Para Roberto Carnaghi "la vida es una comedia"
A lo largo de su carrera hizo llorar, reír y emocionarse. En teatro, televisión o cine; en el rol de comediante, de buen tipo o como hombre de la peor calaña; Carnaghi hace queribles y creíbles a sus personajes. El actor pasó por Olavarría y habló con EL POPULAR, en el marco de la Muestra de Cine Lucas Demare.
Actor de raza si los hay, se define como hombre de teatro, pero supo y sabe lucirse en cine y televisión. Roberto Carnaghi no sólo muestra su faceta de artista en distintos géneros, sino que se pone en la piel de personajes tan antagónicos como memorables.
Debutó en 1959, actuó en más de 60 obras teatrales, 45 películas y más de 50 programas de televisión. Hizo del corrupto argentino con Tato, se destacó al lado de Antonio Gasalla, brilló con el terrorífico Lisandro en Montecristo, fue mayordomo en La Niñera y se plantó en los zapatos de un detective en Botineras. Ganó cuatro Martín Fierro y llegó a Olavarría para participar de la Muestra de Cine Lucas Demare que lo agasajó con el premio a la trayectoria. En ese marco, dialogó con EL POPULAR y rememoró sus personajes más exitosos.
"El teatro me hizo descubrir mi verdadero lugar en el mundo", dice un Carnaghi que muestra la sencillez de los grandes. Ni bien traspasó la puerta del Teatro Municipal, Roberto saludó con una sonrisa y se predispuso a una entrevista que -de no ser por sus compromisos- hubiera seguido por horas.
A Carnaghi le gusta hablar de su trabajo y de su vida. También opina de la realidad y, en el medio, intercala anécdotas, se ríe y hasta menciona algunos de sus tantos personajes con cierta nostalgia. Es sumamente expresivo y tiene una mirada que transparenta hasta sus sentimientos.
-¿Cómo hace para conjugar géneros tan distintos como el teatro, el cine y la televisión; y a veces en simultáneo?
-Creo que el hecho de poder haber realizado esta profesión de esa manera, haciendo cine, televisión y teatro desde el comienzo de mi carrera me dio un aprendizaje: el poder salir de un personaje al otro. Generalmente, cuando empiezo a hacer teatro ya tengo armado el personaje de la televisión o viceversa, cuando me toca la televisión ya tengo ese personaje de teatro armado y me lo pongo en el momento en que subo al escenario. Siempre quiero estar una hora antes de la función, voy al camarín y empiezo a ponerme la ropa del personaje -de alguna manera- y me olvido de la televisión, me olvido de ese otro personaje. Nunca me pasó tener que armar dos personajes al mismo tiempo, creo que ahí sí se me presentaría un conflicto.
-No sólo tiene facilidad para moverse en los distintos géneros, sino que es capaz de interpretar personajes muy disímiles entre sí ¿cómo es meterse en la piel del terrorífico Lisandro en Montecristo y también interpretar al simpático Fidel en La Niñera?
-La televisión tiene una gran ventaja, uno está en el día a día. Cuando hacés un personaje diario, lo vas construyendo. Primero tenés una idea del personaje y a partir de ahí el personaje va creciendo de acuerdo con lo que viene en los libretos y, por ahí, uno apoya a los autores diciéndole qué es lo que uno piensa, lo que uno quiere ponerle al personaje. Yo trabajo así, no le pido a los autores ''pónganme en más escenas'', sino que me interesa resaltar tal o cual característica. Pero no me cuesta.
Después, pasar del drama a la comedia... La vida es una comedia. Siempre he pensado de esa manera, que uno tiene que llevar a la actuación aunque el personaje no tenga esa faceta cómica, siempre hay un lugar donde puede entrar algún toque de comedia porque -fuera de ciertos momentos dramáticos que uno tiene- la vida no es toda siempre igual, uno se distiende, se ríe, la pasa bien; yo trato siempre de llevar algo de eso al personaje.
-Y algo de usted deben tener todas sus interpretaciones porque puede hacer a la más apreciable de las personas como al peor de los seres humanos y, sin embargo, logra que -en algún punto- la gente quiera a ese personaje, que le tome cariño.
-Creo que la gente se reconoce. No es que se reconozca en ese torturador de Montecristo, no es que diga "yo soy igual a este personaje", pero sí que lo conoce. Lo que intento es tratar de que la gente conozca, que no sea algo totalmente increíble, quiero que siempre sea creíble. En este torturador traté de hacer un hombre. Y tenía muchas cosas graciosas. Yo le puse muchas cosas a ese personaje que tuvieran que ver con su niñez, el porqué era así, uno no es malo porque nace malo. Y logré que inspirara cierta lástima, aunque era un ser humano terrible. Cuando hice ese personaje Abuelas de Mayo me tiró algunas puntas y lo que me llamó la atención era que había muchos chicos que sabían que eran hijos de desaparecidos pero que no querían denunciar a sus padres porque tenían buena relación con ellos, y si los denunciaban los padres iban presos, entonces estaban esperando a que se murieran. Yo digo, si un tipo de estos se lleva un chico es un perverso, un hijo de puta, pero se lo llevó para quererlo, no para torturarlo. Es un hombre. Yo traté de hacerlo así, además me apasiona poder entrar en la cabeza de ese tipo. Etchecolatz dijo que Dios es el único que lo puede juzgar, hay un grado de locura en eso. El sí juzgó, mandó a matar y a torturar, pero a él no lo pueden juzgar. Pero él lo dice de verdad, es increíble. Sin embargo, tiene una mujer que lo quiere, tuvo una novia un día, fue niño alguna vez, fue a la escuela, tuvo padres... Por eso yo trato de traer al personaje a la tierra, que la gente reconozca a esos personajes.
Fidel de La Niñera por ejemplo era espectacular, tenía un gran sentido del humor, y un sentido del humor argentino porque yo le puse una pizca que no tenía el inglés, le puse una cosa más pícara. Me causó un gran placer pasar del uno al otro, lo disfruté mucho.
-¿Les tiene cariño a esos personaje o son uno más?
-A todos los personajes les tengo cariño. Algunos los pude concretar más y a otros menos, independientemente de que hayan sido exitosos o no. Pero después que los hice los recuerdo porque creo que han sido buenos trabajos, los malos trabajos no los recuerdo. Tengo muchos malos (se ríe). Pero siempre trato de ocuparme de lo que me toca, para mí lo más importante es lo que voy a hacer ahora. En Montecristo, cuando me llamaron, les dije que yo no quería hacer un malo, pero logré que tenga una faceta mía. Lisandro nunca había podido entrar al recreo o al parque de diversiones y ahí está parte de mi niñez, no porque yo no haya podido entrar al parque o al recreo; sino porque yo, que vivía en Villa Adelina, veía a un tipo todas las tardes cuando me iba a estudiar en el tren, parado frente a la calesita. Al principio pensé que tenía un hijo, pero no. Y yo pensaba que algo le había pasado a esa persona, que quizás nunca había podido subirse a una calesita, vaya a saber.... Y en este personaje de Montecristo, cuando recuerda eso todos pensamos lo que le pudo haber pasado en su niñez.
-¿Qué recuerda de Tato?
-Es alguien que sigue estando vigente, que tiene una actualidad casi tan importante como la que tenía en su momento. A mí me causa un gran placer haber trabajado con él, haber hecho lo que hice. A nivel actoral no fue algo tan importante, pero fue muy divertido. ¡Las cosas que me permitía decir! y también crear porque ese tipo no estaba en el texto y a mí se me ocurrió hacerlo, también fue un chanta divertido de esos que compran a todo el mundo, bien porteño, un argentino. Aprendí mucho con Tato. Fue un honor para mí estar trabajando con él. Me permitió decir lo que yo pensaba respecto de esta sociedad. A veces lo pasan (se ríe) y el país sigue estando igual. En uno de los últimos programas yo hablaba de las autopistas. Decía: "Tato, tengo un negoción y casi sin invertir, un negocio bárbaro: poner un peaje en la puerta de su casa. Yo hablé de eso porque recién empezaba a concesionarse el peaje en las rutas y cobraban, pero de arreglarlas ni hablar. Hoy en día siguen igual, nadie las arregló, algunas ni siquiera tienen banquina y en todas ¡cobran peajes!. Estamos hablando de 20 años atrás y hoy todo sigue igual.