Resulta difícil, y si se quiere osado, enfrentar un relato sobre una omisión deliberada de la autoridad municipal, respecto de la personalidad tan trascendente como ha sido la de Amalia Lacroze de Fortabat, ante su muerte. Pero es imprescindible hacerlo por la salud moral de la institucionalidad y de los habitantes de la ciudad, en su historia, en su presente, y siempre.

No parece cierto tener que ver cómo el Gobierno Municipal y los representantes municipales y provinciales en la jurisdicción local se han desentendido de la persona y de su fallecimiento, como si hacerlo estuviera en la normalidad de las cosas, cuando la relevancia ha tenido la notoriedad y el beneficio de miles de olavarrienses.

La crónica del Diario, inmediata al fallecimiento (que se contradecía con la información de la suspensión oficial de los corsos por lluvia), tradujo objetivamente la trayectoria de la vida de Amalita, exaltando la mucha obra filantrópica puesta en la ciudad; pero la faz institucional de la ciudad ha hecho "mutis por el foro", como si hacer lo contrario resultara pecaminoso o prohibido. Ni siquiera una necrológica de estilo desde la Comuna, que muy pocos y casi todos muy allegados bosquejaron.

Y era de estricta justicia humana y política que haya debido ser otra la conducta.

Es incomprensible la actitud de egoísmo político que campeó el hecho, que dejó al descubierto una desembozada subordinación del gobierno municipal al orden nacional, mezclando, o no distinguiendo las cosas que dejó Amalita para la posteridad en la comarca. Esas verdades son todas, sin distinción de banderías políticas y menos aún de las entelequias que hoy gobiernan la ciudad, una verdad objetiva de todo tiempo, que deberán ser recordadas para todos los tiempos. Porque Amalita excedió siempre, y excede mucho más por su muerte, cualquier diatriba que se pretenda hacer entre gobiernos militares o gobiernos civiles, al menos a lo que a la Municipalidad de Olavarría compete.

No escapará al lector ver cómo, por carácter transitivo, una corona de Ernestina Herrera de Noble (Diario Clarín, por supuesto) se haya podido enervar al grado de silencio sepulcral, la necesaria expresión positiva y de la mayor pompa posible que debió desplegar la Municipalidad de Olavarría (antes que "la gestión de..."), cosa que inexplicablemente y para siempre ya no se produjo. Al respecto habrá de recordarse que los honores póstumos históricamente han estado siempre presentes en el protocolo municipal y por cosas más nimias, si se quiere, lo que descubre la intencionalidad de no hacer ningún homenaje en el caso, por motivaciones que sólo pueden tener el origen del ostracismo premeditado.

Y aclaro que no podría haber otra explicación en la correlación de importancia de la persona ante la obra magnánima y perpetua que produjo, lo que tan bien desarrolló, casi sólo desde lo periodístico El Popular el domingo próximo pasado.

Es que en el asunto se ha colado una cuestión de otra laya, que nada tiene que ver con Olavarría, su comunidad y su gente como entidad institucional, que jamás pudo estar ausente, ni provocado el divorcio con el necesario reconocimiento, ante lo ineluctable de la muerte.

De ahí que cuadre decirse, a modo de explicación de lo que no ocurrió caprichosamente, que quien pretende gobernar debe saber antes qué es vivir, como forma de saber, y después, cómo hacerlo. Y dicho esto, explicarse, que no reconocer qué es la vida, o creer que la vida es sólo lo que uno quiere ver o se quiere que sea, traduce un desconocimiento importante, que suele traer tropiezos importantes.

Ergo, hacer política es tener vida conocida, antes de poder ocuparse de la vida de los demás, o de actuar por ellos. O sea tener memoria, o acordarse de los que la tienen.

Lo contrario trae el singular estropicio como el que ha quedado expuesto ante la omisión de la autoridad municipal, que ha dejado a la Municipalidad de Olavarría descolocada ante la muerte de la dilecta filantropía calificada de la manera dicha por El Popular en título de tapa del domingo: "Murió Amalia Lacroze de Fortabat. Se fue una figura que marcó toda una época de la historia local".

¿Y qué decimos ante lo inevitable de la omisión? Decir que es un caso de soberbia como presunción de amor propio desmedido con altivez injuriosa, no alcanza para calificar la actitud y conducta del Intendente Municipal y/o del Concejo Deliberante, o de los concejales individualmente, sino que se trata de un caso de "ignorancia" en el peor sentido político, que se traduce en quienes no tienen historia (o carecen de memoria suponiendo que conozcan) y actúan como dueños de ella, sin importarle nada de nada, ni de nadie.

Y así llegamos al colmo del "furcio" emisivo, porque si Amalita mereció desde la Municipalidad de Olavarría un reconocimiento en vida, como el que tuvo por una "Sesión Especial" (especialísima diría) del Concejo Deliberante en el año 1995, bajo la presidencia del Dr. Jorge Scuffi, y a instancias del Gabinete en pleno de aquel Departamento Ejecutivo de Helios Eseverri, con un Concejo Deliberante unánime (ver versión taquigráfica), es evidente que siguiendo esa trayectoria pública, no desmerecida en el tiempo posterior, el fallecimiento no pudo ser un mero hecho, debió ser el definitivo agradecimiento de la ciudad y pueblo de Olavarría. La Bomba de Cobalto, el posterior Hospital de Oncología, el Edificio Universitario, Radio Olavarría, la Escuela de Educación Física en el Cerro Fortabat, el Jardín de Infantes de Loma Negra, el Hospital de Pediatría y la ayuda permanente a personas de la Fundación, entre muchísimas cosas más, son símbolo elocuente de la empresaria hacia Olavarría, como cosas que marcaron el progreso de una ciudad de punta en el concierto nacional, y por quien Olavarría es reconocida, junto con los Hermanos Emiliozzi. ¡Hace falta más!

Como nada pasó desde aquel tiempo, ¿cómo se explica el ostracismo pretendido de hoy?

Entonces, si no pasó nada, y tanto se siguió moralmente debiendo, quedan los intereses políticos espurios insinuados, que nada tienen que ver con la realidad importante e inconmensurable del significado de Amalita para Olavarría, como impronta de trascendencia perenne hacia el porvenir.

Así ha quedado expedito que los efectores sociales hagan suya la acción de reconocer lo que sólo por ingratitud se pudo desconocer u olvidar. Y cuando esa ingratitud está en el accionar político de la representación del pueblo (seguramente agradecido), entonces ha fallado la representación y la política, dejando en claro tan grande incongruencia, sólo por no contradecir intereses de extraña jurisdicción, con un egoísmo demasiado elocuente.

Creo que la omisión no puede continuar siendo tal en la comunidad de Olavarría, por lo que humildemente hasta tanto no ocurra el necesario desagravio de la intención de olvidar lo inolvidable, vayan estas palabras con el más magnánimo de los recuerdos hacia la obra que la occisa dejó para esta comunidad, que para ser pujante tuvo que contar con una personalidad semejante en vida, y con mucho mas significado después de su muerte.

Lástima que para esa malhadada acción se haya expuesto a la ciudad y a miles de sordos agradecidos, que nada tiene que ver con esa falsa inexpresión representativa.

Por todo eso y mucho más que excede el espacio de una nota justificada, resta dejar dicho que el gobierno municipal no ha tenido derecho a soslayar el póstumo homenaje público de la comunidad hacia Amalia Lacroze de Fortabat, que quedará injustamente postergado por intereses vanos de la autoridad gobernante.