Una psicóloga de 37 años recuperó la identidad que le robaron al nacer
Un matrimonio la anotó como hija propia en el Registro Civil de Olavarría, con la firma del médico del parto y del titular del organismo. En la actualidad, ninguno de los protagonistas de esta historia vive en la ciudad. Sus primeras dudas arrancaron a los 8 años. Creyó erróneamente que era hija de desaparecidos. La causa penal la sigue la Justicia Federal de Azul.
"Después de 37 años recuperé mi identidad", escribió Agustina el martes, en redes sociales, poco después de que su abogada, Mariana Catanzaro, la llamó para decirle "el resultado es positivo". Vivió durante poco menos de cuatro décadas sintiendo que no era quien le decían que era, pero recién ahora tiene la certeza de que aquello que sospechó desde que tenía apenas 8 años era real. Que quienes dijeron ser sus padres biológicos, aun en una partida de nacimiento, quienes la criaron durante la mayor parte de su vida, le habían mentido. Creyó que era hija de desaparecidos y no casualmente: nació en octubre de 1978. Y sintió que se le venía el mundo encima cuando, después de haberse decidido a presentarse en Abuelas de Plaza de Mayo, le comunicaron que su ADN no coincidía con ninguna de las muestras del Banco de Datos Genéticos. Ahora sabe que su historia es otra. Que su mamá era una adolescente a la que engañaron al momento del parto diciendo que su bebé había nacido muerta. Que era tan pobre y tan niña que no tuvo herramientas para reclamar. Y que después de haber crecido como hija única durante 37 años, se sabe llena de hermanos a los que deberá conocer de a poco.
Pero, además, la causa que impulsó Catanzaro y que instruye el fiscal federal de Azul, Santiago Eyherabide, busca develar que podría haber un entramado delictivo mucho más amplio. "El acta lleva la firma de (Juan Francisco) Forte y el parto fue asistido por (Norberto) Borzi", aseguró la abogada. La firma de Forte, en aquel tiempo al frente del Registro Civil de Olavarría, es la que también se encuentra en la partida adulterada de Ignacio Montoya Carlotto.
Lejanía afectiva
Las dudas e interrogantes iniciales de Agustina aparecieron en la primera infancia. "A las preguntas que se hacía, no les encontraba respuestas. Consultó muchas veces sobre su identidad a familiares y amigos. Pero nadie le daba una respuesta categórica. Era hija única, había parecidos físicos que no estaban, tenía una lejanía o distancia afectiva. Sus padres la asistían desde lo económico, desde lo material, pero tenía indicios que, desde lo afectivo, la hacían pensar que no era la hija biológica", relató Mariana Catanzaro.
Fue entonces que, siendo nena o adolescente, comenzó a pedir fotos donde su mamá estuviera embarazada. Recorría una y otra vez las imágenes fotográficas de los cumpleaños de sus primos, algunos meses más grandes, y su mamá siempre estaba delgada. "No tenía panza aunque ella ya estaba por nacer. Sus fantasmas, entonces, crecieron acompañados de pesadillas, de temor. Y a eso se le sumaba la mentira y la incertidumbre", planteó la abogada.
Agustina, que hace muchos años que no vive en Olavarría, se recibió de psicóloga en la Universidad de Belgrano y en el contexto de una maestría en el Hospital Italiano relató su historia, sus angustias y sus fantasmas a una docente, que la contactó con la abogada platense Sara Cánepa. Con su patrocinio presentó la denuncia ante el fiscal Hernán Schapiro, pero como el nacimiento había ocurrido en Olavarría era la Justicia Federal de Azul la que tenía la competencia y Cánepa pasó la posta a Catanzaro.
La guía telefónica
En una de tantísimas discusiones sobre su origen con la mujer que la crió, le respondió: "Sí, sos adoptada. ¿Estás conforme?". Era una conversación telefónica y ni bien cortó, fue a la casa. "Contame de quién soy hija", se impuso. Quién sabe por qué razón en ese momento se produjo un quiebre. Mariana Catanzaro reconstruyó que "ahí le hizo toda una historia. Le dijo que era hija de una señora de tal nombre, que esa mujer era muy joven cuando la fue a tener y que se la entregaron a ella. Agustina se quedó con dudas; trató de elaborarlo y empezó a buscar todas las personas con ese apellido por Facebook, en la guía telefónica. En Olavarría y en toda la zona. Hizo muchos llamados y en uno de tantos dio con una persona del mismo apellido, que le dijo ‘es mi hermana’. Ella se identificó, tomó coraje y un sábado se fue en el auto a la casa de esa persona".
Cuando llegó y se presentó, esa persona "la miró como si fuera un fantasma. Agustina le contó que nació en octubre de 1978, en el Hospital de Olavarría. La mujer le dijo ‘sí, es así. Pero a mí me dijeron que habías muerto. Que habías nacido sin vida y que no había más trámites para hacer’. Era una mujer muy pobre, con unos 16 hermanos. Y sigue siendo muy pobre", continuó Catanzaro en el relato.
La causa penal avanzó de un modo acelerado. En varios meses se tomaron pocos testimonios, pero todos -refirió la abogada- "fueron muy valiosos y contundentes". "Hay -agregó- una coincidencia de varios testigos que dijeron que el día en que Agustina nació, alguien llamó a la casa de este matrimonio diciendo ‘acá está la bebé’. Entonces, seguramente hay alguien que, desde el hospital, contactó a la familia para hacer la entrega". Y, más allá del pedido oficial del listado de profesionales y empleados de la época, Catanzaro insiste en que "sería valiosísimo que alguna enfermera, asistente social o empleados que alguna vez en ese tiempo escucharon algo o supieron algo, lo pudieran aportar para el avance de la causa. Porque además, todo queda abierto a otras historias que le dan sistematicidad al delito".
Para Agustina hay ahora un antes y un después. Si bien sospechó este presente durante demasiados años, recién ahora tiene la certeza que la obliga a repensarse y reconstruirse. Con hijos propios que sabrán de nuevos abuelos y nuevos tíos.
Para la ciudad también debería haber un antes y un después. Que la obligue a repensarse. Y a bucear en sus entramados ocultos. Porque difícilmente, el de Agustina, sea un caso aislado y solitario.