan los picos del Tronador y puntos intermedios, excursiones de caminatas sobre el glaciar o descenso a sus oscuras y heladas entrañas, paseos en bicicleta, cabalgatas y senderismo.

El 22 de mayo de 2009, el Glaciar Negro demostró que no estaba tan en retroceso como su clasificación lo indica, y un aluvión de piedras, témpanos y barro acabó con el dique que formaba la laguna, arrastró árboles y animales rumbo al lago Mascardi y destruyó un puente sobre el arroyo Blanco.

Ese movimiento ocurrido en la madrugada, cuyo temblor sobresaltó a los pobladores de esa zona del Parque Nacional Nahuel Huapi, generó un cambio en el paisaje, ya que abrió un tajo en la morena que contenía el agua y de la laguna sólo quedó un abra seca.

Desde entonces, primero un hilo de agua y luego un arroyo fueron acumulando hielo y piedras hasta formar otro dique que generó la actual laguna, aunque algo más abajo que la anterior.

En agosto siguiente fue reconstruido el puente por el que se accede a Pampa Linda, lo que permite llegar nuevamente a las pasarelas para observar la majestuosidad negra del glaciar.

Sebastián de la Cruz, dueño de una hostería de Pampa Linda, dijo que el alud fue causado por una sobreacumulación de agua tras intensas lluvias, "así que si vuelve a llover mucho y los témpanos presionan la morena podemos tener otro alud, eso es como una espada de Damocles que tenemos ahora".

Desde ese valle, donde además hay dos campings y un albergue, el ventisquero dista ocho kilómetros, que se pueden hacer en vehículo o a caballo, pero los mil metros finales sólo a pie, hasta las pasarelas, que ante el constante retroceso del glaciar fueron reconstruidas aún más cerca de su lengua negra y brillante. Télam