Los buchones, los gendarmes y el Estado
En la sesión caliente del jueves a la noche, el concejal radical Ernesto Cladera gritó, furioso, que en un centro de día municipal al que le habían negado la entrada se destacaba la presencia de "parásitos políticos" a los que no iba a "deschavar" porque no es "un buchón".
Horas más tarde el intendente José Eseverri declaró que salir a controlar precios como pretende el Gobierno es cosa de "gendarmes y buchones".
En ambos casos las palabras son suficientemente claras como para suponer que ambos coinciden con la exactitud del tango cuando dice que "el hombre para ser hombre no debe ser batidor".
Tanto el Intendente como su duro opositor mostraron así una coincidencia que comparten quizá con millones de otros argentinos.
Sin embargo, es lícito plantearse si sus palabras se corresponden con las funciones que ambos desempeñan, y no precisamente por el uso de un vocablo del lunfardo o el tono marcadamente coloquial que utilizaron.
Intendente uno, concejal el otro, ambos son funcionarios públicos. Es decir, forman parte de la legión de hombres y mujeres que tienen algo que ver con el manejo del Estado.
Y el rechazo al buchón tiene casi siempre que ver con los individuos que por una u otra razón abominan del Estado, reivindican el individualismo o, en todo caso, a la tribu, pero no quieren saber nada con una gran organización que contenga a todos e imponga reglas que no se deben transgredir.
El delator es, indudablemente, una figura execrable en determinadas circunstancias. Los ojos y oídos del Santo Oficio diseminados entre los pobladores en los tiempos de la Inquisición podían enviar a su prójimo a la hoguera o a la esclavitud del remo a cualquiera por venganza, resentimiento o simple inquisición.
Los colaboradores de la última dictadura militar argentina eran capaces de enviar a una pareja adolescente a los campos de concentración, la tortura y posiblemente la muerte por quedar bien con sus amos de uniforme o, sencillamente, por su irredimible estrechez mental.
Lamentablemente, la historia de la humanidad abunda en ejemplos -el de la Alemania nazi no es el menor- de épocas donde la figura del delator es al mismo tiempo temible y repudiable, de una vileza sin redención posible.
Ahora bien ¿se puede equiparar a los delatores de esas épocas con el ciudadano que denuncia a un delincuente?
En un caso, la acusación solapada busca agradar al tirano o satisfacer una venganza. En el otro, evitar que un asocial siga causando un daño individual a su víctima y uno colectivo al Estado, ya que un ataque a un ciudadano constituye un ataque a toda la organización a la que este pertenece.
A pesar de que las diferencias de orden moral son notorias, muchos argentinos se obstinan en igualarlos a ambos, lo que se traduce en el uso del término "buchón" en el sentido que les dieron el intendente José Eseverri y el concejal Ernesto Cladera.
En un ensayo breve escrito en 1946, titulado "Nuestro pobre individualismo", Jorge Luis Borges escribió que "los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una mafia, siente que ese ‘héroe’ es un incomprensible canalla".
En ese ensayo Borges postula la irreconciliable contradicción entre el argentino como individuo y el Estado: "el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos sueles ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano".
En un pie de página, da finalmente una definición que no pierde actualidad: "El Estado es impersonal; el argentino solo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho; no lo justifico o excuso".
Regresemos a Olavarría. El concejal Cladera no debía, en rigor de verdad, identificar a esos "parásitos políticos", ya que ese carácter de personalidad carece, al menos hasta ahora, de sanción legal. Si ser un "parásito político" fuera delito es probable que el drama del hacinamiento en las cárceles alcanzara dimensiones de catástrofe".
Por otra parte, es probable que, aunque Cladera no lo crea, esas personas sean excusables y, de todas formas, no sería ético que hubieran lanzado acusaciones de ese tenor contra personas que no estaban en el recinto y no podían defenderse.
Es decir, había motivos suficientes para no identificarlas, pero el concejal de la UCR eligió manifestar de viva voz que no lo hacía sólo por no ser "buchón", palabra más incorporada al lenguaje que la más carcelaria "ortiva" o la anacrónica "batilana".
José Eseverri se encontraba en la situación de acatar pautas que cree erróneas dictadas por un Gobierno del que se ha alejado o salir a explicar las razones por las cuales se alejaba un poco más. Eligió la segunda opción, se preocupó por explicar sus razones e incurrió después en la prescindible decisión de reforzar sus argumentos con la chicana.
El uso evidentemente peyorativo de los vocablos "buchón" y "gendarme" le dieron un toque de carácter popular a sus palabras pero tal vez cometió al mismo tiempo un desliz peligroso.
Además de que algún gendarme se puede preguntar qué tiene contra él José Eseverri ¿qué pueden pensar los ciudadanos a los cuales se insta desde el Municipio a que denuncien a vendedores de droga? ¿No se sentirán que con su llamado telefónico ingresan a esa categoría que el Intendente propone como evidentemente despreciable?
Si bien los llamados son anónimos, es probable que el denunciante deba cumplir ciertos requisitos consigo mismo para mantener el autorrespeto.
En las canchas de fútbol se escuchan cánticos que dejan en claro que los hinchas no son "vigilantes" porque "tienen aguante" y una de las acusaciones duras que suelen tirar contra la hinchada rival es la de "amiga de la policía". Los barras, algunos delincuentes y otros encubridores, tienen razones para rechazar a la policía, representante del Estado siempre, aunque a veces no cumpla esa función con eficacia o con honestidad.
Ni Eseverri ni Cladera seguramente quisieron darle a sus palabras el tono que le dan los delincuentes; no puede suponerse que el Intendente crea que la función del gendarme es oprobiosa. Pero olvidaron que las palabras definen, que tienen una carga insoslayable.
Hay otra palabra que parece formar parte ya indisoluble del habla popular que también define la proclividad del argentino por la facción por sobre el Estado. Es "códigos". Se habla de los "códigos políticos" o "del fútbol" o "del periodismo".
Remite a reglas quizá que pueden intuirse y pocas veces confirmarse por su carácter de ser sólo para iniciados. "Códigos" pueden tener las agrupaciones secretas o fuera de la ley. Desde la óptica del ciudadano, sólo deberían ser respetadas reglas o preceptos morales y éticos. Los "códigos" son patrimonio de los mafiosos, forman parte de la vida carcelaria.
Por eso, la frase "no tiene códigos" debería ser una definición halagadora en lugar de descalificar, como ocurre hoy, ya que nadie debería seguir códigos sino reglas universales, abarcativas y no que remitan exclusivamente a un bando o a una banda.