Daniel Puertas

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El primer golpe de Estado del siglo XX en la Argentina fue obra de un grupo de militares convencidos de que la hora de la espada había sonado para poner en caja a la chusma radical y devolverle a la Nación la majestad perdida por obra y gracia de esa horda plebeya que pretendía alterar las jerarquías inviolables impuestas por Dios y la tradición.

Hipólito Yrigoyen detentaba el poder con ignominia, pensaban esos militares. Permitía, entre otras cosas, que la Patria se contaminara con esas ideas disolventes comunistas y anarquistas que traían consigo los inmigrantes que habían formado parte de la hez de Europa y habían debido huir hacia estas tierras con sus mentes enfebrecidas por delirios revolucionarios y sus libros herejes.

Durante una década mantuvieron su vigilancia, aprobaron el fraude patriótico que impedía el regreso de la legión desarrapada que nada tenía que ver con la sagrada argentinidad y después decidieron hacerse cargo de nuevo del timón del Estado.

Unos setenta años después un hombre cercano a los sesenta años fue a una fiesta celebrada en el casino de oficiales de una guarnición militar. Ya intrigado por el hecho de que el festejo privado se realizara en ese lugar comprobó, no sin asombro, que ese asentamiento militar no se correspondía con el recuerdo que tenía de su ya lejano período de soldado en los tiempos del servicio militar obligatorio.

Instalaciones en visible estado de abandono, muy pocos militares. Cuando él tenía veinte años el regimiento era una colmena de actividad, con centenares de conscriptos, suboficiales y oficiales. El casino de oficiales estaba vedado a los mortales que carecían del privilegio de ser militares de alta jerarquía en aquellos tiempos. Ahora se alquilaba para cumpleaños de quince.

En treinta o cuarenta años pueden pasar muchas cosas.

Civiles y militares

Durante la mayor parte del siglo XX los militares ocuparon un rol importante en la sociedad argentina y hasta los ochenta fueron un factor decisivo en los juegos del poder, el que a veces detentaron de forma casi absoluta, como lo hicieron entre 1976 y 1983.

Siempre fueron aliados, es cierto, de los grupos económicos más poderosos y respondieron siempre a sus intereses, pero sintiéndose una casta privilegiada y con una misión histórica a cumplir.

La configuración del escenario internacional después de la Segunda Guerra Mundial les dio además un sentido de pertenencia internacional. Ya su misión no se reducía a las fronteras del país sino que eran parte del Occidente que luchaba contra el demonio comunista.

La Doctrina de la Seguridad Nacional les dio la estructura argumental perfecta para justificar su autopercepción de superioridad sobre la sociedad civil. Eran guerreros iluminados y guiados por el poder divino y sus aliados incondicionales estaban en todo Occidente.

Nunca comprendieron que eran meros peones prescindibles en el tablero de una pelea ajena. El desengaño brutal vino con la guerra de Malvinas, cuando ninguno de los méritos realizados en la batalla contra el comunismo internacional sirvió para disuadir a Estados Unidos que no colaborara con el Reino Unido, su aliado histórico.

A juzgar por las declaraciones que han sabido formular en los juicios donde han sido condenados por delitos de lesa humanidad, ni siquiera lo que pasó en Malvinas les hizo entender que habían sido usados y engañados por una potencia que los necesitaba como simples sicarios o carceleros de sus propios pueblos.

En Latinoamérica hay que remontarse más de tres siglos atrás para encontrar un símil de la actuación de los militares argentinos durante la última dictadura, llegar hasta la Inquisición. Hasta es probable que hayan abrevado en la historia del Santo Oficio y su imperio del terror para guiar sus actos.

Fue justamente ese delirante fanatismo y su impiedad lo que llevó a la desaparición de las Fuerzas Armadas como factor de poder en la Argentina. Es tanto el horror que despertaron sus actos que los militares, además del poder, perdieron toda consideración social.

Como seguían conservando las armas, alcanzaron a protagonizar asonadas temibles, como la que hirió, probablemente de muerte, al gobierno de Raúl Alfonsín en la Semana Santa de 1987. El alzamiento de Mohammed Alí Seineldín fue el último conato de rebelión y sirvió para que los militares terminaran de perder todos sus privilegios.

El fin del servicio militar obligatorio les hizo perder el último nexo importante con la sociedad civil y en los años que siguieron las Fuerzas Armadas fueron quedando aisladas progresivamente, a punto tal que si hoy desaparecieran muchos ni siquiera se darían cuenta.

Otra misión

En plena campaña electoral, como al pasar, el Gobierno anunció sin bombos ni platillos que está pensando un nuevo rol para la gente de armas. Que prácticamente nadie haya prestado demasiada atención a ese proyecto trascendente es la prueba más palpable de la poca importancia que la sociedad argentina otorga hoy a sus militares.

De las pocas palabras de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, pronunciadas en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, y de las breves declaraciones del virtual viceministro de Defensa, Santiago Rodríguez, en Olavarría se desprende que ya está decidido cómo debe ser el nuevo perfil de las Fuerzas Armadas.

Una transformación de este tipo debe ser necesariamente profunda, ya que de lo contrario no cambiaría nada. Por lo que se ha anticipado, los planes son los de transformar a los militares en una organización que además de su función específica deberá generar riquezas, incorporarse a la producción.

Se desconoce si hay un modelo inspirador o si se trata de un proyecto original, pero hay otros ejércitos en el mundo que desempeñan un papel similar, como, por ejemplo, en los Estados Unidos.

Cualquiera sea el esquema previsto, no se podrá aplicar sin resistencia, ya que las costumbres arraigadas son difíciles de erradicar.

Sería interesante que el tema fuera debatido seriamente por las distintas fuerzas políticas, pero, lamentablemente, la proximidad de las elecciones hacen improbable que esto ocurra, ya que las urgencias pasan por otra parte.