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"En nuestra lengua rusa, la palabra krasota (belleza) significa simplemente lo que gusta a la vista. Y aun cuando, desde hace algún tiempo, se habla de una acción fea, de una música bella, eso no es buen ruso". Es lo que dice Tolstoi en su magnífico tratado "¿Qué es el arte?". Precisamente, el primer problema que se le presenta para definir el arte, es el de una definición completa de belleza.

Agrega el escritor ruso: "En nuestra lengua rusa, puede ser una canción caritativa, o buena, o mala, o execrable. Una música puede ser agradable y buena, o desagradable y mala. Pero no hay ni una acción bella ni una música bella. La palabra bello únicamente puede aplicarse a un hombre, a un caballo, a una casa, a un sitio, a un movimiento. De modo que la palabra y la noción de lo bueno implican para nosotros, en determinado orden de asuntos, la noción de lo bello; pero la noción de lo bello, por el contrario, no implica necesariamente la noción de lo bueno. Cuando decimos de un objeto que apreciamos por su apariencia visible que es bueno, entendemos que este objeto es bello, pero si decimos que es bello no supone esto, necesariamente, que lo creamos bueno".

Más allá de la torre de Babel con la que lucha el autor del ensayo para definir una palabra que es clave y que según se mire desde occidente o desde oriente, parece significar cosas muy distintas, lo cierto es que el arte ha tenido una colonización de lo "sublime y elevado" bajo la máscara de la belleza.

Hoy el famoso "qué bello" que pulula en las redes sociales es un sinónimo de "lindo". Y si se quiere de "bueno". Dando por tierra con estas vacías abstracciones un posible debate fuera de la moral-estética de lo que podría ser el componente complejo de la belleza. Sin ese rasgo "anormal", como decía Baudelaire, sería difícil decir que algo se diferencia por su belleza.

Arte, religión y política caen en la misma trampa. Hoy no se puede negar que siempre gana el candidato o candidata más lindo o linda en una elección popular. El problema es de índole estética. Porque no habría nada mejor que gane el candidato o candidata más bello o bella. Siempre que se tuviera una dimensión completa del significado de nuestra palabra en cuestión.

Marco Denevi, un escritor argentino que hizo gran parte delos mejores microrrelatos en habla hispana, no desviaba su atención filosófica al crearlos. En este caso es esclarecedor su gran texto "La inmolación por la belleza":

"El erizo era feo y lo sabía. Por eso vivía en sitios apartados, en matorrales sombríos, sin hablar con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste, él, que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás. Sólo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor. Una vez alguien encontró una esfera híspida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo -como aconsejan los libros de zoología-, tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fabuloso. Todos acudieron a contemplarlo. Según quién lo mirase, semejaba la corona de un emperador bizantino, un fragmento de la cola del Pájaro Roc o, si las luciérnagas se encendían, el fanal de una góndola empavesada para la fiesta del Bucentauro, o, si lo miraba algún envidioso, un bufón. El erizo escuchaba las voces, las exclamaciones, los aplausos, y lloraba de felicidad. Pero no se atrevía a moverse por temor de que se le desprendiera aquel ropaje miliunanochesco. Así permaneció durante todo el verano. Cuando llegaron los primeros fríos, había muerto de hambre y de sed. Pero seguía hermoso".