"Gente de campo era la de antes", dice un ya viejo refrán, y no es que hoy no existan más trabajadores rurales, sino que, de alguna manera el modo de vida urbano avanzó y llegó para quedarse. Juan Carlos Spínola es un hombre de campo, de aquellos que nacieron, se criaron, aprendieron a trabajar y formaron su familia en la extensa pampa bonaerense. Y lo sigue siendo, aunque se haya acostumbrado al confort de los servicios y añore los valores y costumbres del vecindario campero.

Juan Carlos tiene 58 años, tres hijas, una esposa -Florencia- que le lleva las cuentas y una historia que da testimonio de la dureza, y la belleza, de crecer y vivir en el campo. Tiene la piel curtida por el viento, el sol y la crudeza del invierno y algunos dolores de huesos que le dejó el traqueteo del andar a caballo. Nació en el verano de 1955, en el seno de una familia numerosa compuesta por once hermanos, en la estancia El Mirador, pero por esas cosas del destino a los 4 años de edad ya había perdido a sus padres.

Tenía 8 años y un segundo grado de la escuela cuando comenzó a trabajar, como cocinero para un equipo de chacra, en la Estancia San Antonio. Sin saber cocinar, aprendió sobre la marcha, preparando café, almuerzo y cena para nueve hombres. Al año siguiente cambió las ollas por un tractor y comenzó a "rastrear". "Trabajé 15 días, hasta que me dormí manejando el tractor, cuando me desperté ya estaba en otro cuadro", recuerda Juan Carlos, mientras reflexiona: "...cosa de chicos, ¿no?". Esto lo hizo hasta los 12 años, hasta que "Fangio corrió en Olavarría", y se fue a aprender el oficio de ayudante de mercachifle a un almacén de ramos generales, pero enseguida volvió a las tareas rurales en la Estancia La Montañesa, en el camino a Blanca Grande. "Ahí aprendí a trabajar en el campo -menciona Spínola- y lo sigo haciendo hasta hoy".

Buscando en su memoria, pinta la chacra de aquel entonces y la cara se le ilumina de recuerdos que lo llevan a comparar y reflexionar sobre la situación actual. "Era todo muy distinto, no había las máquinas que hay ahora, se araba todo. Yo digo que la tecnología de hoy es la que está llevando a la pérdida al campo, porque le está matando todos los nutrientes que tiene la tierra con el veneno que se le echa. Ya no hay el pasto que había antes, ves un cuadro hoy y está lleno de basura. No es lo mismo que en aquella época, se araba un pajonal y se atoraban los tractores, los arados, pero se sembraba girasol y daba lo mismo que da ahora, nada más que se hacía doble trabajo. Pero el mismo rastrojo nutría la tierra", opina Juan Carlos. "Ahora se está terminando la perdiz y todo animal que se alimentaba en los campos por la influencia del veneno que le echan", cuenta.

Exodo y tecnología

A Spínola le tocó vivir en el campo en un período de transición caracterizado por el éxodo de los sectores rurales a la ciudad y de incorporación de tecnología que modificó el estilo de vida en general.

De La Montañesa fue a trabajar a Las Rosas, en donde lo contrataron de "mensual" y luego de parquero, a mediados de los 70. "Ahí éramos 118 trabajando, porque estaba el que hacía la comida, el que cuidaba las gallinas, el que hacía la quinta, entre otras tareas... Después de unos años volví a trabajar en esa estancia de chofer y sólo éramos 35, con la misma extensión de campo y más trabajo para hacer".

Cuando se casó comenzó a atender las vacas de plantel de la Estancia San Antonio. "Ya como puestero empecé a criar gallinas, chanchos, patos y pavos, que eran para comer y al mismo tiempo un extra más al sueldo". La familia acompañaba y ayudaba en las tareas.

"No teníamos sábados ni domingos. Los fines de semana eran para juntarnos con los vecino, porque además los empleados no teníamos casi vehículos, ya que era todo un lujo tener un auto; se usaba caballo y carro, y no eran cómodos como para hacer todos los días 10 leguas, veníamos al pueblo una vez por mes a hacer las compras. Había que hacer un pozo para guardar la carne y que no se echara a perder, se comía galleta a las 12 y a las 4 de la tarde, después no, porque se iba al pueblo una vez al mes". En la actualidad, y desde hace años, trabaja como encargado en un campo en la zona de La Colina, partido de General La Madrid.

Una de las mayores dificultades que suele tener una persona que vive en el campo es el sacrificio terrible para llevar a los chicos a la escuela. "Los vecinos nos organizábamos y hacíamos posta por tramos para que los chicos llegaran a la escuelita. Hoy, esta hermandad ya no existe y cada uno se las arregla solo".

En este mirar hacia atrás, Juan Carlos recuerda que "un día en el campo era un día trabajoso, porque había que hacer las tareas en el campo, después venir y darles de comer a las gallinas, atenderlas, darles agua a los chanchos". Y compara: "Hoy es una diversión porque vas al campo y prendés la luz como lo hacés acá en el pueblo, antes teníamos candil, después farol. No podías estar hasta las 3 de la madrugada como hoy porque se mira televisión. No había televisión, lo único era radio. Era más difícil que ahora; pero hoy, con toda la tecnología que hay, no hay gente que trabaje en el campo". Como trabajador rural considera que los jóvenes no quieren realizar este tipo de tareas porque no quieren vivir en el campo "porque los caminos son malos y a veces no es posible venir al pueblo todos los días".

Valores que cambian

Desde su experiencia, Spínola considera que los valores que importaban en la generación de sus abuelos no son los mismos que los que hoy le toca transmitirles a sus hijas. "Yo digo que en la generación de mis abuelos había otra enseñanza, primero estaba el trabajo y después el estudio. Ahora es al revés: si a los hijos no los llevás a estudiar, no tienen futuro". Hoy, los estudios secundarios son obligatorios en nuestro país y los ámbitos rurales cuentan, a lo sumo, con una escuela rural con un solo docente para todos los niños de los alrededores, aunque ya no son muchos. El mandato de que los hijos puedan hacer la escuela secundaria dividió a las familias en el campo: la mujer y los hijos se mudaban al pueblo y el hombre quedaba en el puesto.

Más tarde o más temprano esto fue lo que les ocurrió a muchos habitantes rurales, incluso a él. "Yo estoy en el campo, pero mi familia está en un pueblito porque mis hijas tienen que estudiar y sin mi familia en el campo no es lo mismo".

Juan Carlos añora los valores y las costumbres, la confianza que se tenía entre la gente del barrio. "Si mañana me tocaba salir, le pedía a un vecino que se diera una vuelta y me mirara las ovejas, hoy no se puede porque no se queda nadie un sábado y domingo en el campo. No hay esa hermandad que había antes".

Hoy Juan Carlos también disfruta del confort de la ciudad y tiene la posibilidad de disponer de un vehículo para trasladarse todos los días para ver a su familia. Sin embargo, si tuviera que volver a elegir, no lo dudaría: "Volvería a trabajar en el campo... si fuera como antes".