Cuando el 11 de marzo pasado, en Ginebra (Suiza), el Director General de la Organización Mundial de la Salud, doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, anunció que la nueva enfermedad por el coronavirus 2019 (COVID-19) podía caracterizarse como una pandemia, la primera cita obligada fue con el archivo.

Indagar en los antecedentes de estas tragedias humanitarias desde que se inventó la imprenta, y antes también.

Desde la "plaga de Atenas", que mató a más de 150.000 personas entre los años 430 y 429 AdC; la peste negra que se cobró alrededor de 200 millones de víctimas entre 1347 y 1353, pasando por los 56 millones de indígenas de Mesoamérica diezmados con la viruela transmitida por los invasores europeos y la más reciente gripe española que arrojó entre 50 y 100 millones de víctimas entre 1918 y 1919.

Pero, ¿y en Olavarría qué?

El aporte siempre valioso de la historiadora Aurora Alonso de Rocha permite rescatar lo más cercano (en tiempo y lugar), que en cuanto a la circulación de la información a veces está más lejos que las noticias que llegan del otro lado del mundo.

Este informe en términos de historia muestra la evolución de los conceptos de salud e higiene, y los progresos en el tratamiento de las calamidades que hermanan a todos los niveles sociales y etarios en la desgracia y la esperanza.

En los primeros años de Olavarría el crecimiento de la población planteó graves problemas.

Las condiciones de vida eran precarias: baste saber que las ordenanzas exigían, para que una vivienda fuera legal, disponer de un pozo de agua y un recinto (una pieza) construido con cualquier material, incluído el barro.

Para el excusado se exigía que estuviera a tres metros del hogar y que no diera a la calle. Se hacía un pozo, que debía ser caleado todos los años, y una "chimenea" de ventilación. Y eso era todo.

Sin embargo, desde los primeros años desde la fundación como cabecera de partido (1878) hubo una serie de ordenanzas que ponían en evidencia la preocupación por la salud pública.

Se demolió el lazareto, que era una construcción situada lejos de la Ciudad (posiblemente en la zona del regimiento), adonde se mandaba a los contagiosos de lo que llamaban "pestes", algunos moribundos y a dementes peligrosos.

Los materiales de la demolición se entregaron a las señoras de la primera Sociedad de Beneficencia de Olavarría, Damas de San Vicente, que organizaron un hospital donde recibían enfermos gratis o con pago si eran solventes.

Juntaban plata haciendo kermeses y ventas de caridad y publicaban avisos en los diarios locales, dando como garantes y referencia a sus maridos, todos personajes conocidos o concejales.

En las romerías de los españoles -que se hacían durante el mes de enero en el Prado- tenían una carpa gratis para ventas y espectáculos a beneficio.

Ese primer hospital fue un gran paso adelante, pues hasta entonces la curación de las enfermedades (hasta las más graves) se hacía en cada casa.

Igual que las escuelas, el hospital de la comunidad y las bibliotecas eran los íconos populares. Dentro de la misma idea de bien común se diseñaban los pueblos, de manera que los surgidos en la provincia de Buenos Aires alrededor de 1880 se beneficiaban de una mentalidad que ya hablaba de higiene pública y era tolerante a las intervenciones, por ejemplo a la existencia de comisiones designadas por los concejales.

A saber, control de las edificaciones (línea de la vereda, baños, etcétera); del dinero que se empleaba en las construcciones municipales (plazas, arbolado, faroles) y del cumplimiento de la leyes de educación común y de vacunación.

En tiempo de epidemias se prohibían los velorios con ataúd abierto y con cortinajes que pudieran albergar virus.

Para el cumplimiento las comisiones de vecinos revisaban, pedían datos, imponían medidas restrictivas y podían hacerse asistir por la policía en caso de desobediencia.

Puede sonar irritante esta manera prepotente de encarar el bienestar público las epidemias en los primeros años de la Ciudad tenían sus características.

El tifus (por el agua de pozo no siempre potable) de fiebre amarilla, viruela (tan temida, porque mataba o dejaba marcas de por vida), escarlatina, difteria.

La ropa que dejaban los colerosos se quemaba lejos de las casas; las camas de esos enfermos en los hospitales tenían un agujero por donde colaban sus deyecciones para quemarse en un brasero.

Ya se usaban barbijos, o sea, pañuelos atados en la nuca, y los médicos y enfermeras llevaban máscaras y largas túnicas.

En ese diseño de los pueblos bonaerenses, por otra parte, se tenía en cuenta el espacio, aunque muy pronto el crecimiento de la población, con los nacimientos y la entrada de inmigrantes, desbordó todas las previsiones.

Los terrenos urbanos eran amplios; medían un cuarto de manzana. Los de afuera de los bulevares, casi todos una hectárea.

El cementerio se había pensado como "lejano" (y lo era en esos años); el hospital alejado, pero más accesible, se construyó y habilitó alrededor de 1900 en terrenos comprados a Guillerma Montegudo y Federico Hornig donde hoy está, pero ya había habido otras iniciativas y concreciones que merecen una nota aparte. Las avenidas eran calles anchas que daban ´aire´ a las casas, como lo había enseñado el arquitecto Haussmann con las grandes avenidas de París. Se pensaba en plazas, sitios de recreación indispensables por las costumbres de paseos, retretas (conciertos de banda), las procesiones, los cortejos fúnebres, los homenajes.

(*) Esta nota es, antes que nada, un homenaje a los que trabajan por la salud pública. También es parte de la historia de Olavarría con datos que no se enseñan en las escuelas pero que, en las circunstancias que vivimos, merecen ser conocidos (Aurora Alonso de Rocha).