Cuando Brasil aún era uno más entre los participantes de la Copa del Mundo, en Francia 1938 empezó a construir su inigualable historia de la mano de un moreno que asombró el mundo: se llamaba Leonidas Da Silva, el de varios apodos pero de un talento único. Le dijeron "El hombre goma" por su increíble elasticidad, pero a partir de la tercera cita mundial fue para siempre "El diamante negro".

"Era un jugador rigurosamente brasileño. Tenía la fantasía, la infantilidad, la improvisación y la sensualidad de nuestros típicos cracks" lo definiró luego de su muerte, en 2004, el dramaturgo brasileño Nélson Rodrígues.

Nació en Río de Janeiro el 6 de septiembre de 1913; a los 16 años ya era jugador profesional en Sao Cristóvao, pasó por Sírio e Libanés, luego llegaría al Bonsucesso, contribuyó a la grandeza de Nacional de Montevideo, pero las "saudades" impulsaron su retorno a Río, en el Vasco da Gama.

No tuvo un buen Mundial en Italia 1934, donde Brasil fue eliminado en primera ronda, aunque ante España en Génova marcó el único gol del equipo sudamericano en aquel campeonato. A su regreso pasó al Botafogo, donde perfeccionó una jugada que en Brasil fue creada por Pretonilho de Brito: la chilena

Flamengo fue su siguiente paso, y hasta su desvinculación en 1942 sucedió su irrupción Mundial, en Francia en 1938, donde fue la figura excluyente de la selección brasileña que cayó en las semifinales frente al campeón Italia.

Dicen que Ademar Pimenta, entrenador del scratch, decidió preservar a Leónidas para la final del campeonato, pero la jugada le salió muy mal. Brasil perdió 2-1 con Italia y extendió una sequía que se extendería por 20 años más, hasta Suecia 1958.

Fue el goleador de aquella Copa, con 7 goles. Marcó un gol de chilena, pero el árbitro lo anuló porque desconocía esa forma de golpear el balón. También fue protagonista de otro hecho curioso: en la victoria brasileña 6-5 sobre Polonia anotó el segundo gol descalzo, cosa que no estaba permitida por el reglamento.

Prócer en Brasil, de Flamengo pasó a San Pablo, donde más de 10 mil personas estuvieron el día de su presentación, y fue un ícono que ayudó a construirse con los campeonatos paulistas de 1943, 1945, 1946, 1948 y 1949, y allí se retiró a los 37 años, un año después de su última vuelta olímpica.

Una vez retirado, una firma productora de chocolates propuso homenajearlo con una línea de productor "Diamante negro";  realizó una publicidad célebre en Brasil por aquellos tiempo, aunque rechazó retribución alguna. Fue entrenador, periodista, hasta que un alzheimer y la diabates se llevó en 2004 al primer genio que Brasil le dio al fútbol mundial.