Semmelweis, pionero de la profilaxis
Por José Luis Toro. Periodista y abogado
La vida de Ignaz Philipp Semmelweis, el médico húngaro que descubrió los principios de la asepsia, en una época en la que la fiebre puerperal causaba estragos en la Europa del siglo XIX, reúne todos los rasgos, las particularidades, las características indefectibles de una tragedia, de una tragedia griega.
Al finalizar sus primeros estudios, es enviado por sus padres a Viena, entonces capital del imperio Austrohúngaro, con el propósito de que siguiera allí la carrera de Derecho. Su padre, que regentaba una tienda de comestibles, aspiraba a que su hijo llegara a ser auditor en el ejército de Francisco de Austria.
El año 1837, después de cuatro días de viaje, al llegar a Viena, la primera impresión que recibe de esta ciudad es francamente mala. “Querido amigo”, le escribe a Markusovsky, al día siguiente de su llegada: “cómo añoro nuestra ciudad, nuestros jardines, nuestros paseos. Nada me resulta agradable aquí”.
Nunca llegaría a querer a Viena. La verdadera razón de esta antipatía le es entonces desconocida. La vida se encargaría de dársela más tarde.
Un día, sin advertírselo a su padre, sigue un curso en el hospital. Después una autopsia en una cueva, cuando la ciencia interrogaba a los cadáveres a cuchillo.
Haciendo circulo alrededor de la cama de un enfermo, puede escuchar a Skoda, el gran médico de la época, de brillante erudición y sagacidad, lo que cautivó a Semmelweis, que pronto llegó a convertirse en su alumno preferido.
Otro hombre que llenó su pensamiento fue en ese tiempo, Rokitansky, que llegaría a ocupar la primera cátedra de anatomía patológica en Viena. Ambos, tanto Skoda como Rokitansky, esos dos maestros, siguieron ansiosamente los trabajos y los progresos de su discípulo inolvidable. Le verán después con mucha tristeza subir los peldaños de su calvario, sin llegar a comprenderlo.
El año 1844 Semmelweis presenta su tesis doctoral, ante un jurado presidido por su maestro Skoda. El título de su tesis, escrita en latín de acuerdo a las normas de la época, es: “La vida de las plantas”. Un trabajo de apenas doce páginas.
Ya con el título de Doctor en medicina, espera trabajar con Skoda, pero cuando se abre el concurso oficial para la plaza de asistente, se presenta otro candidato, que por antigüedad obtiene el puesto. Semmelweis es eliminado.
Durante los dos años siguientes trabajará en el entorno de Rokitansky. El 16 de noviembre de 1848, obtiene el título de cirujano. Pero no encuentra ninguna vacante. Para colmo, la ayuda material que le brinda su familia se ve reducida, a causa de laenfermedad de su padre y del estancamiento del negocio familiar.
Antes de Pasteur, (Químico, farmacéutico y microbiólogo francés), nueve de cada diez operaciones terminaban en muerte o en infección, que no era más que una muerte lenta.
Contando con el muy bajo índice de éxito en las cirugías, se operaba muy poco. Sólo tres o cuatro cirujanos realizaban las escasas operaciones. Impaciente, después de haber pasado dos años en la cirugía, escribe: “Todo eso que se hace aquí me parece bastante inútil. Los decesos se suceden con simplicidad. Se continúa operando sin saber verdaderamente por qué un enfermo sucumbe mucho antes que otro, en las mismas condiciones”.
Ya que la cirugía no ofrece mucho, se vuelve del lado de la obstetricia.
En el Hospital general de Viena, en medio de losjardines, se levantaban dos construcciones idénticas, contiguas, destinadas a la maternidad. El profesor Klin dirigía uno de los pabellones. El otro estaba a cargo del profesor Bartch. Klin necesitaba un asistente. Se le ofrece a Semmelweis, pero este no tenía todos los diplomas requeridos. En un plazo de dos meses aprueba todas las materias requeridas. Es así como una mañana de febrero, en la que sopla un viento implacable, se presenta en su nuevo servicio. Pensaba encontrar en esta nueva actividad más tristezas que las que había conocido en la cirugía, pero no podía imaginar el vértigo de desolación, la intensidad dramática que era el pan cotidiano bajo Klin. Pronto advierte que, si el riesgo de muerte de las parturientas era alto en el pabellón de Bartch, en el de Klin, los riesgos de muerte equivalían a una certeza. Parte de un hecho. Donde Bartch mueren menos parturientas que donde Klin, y sobre esa base indiscutible procura generar una explicación válida. Algunos opinan que bajo Bartchsólo son mujeres, matronas, las que atienden en los partos, mientras que bajo Klin son los estudiantes, hombres, que con poco miramiento tratan a las parturientas, lo que explicaría la diferencia de los decesos.
Se procede a un cambio. Se lleva a las matronas a pabellón de Klin, y a los estudiantes al pabellón de Bartch. La tasa de mortalidad aumenta en estaocasión bajo Bartch. Semmelweis se fija en los estudiantes. Los observa de cerca, sigue sus movimientos, mira todos sus procedimientos. Ve que tratan a las parturientas, todas pobres y de las capas más bajas de la sociedad, después de haber diseccionado cadáveres, que manipulan los cuellos de úteros viniendo de las salas de disección, sin tomar ninguna previa medida higiénica. Un día percibe un resplandor en toda esa oscuridad. “La causa que busco está en nuestra clínica, y no en ningún otro lugar” le dijo a su amigo Markusovsky. Piensa en hacer practicar el lavado de manos con una solución de cloruro de cal a todos los estudiantes antes de abordar a una mujer encinta.
“Son los dedos de los estudiantes - escribió Semmelweis - que contaminados por recientes disecciones transportan las fatales partículas cadavéricas a los órganos genitales de las mujeres embarazadas, sobre todo a nivel del cuello uterino”.
Klin, le pide una explicación, porque ese previo lavado de manos le parece ridículo. Había logrado agrupar a un gran número de adversarios contra ese nuevo método. El personal del hospital declara que es inútil someterse a un “malsano lavado de manos”.Sus enemigos, cada vez más numerosos, se burlan de sus esfuerzos y Klin aprovecha la ocasión para despedirle.
Klin, en toda su estupidez, sostiene que son los estudiantes extranjeros los que propagan las infecciones y despide a veinte de ellos. Desde entonces ya no le sería posible mostrarse en el hospital a Semmelweis, cubierto de injurias por parte de los enfermos, estudiantes y personal del hospital.
No obstante, la academia de ciencias declara que lo descubierto por Semmelweis presenta un gran interés para el futuro de la cirugía y de la obstetricia, y propone la creación de una comisión para examinar con toda imparcialidad los resultados obtenidos. En respuesta, el Ministerio despide a Semmelweis por segunda vez, prohíbe reunirse a la comisión y ordena al inventor de la profilaxis abandonar Viena cuanto antes.
Semmelweis regresó a Hungría, y es allí es donde redactó su obra capital:” Etiología de la fiebre puerperal”, sin que ninguno de los grandes médicos de Europa tomara con el interés que requería ése magnífico trabajo, en el que invirtió cuatro largos años de su vida.
Sin apenas ingresos, socorrido por amigos, algún tiempo después tuvo que ser ingresado en un asilo de alienados, durante un tiempo. Después era frecuente verle caminar a pasos espasmódicos por la ciudad. Murió el 16 de agosto de 1865, a la edad de cuarenta y siete años.
El profesor Widal, escribió en su homenaje: “Él ha indicado desde el primer momento los medios profilácticos que se deben tomar contra la infección puerperal, con una tal precisión que la antisepsia moderna no tiene nada que añadir a las reglas que él había prescrito”
Hoy Semmelweis es recordado como el pionero de los procedimientos antisépticos y como el "salvador de las madres".