La larga historia de la música en Olavarría
La música fue parte de la vida de los pueblos bonaerenses desde sus primeros años. La tradición de cada lugar se enriquecía con la llegada de criollos e inmigrantes que, en su mayoría, venían de aldeas y villas que acostumbraban solemnizar los momentos importantes con música: charangas, grupos, serenatas, coros, bodas y procesiones, bailes de salón, romerías. En cada pueblo se asentó una tradición musical hecha de manos y voces que llegaban de cerca y de lejos, de historias de vida enriquecidas para depositar después, aquí, esa parte imprescindible del espíritu que es la música. Pero lo que se ignoraba, en nuestro caso, es que esa tradición fuera tan vieja, seguramente, como las primeras instituciones.
En un estatuto encontrado entre papeles de un remate (casa Vassano, 8 páginas en formato libreta impresa de 15x11) se encuentran noticias. Lleva por título SOCIEDAD FILARMONICA DE GUIDO MONACO-Olavarría, Impreso en El Independiente (era un periódico local), Coronel Necochea 138. Guido Mónaco fue un monje benedictino que en el siglo X creó la notación moderna para la música.
Lo primero que llama la atención es la fecha, 1 de enero de 1889, y el primer párrafo: `…se reorganiza la antigua sociedad Filarmónica de Olavarría con el nombre de Guido Mónaco, con el fin de crear una escuela de música y formar una banda musical`. Es decir, que ya había existido una filarmónica anterior –como, por otra parte- lo prueban otros testimonios sobre ceremonias y retretas. Firman el estatuto el Presidente Enrique López y el Secretario Francisco Couso. Ambos aparecen entre los integrantes de las primeras comisiones directivas de la Sociedad Española de Socorros Mutuos lo mismo que los músicos Peregrino Noya, Juan Ortiz, José Lys y otros.
Couso, Ortiz, Noya y Lys eran paisanos, gallegos; tuvieron activa participación en la introducción de las romerías con gaitas y la adquisición del Prado Español, pero hay que señalar que en el movimiento pro música había españoles de otras regiones y gente de otras naciones, destacándose por el número y talento los italianos, aunque no faltaron franceses, alemanes y otros. En general, los países que mandaban emigrantes mandaban instrumentos, afinadores, luthiers, y, sobre todo, la costumbre de solemnizar la vida con música. Las fotografías tempranas –desde 1884 por lo menos- muestran familias ´haciendo´ música, niños, señoritas actuando en las veladas, conjuntos duraderos, profesores con sus alumnos y hasta un pedido de mano de las familias y los novios en pose acompañados de un hermano cura y tocadores de mandolina.
Los primeros trece socios de la Guido Mónaco eran los maestros de música que residían en Olavarría. Podían asistir como alumnos los mayores de diez años. Desde la organización de las clases se abrió la inscripción gratuita y libre para socios.
Las primeras clases fueron de instrumentos de viento. Alumnos y maestros podían actuar contratados, con permiso, y el rédito se depositaba en una cuenta especial. Si el conservatorio se disolvía ese capital pasaría a instituciones de caridad. Se comprometían a tocar en la plaza y en los actos que lo solicitaran a partir de los seis meses siguientes, que serían de ensayos.
Los fundadores, como Lys, eran comerciantes. Fueron los introductores de los almacenes `por departamentos` o sea, secciones para niños, caballeros y `modas para señoras`, campo, hogar, muebles y hasta materiales de construcción y, como se ve en las fotografías de la época, molinos y bebederos. Couso, Noya y Ortiz tocaban y arreglaban instrumentos, algunos encargados en Buenos Aires y otros donados por los vecinos. Ortiz y Lys donaron los primeros uniformes, de paño azul oscuro con botones bañados en oro y galones dorados.
En el Archivo Histórico de Olavarría, en el archivo de El Popular y entre particulares se guardan fotografías de la banda, orquestas, grupos de familia, una tuna, dos fotografías de un conjunto llamado Los Alegres de España, un orfeón vasco y coros. La tuna –fotografía que salió en El Popular hace tiempo- era un grupo vocacional al estilo de los universitarios que en España daban serenatas, vestidos con largas capas, cintas de colores y gorra de terciopelo.
Igual que ese testimonio los conjuntos, que tocaban en las fiestas de la colectividad española, son invalorables documentos únicos. En una los músicos están posando disfrazados y entre ellos hay varios gallegos como Catoira o Alvarez, otros españoles y dos hermanos Cirigliano, italianos. En la otra es el mismo grupo pero vestido con polleras y gorras de escoceses… en los años 30, cuando no se sabía casi nada de la raíz celta de la música del norte de España, que era el repertorio que tocaban.
El orfeón –coro de varones- es del primer Centro Vasco en una fecha imprecisa pero que parece ser de alrededor de 1920, y están vestidos con traje típico.
Los Rossi
Los primeros músicos solían ser autodidactas o personas formadas ya para las bandas que pagaban los ejércitos o los municipios de Europa. Entre nosotros hay que recordar a la familia Rossi, una dinastía a partir del maestro Giuseppe Bendetto Rossi, piamontés que llegó en 1904 y trabajó como mozo, violinista y animador de las proyecciones de cine mudo. Lo siguieron sus seis hijos, igual que varios nietos. Algunos fueron también docentes, compositores y concertistas. Con los años, todos -juntos o no- integraron dos orquestas, una formación mayor y otra menor, según fuera el compromiso. Tocaban un vasto repertorio -tangos, milongas, pasodobles, valses- y con el auge del tango se formó la Típica Rioplatense dirigida por Amelio, el hijo mayor. Iban a los pueblos: por ejemplo, por la línea de Pringles hasta Sierra de la Ventana, por la vía a La Madrid hasta Cnel. Suárez; sobre la ruta 3 a Las Flores, Tapalqué, Alvear, Santa Luisa, El Luchador, Henderson, Bolívar, Recalde, Arboledas.
Los compromisos se cumplían siempre –cuentan- porque en los pueblos la orquesta era todo: bailaban los jóvenes y los viejos, chicos con chicos, la gente hacía palmas o coreaba las letras aunque estuvieran sobre pisos de tierra o en pistas improvisadas con sillas o con bolsas de enfardar colgadas en los alambrados, o en vagones de tren. Claro que también tocaban en sitios paquetes como el club Social o el Español y en verano en todos los clubes, en algunas fiestas con las chicas vestidas de largo y los hombres con traje oscuro y moñito.
En los pueblos, si había llovido los esperaban con carro a caballo y cuartas para salir del barro. Al principio iban en tren o lo que hubiera pero después tuvieron un Ford A con acoplado para llevar los instrumentos y un piano vertical. Recordaban como un lugar difícil Líbano porque había que llegar por el medio del campo y abriendo treinta y siete tranqueras. También recuerdan otras anécdotas, como el día que llegaron sin el acoplado porque unos vagos se lo habían desenganchado. Otra vez, en San Jorge, se habían caído unos instrumentos sin que se dieran cuenta por la ventolera que había y habían tenido que tocar con cinco violines, batería y acordeón entre instrumentos propios y prestados. Otra vez, por esquivar un pozo saltó el contrabajo de Barbato y lo perdieron. Se dieron cuenta al llegar a Arboledas. En otra tormenta perdieron la batería de Francisco Reig (todos músicos conocidos y recordados). En medio de otra tormenta veían una rueda que se alejaba rodando y tardaron en darse cuenta de que era del Ford A.
Hubo un casamiento de gitanos cerca de Colonia Hinojo. Los contrataron para tocar de día, llegó el rey y casó a los novios debajo de un toldito de terciopelo, algo muy emotivo, y después tocaron y tocaron; cuando descansaban el rey sacaba un fajo de billetes y les pedía que siguieran, y así llegó la noche.
A veces volvían caminando junto con Roger Lacoste para dormir en el hotel de Hinojo y seguir al día siguiente, con otros músicos y los invitados a las fiestas, como en los casamientos de los alemanes del Volga, que duraban tres días.
Recuerda los casamientos judíos que se celebraban en el Hotel Savoy, con muy buena comida y, en los años alrededor de 1948, el dinero que todos ponían en una fuente para mandar a Israel.
En los bailes se tomaba bastante alcohol y a veces había líos, sobre todo por mujeres. También, infartos en plena pista, amenazas de bomba y suspensiones por peleas y hasta un incendio en Azul: fueron con toda la gente a apagarlo y después hicieron el baile en Alumni.
Los bailes empezaban más temprano y terminaban también temprano, doce, una, dos como mucho, según la época, pero igual eran muchas horas y todos tenían energía y resto. Se recuerda a una señora instrumentista, de la familia de Fisner Oliva, que en 1922 ya ponía avisos de La Madrid en los diarios de Olavarría: `enseño música, solfeo y bandoneón`. Esa señora, que también tocaba la mandolina, se llamaba Doralia Zapararte y se casó más tarde con Manuel Faustino Oliva, músico y cochero de uno de los Mateos de Olavarría que a la noche tocaba en los bailes. A ella se le adjudican los enganchados porque cuando veía al policía que iba a controlar el cierre a horario le decía a su marido, el director, `dale que es música`. La gente seguía bailando y se divertían un buen rato más. Además se recuerda que al empezar las piezas él le decía `arrancá Doralia que te sigo`. Es una de las frases que quedaron en el recuerdo de muchos.
Otros compromisos infaltables eran los bailes de carnaval, OCHO GRANDES BAILES OCHO. Acompañaban a los corsos con desfile de carrozas, las máscaras a pie, la reina, las comparsas, todo con concursos y premios. Todos los clubes y algunas confiterías con pista y palco para la orquesta participaban de las noches del carnaval.
La retreta era un concierto de la banda municipal en la plaza, los domingos. Formaba parte de la vuelta del perro: gente caminando sin prisa, unos en un sentido y otros en el otro, para saludarse o cortejar.
Las orquestas tocaban temas variados. Entraban con tango y milonga porteña y pasaban a valses y rancheras hasta pasar a un descanso y una segunda parte. Se decía `tocando en sus dos ritmos`. La segunda entrada era de característica, de cuyos temas Feliciano Brunelli era el rey. Hasta se adornaban con collares hawaianos, sombreros, etcétera, y la gente cambiaba de humor. El tango, en cambio, exigía una actitud medida, a tal punto que se ponían saco y corbata y dejaban cualquier adorno poco serio.
En 1990 fue seleccionado por la Facultad de Ciencias Sociales de la UNDC un trabajo de la autora de esta nota con el titulo `ORQUESTAS A DOS RITMOS - La orquesta del Maestro Carlos Rossi… Cantando Elías Salomón en sus dos ritmos`. Fue seleccionada por la federación de Facultades Latinoamericanas de Comunicación junto a otras largas entrevistas a Astor Piazzolla, Milton Nascimento, entre los músicos, y otros como Roberto Fontanarrosa o Georgina Mendivil artesana del Perú. Parte de esta nota proviene de los encuentros con Carlitos y Elías Salomón y su señora y permiten, junto con el patrimonio fotográfico poco común de Olavarría y libros como los de María Susana Azzi y otros la permanencia de un pasado lleno de música.