Asunción de la Virgen
La primera referencia oficial a la Asunción se halla en la liturgia oriental: en el siglo IV se celebraba la fiesta de "El Recuerdo de María", que conmemoraba la entrada al cielo de la Virgen María y donde se hacía referencia a su asunción. Esta fiesta en el siglo VI fue llamada la "Dormición de María", donde se celebraba la muerte, resurrección y asunción de María. En el siglo VII el nombre pasó de "Dormición" a "Asunción".
En Occidente, debido a factores políticos y lingüísticos, ya que las relaciones con oriente eran tensas y el griego no se dominaba todavía, la doctrina de la "Asunción de María" no fue desarrollada sino hasta el siglo XII donde aparece el tratado Ad Interrogata, atribuido a san Agustín, el cual aceptaba la asunción corporal de María. Santo Tomás de Aquino y otros grandes teólogos se declararon en su favor.
San Pío V, en el siglo XVI, al momento de reformar el Breviario, sustituyó las citas anteriores, por otras que defendían la asunción corporal.
En 1849 llegaron las primeras peticiones a la Santa Sede de parte de los obispos para que la Asunción se declarara como doctrina de fe. Estas peticiones aumentaron conforme pasaron los años. Cuando el papa Pío XII consultó al episcopado en 1946 por medio de la carta Deiparae Virginis Mariae, la afirmación de que fuera declarada dogma fue casi unánime.
El 1 de noviembre de 1950 se publicó la constitución apostólica Munificentissimus Deus en la cual el papa, basado en la tradición de la Iglesia Católica, tomando en cuenta los testimonios de la liturgia, la creencia de los fieles guiados por sus pastores, los testimonios de los Padres y Doctores de la Iglesia y con el consenso de los obispos del mundo, declaraba como dogma de fe la Asunción de la Virgen María.
Celebrar la Asunción nos lleva a invocarla con confianza con una de las letanías en su honor: "Puerta del cielo siempre abierta". Y esta confianza nace en el Padre Dios que la preparó como una obra maravillosa y única: concebida sin pecado original. Ella estuvo siempre libre de pecado, totalmente pura, fue siempre un templo santo e inmaculado y por tanto, no cabe dudas de que reina junto a su Hijo Jesús en el cielo.
La maternidad divina de María fue el mayor milagro y la fuente de su grandeza, pero Dios no coronó a María por su sola maternidad, sino por la vivencia de sus virtudes: su caridad, su humildad, su pureza, su paciencia, su mansedumbre, su perfecto homenaje de adoración, amor, alabanza y agradecimiento.
La Asunción, por lo tanto, es un mensaje de esperanza que nos hace pensar en la dicha de alcanzar el cielo, la gloria de Dios y la alegría que significa que, esta madre que nos acompañó con su consuelo, su ternura, su compañía en nuestro cotidiano vivir nos esperará -al final del recorrido- en esa meta que Ella ha alcanzado hacia la cuál nosotros caminamos.
(*) Voluntario de la Inmaculada Padre Kolbe - Olavarría - [email protected]