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Hay nombres que, con el correr del tiempo, se fueron elevando a la categoría de símbolos sociales: Marita Verón, Fernanda Aguirre, Florencia Pennacchi, Sofía Herrera. Símbolos que, sin embargo, puertas adentro de su hogar, entre los afectos, adquieren una dimensión humana que trasunta un dolor del que no se retorna. Clavado para siempre. "Olvidarla no se puede... recordarla es muy duro", dijo Elsa Sánchez sobre su propia historia a la revista Sudestada. Es la madre de Diana, Estela, Marina y Beatriz Oesterheld y esposa del padre de El Eternauta. Los cinco, militantes desaparecidos en la dictadura. En definitiva, si para el país la familia Oesterheld es símbolo del horror y la crueldad durante los años más duros de la dictadura; para Elsa es el dolor infinito y la pérdida definitiva de sus amores más profundos.

Muy lejos en los años, las historias colectivas del presente están ligadas a otras crueldades. Diana, Estela, Marina, Beatriz y Héctor Oesterheld fueron secuestrados por su militancia revolucionaria para la transformación. Las desapariciones de las últimas décadas tienen otra impronta. Y, por tanto, los símbolos son otros. Figuras como Jorge Julio López o Luciano Arruga, por un lado, víctimas de brazos hondos del Estado, con serias responsabilidades institucionales. Y, por otro, figuras succionadas para su esclavitud por redes delictivas con anclaje en ciertas instituciones como las chicas atrapadas en la trata de personas para explotación sexual.

"No tenemos memoria ni tenemos duelo. Damos vueltas y más vueltas, como el purgatorio del Dante. La paz ya no es la de tenerla sino la de tener alguna certeza sobre lo cual construir otra memoria", dijo Nidia Aguilera a esta periodista. Es una neuróloga neuquina de enorme prestigio pero también mamá. Nidia Aguilera es la madre de Florencia Pennacchi, estudiante de Ciencias Económicas desaparecida desde el mediodía del 16 de marzo de 2005, en Capital Federal, en donde vivía con su hermano.

A las 11.55 de aquel día, Florencia se comunicó por última vez con su hermano Pedro. No hablaron de nada importante. Simplemente ella quería saber si alguien había llamado preguntando por ella. La chica tenía en ese momento 24 años.

Víctima de la trata

Pedro Pennacchi tiene la fragilidad en la mirada. Su voz tierna y tenue parece quebrarse por momentos. "Uno se acuerda todo el tiempo de que ya no está. Es imaginársela, extrañarla pero con esa cosa de que si nunca lo podemos terminar de cerrar... no tenemos, en definitiva, la seguridad de lo que le pasó a mi hermana... es como una cosa que queda tildada. Entonces, te llenás de flashes, de recuerdos, de momentos... Qué se yo... Eramos tan distintos. Ella era la chica superextrovertida, con ese millón de amigos que salieron por ella, éramos hermanos, a las patadas pero queriéndonos".

- A tantos años de su desaparición ¿qué creés que ocurrió con Florencia?

- Mi hermana, aunque lo desconocíamos, estaba consumiendo cocaína. Y era evidente que su tren de consumo se estaba desbarrancando. Pero eso fue algo que vimos después, al empezar a reconstruir todo. Ese mediodía en que desapareció había ido a la casa del dealer a comprar droga. Esa gente la estaba incentivando, cebando, motivando a eso.

- Y luego ya se hacen a la idea de que se transformó en una nueva víctima de la trata de personas...

- Es que la buscamos en morgues, en un montón de lugares. Y en esto hay un principio básico en el que nos paramos: no se fue por voluntad propia. No faltaba nada, estaban sus cosas como si hubiera ido a la calle por un rato. Y si la mataron, nos decíamos, su cuerpo en algún lado tiene que estar. Pero no está. Yo estoy buscando a Flopi. Pero Florencia, ya fue. No hay posibilidades de que una persona que haya pasado lo que pasó sea la misma persona que se fue ese miércoles de acá. Mi hermana... cesó de existir. La que recuperemos mañana va a ser una mujer muy distinta. Me la han quitado. Pero sigue siendo mi hermana.

Voz de madre

Nidia, la mamá, dice que "es una pérdida no resuelta la nuestra. Tengo muchas fotos de Florencia. Muchos objetos. Toda su ropa está guardada. Prolijamente guardada. Están los libros. Y no puedo desprenderme de nada porque simbólicamente son de ella y la decisión le correspondía a ella. No los puedo tocar. Y los tengo conmigo. Es una manera de decir no sabemos qué pasó, no sabemos dónde está, no sabemos cómo está, pero no la podemos borrar. Es como si uno flotara en el purgatorio. Está en un paso intermedio y no lo puedo resolver. No se puede resolver algo sobre lo que no se tiene una certeza".

- ¿Qué imágenes atesora de Florencia?

- Cuando era muy chiquitita uno le decía "no" y ella contestaba "no digan cosas feas". La palabra "no" era para ella una cosa fea. Y eso la reflejaba muy bien. Tenía determinaciones rotundas. No era de las que dialogan para ver si llegábamos a un consenso. Era bien imperativa. Y también era terriblemente generosa. Todos los que eran "pobres, menores y ausentes" terminaban siempre en casa...

- ¿Cómo recuerda el momento en que le avisaron que Florencia no aparecía?

- Era de tarde. Ya habían pasado dos días desde que ella faltaba. Habían armado toda una red para buscarla y tenían miedo de avisarme. Cuando tuvieron conciencia de que era mucho más que un chiste, me llamaron. Me fui caminando hasta la oficina de Aerolíneas Argentinas pero no recuerdo nada de ese momento. Imagino que llevaba puesta la cartera porque es algo que casi casi forma parte de mi cuerpo. Tengo noción de haber parado en un cajero automático pero no mucho más. Compré un pasaje para Buenos Aires. Al día siguiente era mi cumpleaños. A las 12 de la noche sonó el teléfono y era mi hermana que llamaba desde La Pampa para decirme "feliz cumpleaños". Me dijo que me llamaba a esa hora porque sino, sabía que durante el día era medio difícil encontrarme en casa. Me acuerdo que le dije: "No Chila, hoy no hay cumpleaños". Le conté lo que pasaba, de la desaparición de Florencia... Es algo tan tremendo. Porque no fue un accidente. Es una desaparición. Y tristemente en este país, de eso sabemos mucho. Por eso, poco después, pedí una entrevista con Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora para preguntarles qué se hace cuando un hijo desaparece... Ellas me aconsejaron conectarme con el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales).

- En algún rinconcito ¿sigue creyendo que Florencia va a aparecer?

- Lo que a mí me alimenta es la necesidad de saber qué pasó. La paz ya no es la de tenerla sino la de tener alguna certeza sobre lo cual construir otra memoria. Ahora no tenemos memoria ni tenemos duelo. Es como el purgatorio del Dante. Damos vueltas y vueltas.

- ¿Cómo se tramita el dolor? ¿Cómo se sobrevive ante la desaparición de una hija?

- En mi caso, me reconozco mejor médica a partir del dolor. Tengo más tolerancia y más piedad. El cerebro transforma una situación para bien o para mal. Está la persona que implosiona y muere. Porque ese no lugar que es la desaparición imposibilita el duelo y la elaboración de la memoria.

Contextos

Cuando Pedro busca a su hermana en su propia memoria, se termina aferrando a historias mínimas. Las cosas cotidianas. "Ella sonreía mucho. Le encantaba estar colgada al teléfono charlando. Mirábamos películas y les sacábamos el cuero juntos. Era molesta con la limpieza de la casa. Me acuerdo también de las vacaciones en el sur profundo...", cuenta Pedro, apenas un año y algunos meses mayor.

También dice que "la recuerdo cocinando. Y también diciéndome que me había salido bien un pollo al ajillo... me quedó tan pegado a la memoria que no lo hice nunca más. O también te puedo contar que esta semana me senté a jugar un jueguito que estaba de moda, el Hungry Bird y lo tuve que dejar. Ella jamás lo jugó pero me la imaginaba diciéndome "qué bichos malditos" y me pegó feo. Son cosas simples ...Yo no puedo decirte que Florencia era la mejor hermana del mundo, que era un sol porque está bien, lo era también, era querible pero son otras las cosas a las que me aferro. Porque hay dos cosas básicas que siento: rencor y angustia. Primero uno se enoja mucho y después, quedan todas las imágenes de Florencia que habían quedado guardadas en un cajón en la cabeza de uno que salen a flote y ahí deviene la angustia".

Florencia Pennacchi tiene hoy 31 años. Dos menos que Marita Verón. Unos cuantos más que Fernanda Aguirre, la nena entrerriana de apenas 13 años que desapareció en julio de 2004 y que habría sido vista por varias mujeres en "el prostíbulo de la autopista" en Ramallo. Su mamá, María Inés Cabrol, murió de cáncer hace dos años. Florencia Pennacchi era muchos años mayor que la pequeña Sofía Herrera, que a los 3 años, desapareció en un camping de Tierra del Fuego y nunca más se supo de ella.

Fueron todas engullidas por una nebulosa de misterio y ganadas por la crueldad. Devoradas por un sistema que embolsa miles de millones de dólares al año en el planeta.

En la zona de la Triple Frontera, la trata implica a 4 mil niñas y adolescentes por año. Así lo denunció la investigadora santafesina Luciana Basso en el Segundo Congreso Nacional de Derechos Humanos de Paraná: por cada chica de menos de 18 años, los proxenetas ganan 2.000 dólares. Y por cada niña virgen, 5.000. Para un mercado -dijo- que en Argentina tiene alrededor de 60.000 esclavas sexuales y 8.000 prostíbulos.