"Alta Rotación" muestra el trabajo precario de los jóvenes
No lo cuenta desde afuera, sino que lo vive. El libro expone una cruda realidad del mercado de trabajo actual. Para eso, la escritora trabajó como cajera de supermercados, vendió tarjetas de crédito, atendió un call center, se empleó en un bar de Recoleta y en una cadena de comidas rápidas.
El trabajo precario de los jóvenes es el eje de "Alta rotación" un libro que parte de la propia experiencia de la autora, Laura Meradi, para desnudar un sistema laboral delineado por las reglas de juego del consumo y la globalización.
Luego de aceptar el desafío de su editor de escribir sobre el trabajo de los jóvenes, la cronista consiguió entrar de cajera en un hipermercado, vendió tarjetas de crédito en Constitución, atendió un call center en inglés, trabajó en un bar de Recoleta y, además, en una cadena de comidas rápidas.
La experiencia laboral se extendió de marzo de 2007 a marzo de 2008 y cada trabajo fue conseguido "de manera independiente y ocultando sus objetivos tanto a mis empleadores como a mis compañeros", confiesa Meradi en el libro, publicado por Tusquets.
"Mantuve reserva de principio a fin en todos los trabajos porque me parecía que era la manera de entrar sin alterar el orden preexistente. La realidad era demasiado grande, inasible. Sólo podía contar lo que iba haciendo marcas en mi cuerpo y en el cuerpo de los otros. Lo que pasaba detrás de nosotros y lo que nos envolvía, no podía ser contado", escribe en el prólogo.
"Estar trabajando para un sistema gigante de consumo es un sin sentido y una consecuencia de la flexibilización laboral de los 90", reflexiona Meradi en una entrevista con Télam.
¿Se puede hablar de sumisión o de falta de horizontes? "Los jóvenes que se caen del sistema, se caen, es así, pero no por falta de horizontes -remarca la autora- y si hay una cierta sumisión para bancarse esos trabajos es porque genera mucho miedo perder el trabajo o no conseguir algo mejor. Una de las premisas para quedar seleccionado es no estudiar nada -comenta Meradi-. Los jóvenes tratan de mostrar que quieren estudiar, que tienen proyectos y las empresas no quieren lo mejor de ellos, quieren mulas que trabajen todo el día".
"Siempre los chicos quieren hacer más -insiste-, en mi primer trabajo que era vender una tarjeta de crédito, una compañera estudiaba para ser visitadora médica y estaba preocupada por el lenguaje: me decía ''tengo que aprender a hablar bien''".
"En ese trabajo estábamos en un lugar sin supervisor, a la deriva. Te decían que ibas a estar controlado, y después hacías lo que querías. Yo lo podía ver pero no sé si mi compañera también. Era una forma de generar miedo y una presión que no existe", dice.
Para Meradi, "el trabajo en el supermercado fue el más claustrofóbico, un espacio cerrado con horarios rotativos donde no podías hacer nada de tu vida. Todos querían otra cosa. Lo que se juega es la necesidad -afirma-. Si alguno no iba porque tenía que estudiar, ese día se le descontaba. Un chico que trabajaba en la cocina hacía diez años, recién entonces le dieron un horario fijo y pudo comenzar la carrera para ser chef".
En el call center, relata la escritora, "llegaba un momento que tenía que olvidarme que iba a escribir un libro y trabajar, era la única manera de pasarlo. Estaba esa cosa del encierro, de hablar todo el tiempo con gente de otros países que consumían y consumían y uno no podía resolverles ningún problema".
Otra experiencia terrible, menciona Meradi, fue la de comidas rápidas. "Estar metida adentro y tener una ventana donde ves el afuera y desde las 8 de la noche gente que se va acercando y espera el cierre para sacar de las bolsas de basura. Y mis compañeros que estaban igual de desesperados, terminaban su turno y se llevaban alguna torta o se la comían ahí mismo. Fue el trabajo más humillante, estaba la comida en el centro como una necesidad básica. Me chocó eso de la comida y la basura pegadas. Cuando cerrábamos, decían ''vos limpiá los vasos'', ''vos sacá la basura...'', y no dabas más y había que seguir", subraya.
A su juicio, "esta situación era producto de un sistema que creó esa cadena de locales. Hasta el gerente estaba ahí encerrado en un cuartito y contaba los billetes que se hicieron ese día. Un empleado más al que seguramente tampoco le alcanzaba hasta fin de mes para darle de comer a sus hijos. Para quién estamos trabajando?".
"Si hay algo que rescato es la camaradería entre nosotros, pero en ese lugar era difícil. No porque la gente no fuera solidaria, es un discurso que baja directamente desde la empresa. Tenés un cuadernito donde vas deschavando a los compañeros. Y así es como funciona. En el bar todos entran para juntar plata y hacer otra cosa pero en algunos casos no se pueden ir -acota-. Piensan que va a ser pasajero, pero el mercado laboral los obliga a quedarse".
El relato se torna por momentos exasperante, moroso, se detiene en cada detalle, en cada sensación, en cada diálogo... como si fuera el tiempo real en que las cosas suceden. "No doy más de la espalda. Voy contando el tiempo de a treinta minutos hasta el final. En el sector de cajas no corre una gota de aire, los aires acondicionados que están sobre nuestras cabezas no funcionan, transpiro. Debajo de la camisa y los pantalones holgados tengo la piel completamente mojada. Los brazos, la panza, la espalda, las piernas. Todo me transpira -esboza-. Tengo la cara brillosa, engrasada. Me paso disimuladamente una mano por la frente y la boca y sigo pasando yogures y botellas por el lector".
"Estuve un mes y medio promedio en cada trabajo a punto de volverme loca. Sentí que estaba viviendo otra vida. No lo hacía desde un lugar profesional (''estoy acá porque me sirve para esto''), realmente estaba inmersa ah", desliza.
"Busqué en un libro de símbolos la palabra rotación y tiene que ver con un movimiento circular: uno se mantiene en el centro y va armando un espacio de intimidad y rota como un método de protección. Se trata de ir escapando de un trabajo a otro antes que la mano te ahorque", remata Meradi. Por Mora Cordeu / Télam