Muchas veces se las observó tomando el colectivo en Laprida -otras en tren para abaratar costos- con destino a Buenos Aires a participar de los dos encuentros mensuales en el Instituto Sanmartiniano que fueron verdaderas clases de historia, que giraban siempre sobre aspectos de la vida y los valores de San Martín y el cruce. Fue volver a revivir ese espíritu sanmartiniano sobre la austeridad, la responsabilidad y la solidaridad. A esto se sumó previamente una convivencia y supervivencia de tres días en Tandil y una cabalgata de cuatro horas en Chascomús como preparación.

Si bien ambas se definieron por no ser fanáticas de la actividad física, tuvieron su plan de trabajo, los estudios médicos, vacunación y exámenes coincidieron con buenos parámetros para coronar todo esto con una gesta personal en las que le fue muy bien porque a lomo de mula lograron llegar hasta la cima del Cristo Redentor a unos 3.854 metros sobre el nivel del mar y regresar hasta Puente del Inca.

"Uno como docente siente vergüenza de lo poco que sabemos de San Martín y esto nos hizo leer y conocer más sobre su vida", cuentan desde esa llama de docente que aún perdura. Uno conoce hasta que cruzó a Chile y de Perú muy poco, pero es para destacar su aspecto de estratega militar, la preparación de ese ejército que armó sin medios, que le costó muchísimo al pueblo mendocino, donde él donó parte de su sueldo porque tenía claro lo que quería. San Martín no se termina de conocer y cada vez uno lo admira más, por algo era uno de los ídolos del Dr. Favaloro, relatan.

Ese año de esfuerzo, de sueños compartidos se vio cristalizado para Rosana y Lydia el sábado 25 de enero a las 14 puntualmente, para quedar archivado en sus corazones cuando arribaron a la cumbre del Cristo Redentor en la demarcación limítrofe con Chile, cumpliendo así aquella epopeya del General José de San Martín en cruzar los andes desde Uspallata, lugar donde se separaron las columnas de San Martín y Las Heras en aquel otro lejano inmortal cruce de otro enero pero de 1817.

Contar lo vivido es sencillamente inenarrable porque lo que vivieron y sintieron ha quedado en cada uno de sus corazones. Y permanecerá allí, en el alma de Rosana cuando le tocó durante la expedición llevar consigo la bandera Papal, y pensar en esa protección tan fuerte como espiritual del papa Francisco. Para Lydia al cruzar por Los Paramillos por una senda de montaña y cornisa de un sendero sólo para el paso de la mula, la voz de Elena, otra expedicionaria, que en la noche más fría del trazado con 63 años cantó el Ave María para erizar la piel mientras la lluvia golpeaba sobre una vieja estación de trenes y las lágrimas de la llegada mezcladas con despedida. Para Rosana y Lydia el viaje no ha terminado, recién ha comenzado.