Gabriel Antonio, animador infantil
Tenía quince años cuando decidió dejar el secundario para dedicarse exclusivamente a actuar, enfrentando la oposición previsible de sus padres. Es que ya sentía que por sus venas corría "sangre de artista".
Julieta Portillo / EL POPULAR
Desde su infancia sintió que la magia era parte de su vida. No hay una fecha que determine cuándo se decidió por vivir de la actuación pues este sentimiento estuvo desde siempre, "desde que tengo uso de razón", dice.
Apasionado, sensible y tenaz, "con sangre de artista", como él mismo argumenta. A Gabriel Antonio, "dador de ánimo" como se define, sólo le importa ser libre y hacer lo que más le gusta: "actuar, cantar y bailar...". Siempre le resultó difícil enmarcarse dentro de lo tradicional, tanto en sus juegos de niño como en su trabajo.
Lo artístico atravesó toda su vida: los títeres hechos con sus deditos pintados de todos colores que traspasaba por los pequeños agujeros que recortaba en las sábanas de la mamá; un escenario sobre la mesa de la cocina frente a decenas de niños imaginarios que lo miraban y aplaudían. A un lado quedaban los últimos autitos que salían al mercado, los soldaditos con sus rifles listos para la batalla, o los robots a pilas. Todo tenía que ver con la escena, el representar para otros.
"Fue difícil mi infancia", confiesa. Tenía muy pocos amigos de su edad. "Era el patito feo o el loco. Pero si ser loco es hacer lo que te gusta, dar alegría, no hacerle daño a nadie y vivir despegado de este mundo materialista, mercantilista, comerciante y con poca sensibilidad, prefiero mil veces ser loco", expresa con convicción.
Nada le interesaba más que actuar para divertir a los demás. Su gran pasión era el circo, lo había construido en el patio de su casa. Unos bloques de cemento acomodados en forma de círculo representaban la pista. Era especial su circo: no tenía carpa ni animales, y la arena Montevideo reemplazaba al aserrín. Pero era su locura, "era mi vida. Significaba dar alegría, brindar emoción", cuenta como queriendo expresar lo que en aquel entonces sentía que nadie comprendía.
Para promocionar su espectáculo, equipó una bicicleta color azul con un grabador y un parlante. Y así daba vueltas y vueltas alrededor del barrio, anunciando: "¡¡¡HOY, gran función del CIRCO...!!!".
A los 15 años, contrariando los deseos de sus padres, abandonó sus estudios secundarios para dedicarse de lleno a la escena. Aún hoy Gabriel se pregunta, qué significa "ser normal y qué ser anormal: ser distinto y pensar distinto, tener una comparsa y cantar en la calle, no atenerme a las normas sociales, no vestirme con colores oscuros. Ser libre y hacer lo que me gusta", se responde.
Y así fue creciendo, con su mundo de fantasías creado para transmitir emociones. Cantando y bailando. Mucho de su profesión lo aprendió en las plazas. "Ahí sentía lo que significaba la posibilidad de ser libre".
Su mayor referente fue Carlitos Balá. "Siempre dije que quería ser como él", confiesa. Ni se imaginaba Gabriel que a los 26 años se lo iba a cruzar por esas cuestiones del destino "y me dijo, ''yo, pibe, te admiro'', y ahí se me produjo un click. No lo podía creer", cuenta.
Pues para Balá, Gabriel tiene algo que no todos los artistas tienen: "vos escribís, actuás, dirigís, componés, vendés y comprás. No como muchos de nosotros que tenemos que esperar que un teléfono suene para poder trabajar" y eso es lo que admiraba.
En Buenos Aires trabajó en la Rural, Divercenter y El reino de los cachorros. Cinco años vivió en la gran ciudad y llegó a actuar en el programa "El portal de la vida", junto con Raúl Portal. Esa fue su primera experiencia en televisión.
Para Gabriel su familia es sencillamente maravillosa. Su padre, un trabajador que "nos dio todo tanto a mi hermana como a mí" y su madre "una madraza", define. A sus abuelos pudo compartirlos muy poco tiempo.
Gabriel se siente muy comprometido con lo que hace, con los chicos, con la escena. Y explica que es "el puente para que ellos sean los protagonistas, desde ahí sale esa magia que se produce en cada espectáculo. Soy un chico más en el escenario porque me siento un chico de corazón. Me permito divertirme y disfrutar de lo que hago".
Con sus 34 años, tiene aún muchos sueños por cumplir: hacer su propio programa de TV en un canal abierto. Crear una fundación. Generar trabajo a la gente y "darles la posibilidad que yo todavía no tuve porque personas creativas hay a montones".
Pero hay muchos otros sueños que cumplió. Como tener su propio circo, similar a aquel que imaginó en su niñez. Porque éste también es especial: es el primer circo en la historia nacional que es gratis para todos los chicos y fue declarado de interés provincial por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia.
Y "El Show de Gabriel", otro de sus anhelos. Ahí está aquella fantasía de niño: brindar alegría, diversión, cantar y bailar. Actuar.
"Luché toda mi vida por esto. Hoy puedo decir que soy libre y vivo dignamente de lo que me gusta. Pasó el tiempo y resultó que aquel loco que andaba en bicicleta no lo estaba tanto".