Glifosato y salud: semillas de una polémica que no para de crecer
El primer día, el hombre creó la semilla. La regó con glifosato y sembró la polémica. Cosechó tanto éxitos como denuncias. Mientras, la planta seguía creciendo. Hasta que alguien arrojó una bomba mediática y la planta estalló, esparciendo un humo espeso por todo el país. Desde entonces, la semilla de la controversia encuentra constantemente nuevas razones para volver a nacer.
"El modelo productivo del país está basado en agroquímicos: si se prohíben, se acaba el negocio", sintetiza a la Agencia CTyS el doctor Andrés Carrasco, investigador principal del Conicet en el Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA. Se trata del científico que en 2009 arrojó la "bomba mediática", al presentar su investigación hecha con embriones de anfibios y pollos en la que demostraba que el agroquímico más utilizado en la Argentina, el glifosato, causaba malformaciones (http://pubs.acs.org/doi/abs/10.1021/tx1001749).
Sin embargo, el herbicida continúa clasificado como "producto poco peligroso" por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y así permanece registrado en el Senasa, la autoridad regulatoria del país. Pero distintos profesionales denuncian su toxicidad, su presencia en alimentos y fumigaciones ilegales, mientras proponen proyectos de ley e impulsan cultivos orgánicos como alternativa al modelo.
Una dosis de problemas
Todo empezó en 1996, cuando el entonces presidente Carlos Menem autorizó la soja transgénica en el país. Según Medardo Ávila Vázquez, médico pediatra y neonatólogo, y coordinador de la Red de Médicos de la UNC, mientras al principio los productores usaban dos o tres litros por hectárea, actualmente consumen entre diez y doce para la misma superficie.
"Es un problema de dosis, no solamente del producto en sí. Al eliminar el monte nativo para expandir el monocultivo de soja, la naturaleza responde tratando de encontrar espacios donde puedan crecer distintas especies. Entonces, empiezan a aparecer malezas más resistentes y nuevas plagas, por lo que se necesitan mayores dosis del veneno para combatirlas", explica Ávila Vázquez.
Para el coordinador de la Red, "la fórmula comercial es más nociva que el glifosato puro, porque tiene aditivos que posibilitan una absorción mas rápida por parte de la planta, pero también por animales y humanos". Sin embargo, esto no coincide con la clasificación del Senasa, basada en la OMS, que tiene registrado al glifosato como producto de clase III (poco peligroso), y al formulado comercial como clase IV (producto que normalmente no ofrece peligro).
"Desde el sector de la salud cuestionamos absolutamente la clasificación. Lo que pasa es que el directorio del Senasa está constituido por representantes del Ministerio de Agricultura que están en el negocio de las retenciones, de la Mesa de Enlace y de la cámara de productores de agrotóxicos. Entonces, ellos discuten qué van a autorizar en función de sus necesidades productivas", argumenta Ávila Vázquez.
Según el médico, en Canadá, en cambio, la entidad que regula este tipo de cuestiones depende del Ministerio de Salud. En Europa, en tanto, son los propios campesinos y sectores industriales los que, en muchos casos, eligen no producir transgénicos. Austria es un caso modelo. En 1997, determinó que no quiere transgénicos a través de un plebiscito. Pero, aunque no produce, no tiene prohibido comprar.
En Latinoamérica, los principales países sojeros son la Argentina, Brasil y Paraguay. Por otro lado, en Bolivia también se quisieron introducir transgénicos, pero luego de un debate intenso al respecto, el presidente Evo Morales promulgó, en junio de este año, una ley para fomentar el desarrollo agrícola y proteger así las semillas nativas.
En tanto, para el ingeniero químico Horacio Beldoménico, uno de los responsables del informe sobre la toxicidad del glifosato que realizó el año pasado la Universidad Nacional del Litoral (UNL) a pedido del juzgado de primera instancia del distrito Nº 11 de San Jorge, ciudad de Santa Fe, es importante estudiar en profundidad los efectos del producto usando las variables locales. "Eso determina la gran diferencia que existe con decir apresuradamente que las prácticas agrotécnicas actuales generan efectos adversos en la salud", indica.
Cultivando alternativas
Carrasco insiste en que el modelo productivo del país basado en la exportación de soja transgénica es el gran eje de la polémica. "El glifosato ya es algo anecdótico. Hoy hay veinte millones de hectáreas de soja transgénica. Dentro de cinco años, se quieren tener veinticinco; y en diez años, treinta. Ese es el verdadero problema", advierte.
La mayor parte de la producción de soja se exporta. Principalmente, sale procesada como aceite, pellets o granos de soja. Las grandes regiones sojeras del país comprenden las provincias de Córdoba y Santa Fe, seguidas por el norte de la provincia de Buenos Aires, con las localidades de Salto, Rojas, Saladillo y Pergamino.
Según el ingeniero Beldoménico, una ventaja del método utilizado para sembrar soja transgénica, denominado "labranza cero", es que minimiza el riesgo de pérdida de suelos por erosión, provocado por la remoción de tierras a la que otras técnicas deben recurrir. Sin embargo, Ávila Vázquez señala que, al no arar la tierra se necesita, por un lado, una mayor cantidad de glifosato, y por el otro, una menor cantidad de mano de obra, porque "con un equipo de seis personas se pueden trabajar miles de hectáreas".
Un referente en experiencias con cultivos orgánicos es el ingeniero agrónomo Claudio Sarmiento, que brinda asesoramiento a grupos de productores cordobeses en el marco del Programa Cambio Rural del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), surgido como un proyecto de extensión de la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC). En los campos orgánicos que supervisa el ingeniero hay agricultura, ganadería y apicultura. "Es el modelo de la chacra diversificada que había en la zona hasta que la soja arrasara con todo", asevera. El fertilizante que utilizan es el estiércol de las vacas que crían, y según calcula el ingeniero, con dos bovinos por hectárea, se obtienen ocho mil kilos de estiércol por año.
"Conozco campos de hasta cuatro mil hectáreas que hace más de veinte años no usan agroquímicos", cuenta Sarmiento, y señala que la agricultura orgánica no tiene mucha difusión a causa de los intereses en juego. "Este tipo de agricultura es muy rentable para los productores, porque las ganancias van para ellos, ya que no dependen de las empresas proveedoras de insumos", explica. "Además, los cultivos orgánicos tienen un sistema diferenciado de retenciones: mientras para la soja transgénica es de un 35%, para la orgánica es del 10%". Fuente: Nadia Luna (Agencia CTyS)