El Evangelio de hoy muestra dos momentos: la crisis y el abandono de unos discípulos, y la adhesión del grupo más cercano a Jesús, los Doce.

Para la mayor parte de sus seguidores, sus palabras resultaban intolerables. Esto ocurre hoy también, sobre todo cuando se lo ve al Señor como un hombre más o solo se lo acoge desde el sentimiento u emoción. Por eso les aclaró a sus discípulos que no hablaba como hombre, sino como el Hijo de Dios, por quien ha sido enviado.

"Esta palabra es dura, ¿quién puede escucharla?". Esta es la actitud de los discípulos que, en tiempos de Juan, no creían que la eucaristía -presencia real de Jesús en nuestra realidad- suponía y exigía ser don para los demás. Es decir, la gran preocupación que pasa por la comunidad es creer que se puede amar a Dios, pero sin referencia ni caridad hacia el prójimo.

Jesús decepcionó a mucha gente, ya que no buscó la gloria para sí mismo. La realeza de Jesús consiste en que se donó hasta agotar la propia vida.

Por eso, es necesario que los seguidores de Cristo puedan encarnar en la sociedad, la familia, el trabajo y su entorno esa donación que hizo el propio Jesús. el gran problema que existe para aceptar y asumir esta verdad es que no prestamos atención a la identidad y a la naturaleza de las palabras de Jesús. Después de que muchos abandonaron a Jesús, les hizo una pregunta que interpela incluso a sus discípulos de hoy: "Ustedes ¿también quieren irse?". Pedro respondió: "¿A quién iremos, Señor?". Solo tú... Su respuesta identifica a todos los que, en todos los tiempos y lugares, ven que no hay otro camino, sino el de Jesús, que se encarnó y se hizo pan para la vida de la humanidad.