En Bolivia, como en muchos países, se escucha la frase: “cada pueblo tiene los gobernantes que se merece”. Esta idea, originalmente de Joseph de Maistre, fue ajustada por André Malraux, quien fue más allá y dijo que cada pueblo tiene los gobernantes que se le parecen. Y en Bolivia, nos parecemos bastante.

No es fácil digerir que nuestros líderes corruptos, ineficientes y mediocres son un espejo de nuestra sociedad. Pero lo son. Desde el presidente hasta el concejal del municipio más remoto, ¿acaso no replican lo que ya vemos todos los días? Queremos políticos íntegros, pero a nivel ciudadano ¿cuántos de nosotros lo somos? Desde colarnos a una fila hasta buscar favores o sobornos para agilizar trámites, mientras aceptemos y promovamos la corrupción en nuestras pequeñas interacciones diarias, no podemos esperar otra cosa de nuestros líderes. Lo que se ve en la política es un reflejo aumentado de nuestras propias fallas.

Bolivia tiene problemas profundos, pero si somos honestos, muchos de ellos nacen en nosotros mismos. Nos quejamos de la corrupción en el gobierno, pero ¿acaso no buscamos favores o nos saltamos las normas cada vez que podemos? La educación, el acceso a oportunidades, la responsabilidad cívica, todas estas áreas se ven socavadas porque, como sociedad, hemos normalizado la mediocridad y el “vivo”. La educación es clave, sí, pero también está podrida. No se enseña pensamiento crítico, se enseña a sobrevivir, a jugar en el sistema. No invertimos en aprender a ser mejores personas, sino en cómo sacar la mayor tajada con el menor esfuerzo posible.

Elegimos líderes que nos parecen atractivos no por su capacidad, sino por sus promesas vacías y su capacidad de conectar con ese lado nuestro que busca la salida fácil. Y luego nos quejamos. Pero, ¿qué más esperábamos? Ellos son el reflejo exacto de lo que somos como sociedad: un conjunto de personas que valora más el engaño que el esfuerzo.

Bolivia, como cualquier país, puede contar con excepciones en su tejido social. Hay individuos y grupos que se esfuerzan por romper con este ciclo de corrupción y conformismo. Gente que lucha por la honestidad, por la educación y por un mejor futuro. Sin embargo, estos esfuerzos parecen sobrehumanos cuando se enfrentan a un sistema tan profundamente arraigado en malas prácticas. Estos grupos necesitan más que aplausos o reconocimiento. Necesitan que toda la sociedad se una a su causa, que compartamos su visión de una Bolivia donde la educación, la responsabilidad y la integridad sean los pilares de nuestra convivencia.

Pero no nos engañemos: no importa cuántas veces cambiemos de presidente o de gobierno. Mientras sigamos siendo una sociedad que premia la corrupción, la pillería y el mínimo esfuerzo, nuestros gobernantes serán más de lo mismo. Estamos atrapados en un ciclo que no tiene final porque nosotros no queremos cambiar. Bolivia no necesita milagros ni líderes mesiánicos. Necesita ciudadanos que dejen de actuar como si el problema estuviera solo en los de arriba.

Así que la próxima vez que nos quejemos de nuestros líderes, miremos en el espejo. Porque lo que vemos en ellos no es más que una versión amplificada de nuestra propia mediocridad. Mientras sigamos así, seguiremos teniendo exactamente lo que merecemos. Y esos grupos que luchan genuinamente por la unidad y el cambio no podrán avanzar si no les acompañamos en esa lucha.