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En el mismo mes en el que se cumplieron 19 años del crimen de José Luis Cabezas y siete de la desaparición de Luciano Arruga, la Bonaerense (que estuvo implicada en ambos entramados) juega sus propias maniobras ante los anunciados intentos de purgas. Una más entre las 32 que se concretaron a lo largo de dos décadas, sin que se lograra armar una fuerza de seguridad democrática. En ese contexto, Olavarría estrenó por primera vez en su historia política un área de seguridad comandada por un comisario, aunque no pueda ser todavía nombrado. Porque -al menos temporalmente- hay incompatibilidades que la ley (y las más de tres décadas desde la recuperación de la democracia) no perdonan.

Mientras tramita su jubilación, después de 32 años de servicio, Daniel Borra cumple la función de subsecretario de Seguridad municipal sin serlo todavía en la formalidad. Y ahí hay una responsabilidad del propio gobierno comunal que cometió el error de exponerlo al no advertir desde un inicio de esta situación. El intendente Galli debería explicar por qué motivo si es un servicio temporalmente ad honorem, no se informó ni se explicitó que hasta que culminaran los trámites jubilatorios no podría ser nombrado oficialmente. En el contexto de internas policiales, políticas y de las otras, se presta (cuanto menos) para malas interpretaciones y para camas propias desde las fuerzas de seguridad. ¿Era necesario mantener ese dato en el ostracismo e, inclusive, exponer al propio Borra a esa incomodidad?

En la ciudad se respiran por debajo enfrentamientos de diversa índole. Propios y habituales en contextos políticos de cambio en donde se producen reacomodamientos y adaptaciones. Obviamente, en territorios en los que no hay carmelitas descalzas. Ya lo supo definir en su libro "La secta del gatillo" el maestro del periodismo policial Ricardo Ragendorfer: la Bonaerense apuesta su propia supervivencia a "una compleja trama de arreglos, pactos y extorsiones aplicadas sobre casi todas las actividades contempladas por el Código Penal".

Son estos, tiempos en los que vienen ocurriendo en la ciudad una serie de robos y de asaltos aunque no todo sea informado dentro de las estructuras pertinentes. Y allí, en esa seguidilla que puede sacudir consensos y hacer peligrar estabilidades y aceptaciones, se huelen disputas intrapoliciales; pases de factura por tironeos de poder en rara coincidencia con supuestas restricciones y dificultades para los patrullajes.

Purgas

Con mayor o menor prolijidad, la Bonaerense tuvo 32 purgas a lo largo de las últimas dos décadas y numerosos hechos que le dejaron marcas eternas a pesar de las cuales siempre sobrevive. Siempre se reacomoda. Siempre halla un nuevo modus operandi sobre el que asentarse. El lunes pasado se recordó el décimo noveno aniversario desde el crimen de José Luis Cabezas, que marcó definitivamente los calendarios de la historia. Las mafias policiales y delictivas se entramparon en el poder con complicidad de sectores políticos y la gran frase de los inicios de 1997 salió de boca de Eduardo Duhalde: "me tiraron un cadáver". Un año antes, el mismo Duhalde había dicho que "tenemos el mejor jefe de la mejor Policía del mundo" en referencia a Pedro Anastasio Klodczyk. El mismo que fue primera plana de la revista Noticias (no casualmente, con una foto hecha por Cabezas) bajo el título "Maldita policía".

Hoy la fuerza policial cuantitativamente más grande del país tiene más del doble de integrantes que en ese tiempo. Las purgas no significaron cambios de fondo. Se modificaron los nombres de ciertas estructuras, se eliminaron ciertos cuerpos y los nombres de ciertas categorías y jefaturas pero hay cuestiones clave que se sostienen en el mismo sentido. La jefatura policial está en manos de Pablo Bressi, un hombre de la fuerza muy bien visto por la DEA (la agencia norteamericana de control de drogas); los ascensos, se siguen basando en la antigüedad, sigue sin haber concursos para el acceso a ciertos cargos y los puntajes son puestos por los mismos policías.

Hay políticas en seguridad que son directamente de manual y que, sin embargo, constituye uno más en la seguidilla de errores del ministro securitario bonaerense Cristian Ritondo. Como diría el mismo Ragendorfer: "Las purgas se hacen para evitar las maniobras defensistas de los exonerados". Y, sin embargo, Ritondo -aquel hombre que según detalló el diario La Nación (25-2-13) "le encargó a un sector de la hinchada de Nueva Chicago conocido como `Los Perales` las pintadas callejeras que lo proclaman candidato de Pro para 2015"- lo anunció mucho antes de intentar hacerlo. De esa frase surgen dos datos significativos: por un lado, la conocida relación de Ritondo con esos barrabravas y por otro, que anunciar a la policía que se va a hacer una purga es más o menos lo mismo que avisar a un sospechoso que se va a allanar su domicilio.

Símbolos

Con 32 purgas en dos décadas y la duplicación en el número de integrantes de la fuerza de seguridad, no es posible pensar sin embargo que se pudo sanear la Bonaerense. Indudablemente hay, hubo y habrá una pulseada que sistemáticamente sigue llevando el triunfo hacia el mismo lado.

El lunes pasado se cumplieron 19 años del homicidio de Cabezas y no hay un solo detenido. Ningún policía, ni el jefe de seguridad de Alfredo Yabrán ni tampoco ninguno de los integrantes de la banda de Los Hornos. Muertos o en libertad.

Hoy se cumplen 7 años desde la desaparición de Luciano Arruga. Pasó un año y medio desde el hallazgo de su cuerpo (enterrado como NN en la Chacarita) y ocho meses desde que se condenó a un policía por torturas, en la misma comisaría en la que, durante la dictadura fue torturado el creador de El Eternauta.

Y probablemente quedará para siempre en el olvido la causa Marcos Alonso II, de cuyo crimen en esta semana se cumplieron seis años, por la que podrían quedar rozados (si se investigara a fondo) personajes ligados a distintas ramificaciones del Estado.

Como también revistan los cofres de la desmemoria las sistémicas historias en las que, no sólo quedó perturbada por aromas pútridos el brazo armado del Estado sino la misma condición humana. Historias como las de Diego Gómez, ejecutado con apenas 14 años; Diego González, marcado por las huellas de la crueldad para siempre; Tito Ortega, el hombre atravesado por una crisis existencial y muerto por un balazo uniformado. O, sin llegar a esas instancias en que se juega la vida o la muerte, más de diez policías fueron sobreseídos por un exceso investigativo en una causa por presunto cohecho en la que un manojo de civiles fue condenado en juicios abreviados, en los tiempos en que un presidente se alejaba de la Rosada a bordo de un helicóptero.

Indudablemente siempre hay un punto en el que los hilos se cortan. Casi siempre, en su parte más delgada.