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A pocas horas del cierre de inscripción de los frentes electorales para las elecciones presidenciales las tribulaciones de Sergio Massa son el eje alrededor del que giran todas las discusiones y los análisis políticos. La confusión creada por el abrupto declive del Frente Renovador revela, entre otras cosas, la fragilidad de una concepción política basada en la mediatización y los modos de la farándula.

Lo cierto es que después de años y de distintas alternativas económicas y políticas se está dando el panorama que imaginó Néstor Kirchner como el más favorable para su corriente política: tener enfrente a Mauricio Macri, un adversario cuya ideología y sector de pertenencia están claramente definidos.

Y justamente Macri es quien se muestra más convencido de que así deben ser las cosas, aunque por conveniencias electorales modere su discurso y evite criticar los aspectos más populares de las políticas de la actual administración.

Por eso el alcalde porteño no vaciló en hacer su considerable aporte en el ninguneo a Massa al rechazar cada uno de los cada vez más desesperados pedidos de alianza, a punto tal que hoy cualquier arreglo, sea el que sea, tendría un costo político importante para el PRO que quemó sus naves con la confianza que una victoria, en este o en el próximo turno electoral, es inevitable.

Ese es el otro detalle que afloró en los últimos días: tanto Macri como Massa, cada uno con sus circunstancias, comenzaron a pensar ya en el 2019. Macri es consciente que ganar las elecciones de octubre es una tarea difícil, pero tiene claro que cometer errores por tratar de forzar un triunfo ahora puede hacerlo desaparecer para siempre como alternativa de poder.

Entonces ha optado por armarse de paciencia y mantenerse con la imagen lo más sana posible. Tiene experiencia. Si no hubiera ocurrido la tragedia de Cromagnon probablemente Macri no habría logrado acceder a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Y una vez que la alcanzó no la dejó nunca.

Massa piensa en 2019 porque ya tiene la certeza de que en esta mano sus cartas son muy desfavorables, por lo que hay que salvar lo que se pueda salvar para ver si la vida le concede otra oportunidad.

Claro que el ciudadano común, el votante que no tiene ni conocimientos ni interés por la estrategia política que desarrollan candidatos y asesores, tal vez se sienta un poco confundido por las idas y venidas de las grandes figuritas de la política.

Hace apenas dos meses le mostraban a un Massa como casi seguro presidente, después le dijeron que el ganador sería Macri y ahora ubicaron a Daniel Scioli en la primera posición.

Pero quizá sea peor la situación de unos cuantos miles de dirigentes y militantes políticos de todos los rangos diseminados por todo el país. Los primeros en sumirse en un estado de confusión insoportable fueron los miembros de los partidos que integraban la alianza entre radicales y socialistas.

Casi sin solución de continuidad pasaron de defensores de una socialdemocracia al estilo europeo a un republicanismo sospechosamente en sintonía con, justamente, el Partido Republicano estadounidense. En pocas semanas sus líderes desaparecieron como referentes políticos y se convirtieron en comparsas de partidos de los que antes abominaban.

Después fue el turno de los renovadores, muchos de los cuales nunca tuvieron muy en claro si eran peronistas desencantados o peronistas modernizados. Si debían ser anti K furiosos o debían rescatar aspectos positivos del "modelo nacional y popular".

No es difícil cómo deben sentirse ahora. Los dirigentes iniciaron migraciones veloces, la mayoría al Frente para la Victoria, algunos al PRO y otros todavía no saben para dónde ir.

El episodio quizá más patético fue protagonizado por Francisco de Narváez. Su ingreso al Frente Renovador fue la manzana de la discordia que inició la implosión de ese espacio político. Los que se sentían ya candidatos a gobernador, como Darío Giustozzi, no aceptaron de buen grado que el líder prácticamente lo ungiera como el favorito para ese puesto.

Y ahora renuncia a esa candidatura para implorar por un acuerdo con el PRO.

¿Son los primeros signos de que se configurará en la Argentina el bipartidismo que muchos politólogos vaticinan desde hace décadas? Tal vez, aunque eso se verá recién en algunos años.

Por ahora sólo hay signos en ese sentido. Claro que algunos son importantes y notorios, como la decisión de Mauricio Macri de tratar de fortalecer su partido por encima de supuestas conveniencias electorales, además de sentenciar que el "círculo rojo" siempre se equivoca en política.

Ya a este "círculo rojo" se lo define directamente como un grupo de empresarios "preocupados por el país", lo que es blanquear la existencia de un grupo de presión económicamente fuerte y muy probablemente más preocupado por sus propios intereses que por los del país en su conjunto.

A su estilo, Macri pareció dejar en claro quizá involuntariamente que tiene una coincidencia importante con el kirchnerismo: que es la política la que debe decidir el rumbo de la economía y no a la inversa. Si Macri no perteneciera por nacimiento y convicciones a ese ámbito empresarial una afirmación de ese tipo quizá le hubiera valido el anatema del "círculo rojo".

El desenlace de esta historia todavía está lejano, aunque en pocas horas más se iniciará el próximo capítulo.