Devoción del padre Pío a la Virgen de Pompeya
La primera visita al santuario de Pompeya la cuenta él mismo, en la carta del 5 de octubre de 1901, al papá emigrado a la Argentina: "Querido padre, no puedes imaginar con cuánta alegría hemos recibido tu carta con la que nos aseguras que gozas de buena salud... Acerca de la queja hecha a mamá por mi ida a Pompeya, tienes mil razones; pero debes pensar que el año que viene, si Dios quiere, terminarán todas las fiestas y las diversiones para mí porque abandonaré esta vida para abrazar otra mejor".
Dice de nuestro capuchino un autor: "Quizás se remonta al viaje a Pompeya el comienzo de su tierna devoción a la Virgen del Rosario y su recurrir asiduo a Ella en todas las necesidades". También otro autor escribe a propósito del padre Pío: "Podía repetir verdaderamente confiando y siempre esperar en la maternal protección de la Virgen pompeyana. Nutría una confianza indestructible en la eficacia de la piadosa práctica de las ‘tres novenas’, que se encuentran explícitamente recomendadas más de 25 veces. Pero junto a las fórmulas de la ‘novena’ se debía realizar la comunión cotidiana en honor de la Virgen y el rezo completo del santo rosario. Y esta práctica mariana la recomendaba tanto a sus directores espirituales como a las almas a él confiadas".
Padre Pío le decía al padre Benedetto el 24 de enero de 1915:
"Mi querido padre, Jesús y María estén siempre contigo... He aquí, padre mío, otra humillación para mí. La prueba a la cual Jesús me está sometiendo es superior a todas mis fuerzas: Dios y mi querida Madre de Pompeya, a quien novenas tras novenas, ya son más de tres años, saben qué he hecho para ser escuchado en tan dura prueba. Sólo ellos comprenden y son testigos del dolor que me oprime el corazón. ¡Ay de mí! Padre mío, para mí no habrá más consuelo hasta que el maestro divino me llame consigo".
El 14 de diciembre de 1915, el padre Agostino responde así: "Querido hijo mío en Jesucristo... Todas las almas de Jesús rezan por ti. Yo, no obstante indignamente, he comenzado a la vigilia de la Inmaculada las tres novenas a la Virgen de Pompeya, nuestra Mamá amadísima: estas mismas tres novenas las he recomendado también a otras almas; he escrito enseguida a doña Raffaelina, para que también ella y otras almas que tú conoces hagan las mismas novenas".
Regresado desde Nápoles a Pietrelcina seguidamente al éxito de la revisación militar, nuestro religioso escribe al mismo padre diciendo: "El Señor, padre mío, ha querido él mismo obrar este sacrificio, ha querido él mismo tomar la defensa de su siervo, gracias a la intercesión de nuestra querida madre María santísima de Pompeya".
Después de la revisación militar, en efecto, el fraile capuchino había obtenido un año de convalecencia por motivos de salud.
Las intenciones de las "tres novenas" propuestas a las hijas espirituales son muy variadas, pero siempre de orden sobrenatural y para el bien de las almas. Por ejemplo, así le recomienda a doña Raffaelina Cerase: "Desde hacer varios días que mi alma se siente como oprimida por un cerco de hierro; reza, pues, al Dios benigno que me dé las fuerzas para soportar con mérito su pesada voluntad. Te estaré siempre agradecido si a las oraciones agregases las tres novenas a la Virgen santísima del Rosario de Pompeya con las comuniones que harás en este tiempo, todo según mi intención por una gracia que espero de la bondad del Señor, cuya gracia me parece ser para gloria de Jesús".
"Te rogaría, si no te fuese incómodo, que me hagas el favor de hacer tres novenas continuadas a la Virgen de Pompeya para conseguirme una gracia de su Hijo, que es de mucho provecho para un alma".
El último gesto de devoción del padre hacia la Virgen del Rosario de Pompeya: cuatro días antes de su muerte, dedicó un precioso recuerdo a la Santísima Virgen de Pompeya. Era el 19 de septiembre de 1968, víspera del cincuenta aniversario de sus llagas. (Colaboración)