"Arrancamos con una fonda, en la calle México, por Almagro. Había 18 mesas, iba la gente del barrio. Iuzzolino apareció una noche lluviosa" - fue contando Cholo, mozo con andar de plantígrado.

"Era tarde, estaban los que después de cerrar se quedaban a jugar al truco. Nos reíamos un rato y de paso se hacían unos vasitos de ginebra. Por ahí había venido otras veces, pero esa fue la noche del deschave".

"Mientras sacaban del mazo ochos y nueves oí gritar al Oso Funes: ''¿qué hace, viejo?''. Un flaco, alto reculaba con cara de culpa. Me acerqué. ''Vino de atrás con un cacho de pan, lo mojó en el huevo frito y se lo morfó. No llegué a tocar el huevo. Apenas le había echado pimienta - acusó el Oso".

"Los separé. El Oso había sido boxeador profesional, para él pegar era ir en cana. Me apuré a pedirle a doña Cata, la cocinera, que marchara otro huevo. ''Rajalo a éste, es un peligro. Si no me agarra de sorpresa lo reviento de un trompazo. El que no tiene guita que no se mueva del inodoro'' - provocó el Oso".

"Arístides trató de bancar la parada. ''Pago yo, patrón. No es cuestión de guita. Todo pago: el huevo que usé y los que haga marchar'' - dijo tartamudeando. Lo llevé afuera. La cuenta de lo que había comido era de 16 pesos. Todavía me acuerdo. Me dio 20 y dijo que me guardara el vuelto".

"Tenía que frenarlo. ''No va así, jefe. Usted comió una milanesa con puré. ¿Por qué no la pidió a caballo?'' - apreté.

Ahí se mandó. "Cualquiera pide un huevo frito y se lo come. Eso no me alcanza. A mí me gusta..., el huevo robado me gusta. Meter el pan en la yema y manducarlo. Si el otro ya lo desvirgó no me interesa. Tiene que estar flamante, enterito. Estoy enfermo'' - fue franco".

"Por un tiempo a Arístides no lo vi más. Al Oso le tuve que dar un real envido con 26 para que se calmara. Como cuatro o cinco meses después la que gritó fue la señora del cerrajero: ''ese hombre me atacó...'' - marcó a un tipo de gorra de béisbol y anteojos oscuros. Era Arístides. Se había disfrazado".

"Menos mal que al cerrajero lo habían llamado por una urgencia. Esa vez pude manejar mejor la cosa. ''El hombre tiene esta manía. Una debilidad. Ya le marcho otro huevo, Estela. Se hace cargo él'' - expliqué".

Arístides aprovechó la bolada. ''Es así, señora. No me puedo contener. Me costó el matrimonio'' -procuró justificar. La mujer no insistió. Yo sí: ''espero que no vuelva más, Arístides; queremos que la policía venga al restaurante nada más que a mangar''.

"Se franqueó de nuevo. ''Volví porque usted me trató con respeto. En otros boliches nunca se sabe el final de cada incursión. Perdí la vista de este ojo. Me tiraron un sifón. Quédese tranquilo''- se despidió en diciembre del 2004".

"El año pasado apareció un viernes. Lo vi bien. Traía una propuesta. ''Si usted colabora me curo. No confío en nadie más. Yo llego, me siento, como lo mío y espero. Cuando alguien pide un huevo frito usted me señala y canta la justa. Aquel hombre necesita mojar su huevo antes que usted. El huevo vale 3 pesos, él paga 8. Yo marcho otro y usted se ganó 5'' - se largó Arístides".

"Había más instrucciones. Si el candidato no enganchaba yo debía ofrecer 10, 12, hasta 15 pesos. Le salía gratis un cuarto de vino, un postre, lo que eligiera. No me pareció demasiado loco. Con ese plan vino unas cuantas noches, pero nadie pedía un huevo frito".

"Recurrí a un amigo y le expliqué el negocio. Si se arreglaba con ravioles y una jarrita de blanco, iba a comer de garrón. Eso nos salía de costo un mango menos que los 15 que ponía Arístides. Pero de entrada tenía que pedir el huevo frito. El amigo aceptó".

"Cuando se cruzaron Arístides atacó con el pedazo de pan como una bayoneta, un salto y se sentó en su mesa. Al rato me llamó. ''Esto no fue huevo robado. Si el otro me deja es como que me lo presta. El placer es caer de repente, el asalto, y que el otro ponga cara de culo y arme bronca. Así, por derecha, no sirve'' - batió".

"Un viernes serví un huevo frito en una mesa vacía y le avisé que el cliente había ido al baño. No movió un dedo. Me empezaba a molestar el revire de Arístides. ''Entonces tu único placer es cagar a alguien...'' - lo encaré".

"Me miró de frente. ''Cagar, no. Afanar es. En realidad tampoco es afano. Si después pago, y pago de más... Soy un violador, Cholo. Ingenuo, pero violador'' - fue lo último que le escuché decir, remató el relato el plantígrado, la bandeja apretada, como un escudo, contra el pecho.