Martín Molinaro, ¿un artista diferente?
"Mi inicio, a full, fue como dibujante humorístico. Lo único que estudié, fui con Garaycochea, en Buenos Aires; lo mío era todo humor gráfico. Arranqué a los 15 en Rafaela, de donde soy, y dejé a los 30. Fueron 15 años con 360 chistes por año, como 5.000 en total. Ese personaje que creé se llamaba Matín: era un mate que hablaba con la gente. Era el enfoque de humor cotidiano, de hacer reír pero con la complicidad del lector con el personaje que te libera del chiste diario. Algo así como Clemente, que ya viene con una historia detrás. Dejé de hacer humor y seguí con las ilustraciones, como hoy que ilustro cuentos para chicos, pero siempre amagando con volver a hacer algo de humor" arrancó contando Martín Molinaro (41 años cumplidos el 1 de febrero), quien hoy hará performance en el Centro Cultural Hogar San José.
"En 2001 hubo situaciones contextuales y afectaciones personales ante ese contexto, y todo eso hizo que cambiara muchas cosas. Mi vida cambió. Es que yo arranqué antes que mis amigos, porque ellos comenzaban a ubicarse en la vida a los 25 años y yo a los 15 ya me enfrenté con conflictos de dibujante de un diario con presiones políticas, y que a la gente le guste lo que hacés es una responsabilidad. Me dio cierto adelanto en la madurez y coincide que hubo una crisis contextual. A esa edad ya tenía una vida laboral conformada, con cuatro suplementos en el diario de Rafaela, y un estudio de diseño gráfico. Pero se tumbó mi empresa con empleados. Me afectó" recuerda Martín, locuaz, gestual, todo inquieto dentro de ese 1,70m.
"A los 17 quería ser humorista gráfico y a los 30 no quería hacerlo más. Decidí cerrar mi estudio, me compre una camioneta, una Ducato, la armé como una casa y salí a viajar y recorrer la Argentina. Casi un año: 363 días exactamente. Inclusive pasé por Olavarría. Fue un año de búsqueda, porque cerré una puerta para abrir otra, y ahí empecé a pintar. Venía de una formación autodidacta y pasé a hacer arte, que era una palabra sagrada casi. Mis pinturas eran ilustraciones en gran tamaño. Y saqué fotos también" dice, en medio de un café en Piazza Mamma, donde en una charla de dos horas fue contando su vida.
"En ese momento hice un laburo del que no tomé conciencia y marca lo que hago hoy. Pase por Ushuaia, y pinté un mural en una pared que yo lo llamo ''de los 5.567 kilómetros'', que es la distancia que hay desde Tierra del Fuego hasta La Quiaca. La primera mitad la hice en el sur y la otra en el norte, y mediante dos fotografías se une en una sola obra, pero separadas por todo el país. Fue una idea divertida en ese momento", explicó este artista que vive 3 meses en Berlín, está instalado en El Hoyo, Montevideo, y que también pasa por Rafaela para visitar a su familia y amigos.
"Después volví a Rafaela y monté un centro cultural con quien luego fue mi pareja (Meli Eijo). Era novedoso. Fue un centro de arte contemporáneo, seguí pintando. La gente pensaba que estaba loco y ahora la entiendo, pero hay una diferencia entre ser loco y hacer arte. Yo siempre digo que puedo ir y volver. El arte tiene estadios de locura, pero también aparece el rol de la institución que lo legitima y como artista te sentís protegido y contenido dentro de una estructura. Hasta que la locura que hacía en Rafaela fue reconocida como obra de arte en Suecia, y ahí pasé de ser un loco para mi vecina para ser un artista", agregó Martín.
"Es que mi propuesta de artista inicial en Rafaela fue fuerte. Salté de la pintura a un centro cultural under, en una cultura piamontesa. Era condenatorio. Esa movida tuvo mucha energía y marcó a Rafaela en muchas instancias. Fue un chorro de energía sin control. Pasaron diez años y puedo hacer lecturas, pero en ese momento no. Eso define mi obra hoy. Le llamábamos actos, que arrancaban a las doce de la noche y hacía una serie de cosas con gente que convocaba. ¿Qué cosas?, por ejemplo las basadas en el absurdo. Una que recuerdo es con una amiga freíamos milanesas y ella se las tiraba a la gente. Era un disparate. Un amigo trajo ovejas, las teñí de azul y les pusimos ruleros, y la gente transitaba la sala sobre fardos de pasto conviviendo con esas ovejas. Otro disparate. De mucha libertad, lo que con el tiempo se llamó fluxus" explicó Molinaro.
"Una vez me invitaron a la Bienal del Caribe en la República Dominicana. Presenté una obra, ''La máquina para volver'', que la amo. Es un artilugio lúdico producto de la tecnología tercermundista. Lo fabriqué con mi papá, que es hábil con las manos e hicimos una máquina plegable que se coloca en el cuerpo con una rueda adelante con suspensión, piñones para mover con una manija y un carretel de hilo de 2 mil metros. Y la performance consiste en atar el hilo a un punto de partida y caminar. Cuando llegás al final, das la vuelta y volvés. Lo hice en la peatonal y la crítica fue buena. Y después me doy cuenta de que lo que venía haciendo en Rafaela era performance. Yo no sabía. Le decíamos actos anteriormente. Arrancó así mi nueva carrera artística. Y acá estoy", terminó contando Martín Molinaro.