Los trajes literarios de Satán
El Diablo como personaje. Diablos de cotillón. Malignos creíbles. Las creaciones de Dostoievski, Pessoa, Goethe, Papini y Lovecraft entre otros.
Cuando Iván Karamasov, en la inmortal novela de Dostoievski, llega a comprobar que el Diablo existe arriba a una conclusión que lo ensombrece: "si el Diablo existe, también existe Dios". Es el derrumbe del nihilista más férreo que el autor ruso había construido, el mismo autor que sintetizó magistralmente la dualidad con una frase infinita: "El corazón del hombre es el campo de batalla entre Dios y el Diablo".
Pero entre especulaciones metafísicas o dudas místicas, hay también apariciones literarias de Satanás. Perfumado de azufre o con disfraces a veces inverosímiles. O a veces también como el nombre final de un mal que no encuentra una definición que lo abarque.
El Fausto es quizás la leyenda más milenaria y a la que Goethe llevó a su esplendor, comprobando que la versión mejor contada es la que gana. Quizás le debamos a Johann Faust, que nació en Württemberg alrededor de 1480, el origen de la idea de vender el alma al Diablo. Pero es el estadounidense Howard Phillips Lovecraft quien con el "Necronomicón" lleva a una verosimilitud tal su picardía que luego debe aclararla para futuras biografías. El propone en el prólogo de este libro perdido y prohibido que el autor es el mismísimo señor de los avernos. Esto del "libro escrito por el Diablo" tuvo además varias versiones pobres en el cine.
Fernando Pessoa, en su habitual prolijo desparpajo cuando se decidía por la prosa, ideó "La hora del Diablo". Un excelente y breve ensayo donde dialogan dos personajes que terminan siendo Satán y María. El trabajo es interesante además porque Pessoa propone una especie de derecho a réplica del Diablo como personaje:
"Desde el principio del mundo me insultan y me calumnian. Los mismos poetas -por naturaleza mis enemigos- me defienden, no me han defendido bien. Uno -un inglés llamado Milton- me hizo perder, con compañeros míos, una batalla indefinida que nunca se libró. Otro -un alemán llamado Goethe- me dio un papel de alcahuete en una tragedia de aldea".
El diablo de Pessoa, coherente con la personalidad del poeta portugués, es sin embargo un personaje que se recuerda con más facilidad. Y se hace inmortal cuando María le pregunta ¿Cómo se siente? Y él responde "Cansado, principalmente cansado".
Ambrose Bierce decidió nombrar "Diccionario del Diablo" a su trabajo "Diccionario del Cínico". Principalmente porque le habían plagiado la idea y hasta el nombre. Sin embargo, aunque el libro mantiene la naturaleza del cinismo inicial, es imperdible esta definición:
"Satanás: uno de los lamentables errores del Creador. Habiendo recibido la categoría de arcángel, Satanás se volvió muy desagradable y fue finalmente expulsado del Paraíso. A mitad de camino en su caída, se detuvo, reflexionó un instante y volvió.
-Quiero pedir un favor -dijo.
-¿Cuál?
-Tengo entendido que el hombre está por ser creado. Necesitará leyes.
-¡Qué dices, miserable! Tú, su enemigo señalado, destinado a odiar su alma desde el alba de la eternidad, ¿tú pretendes hacer sus leyes?
-Perdón; lo único que pido, es que las haga él mismo".
Quizás una tarea de rescate y profundización sería leer la inconseguible obra de Alejandro Casona "El Diablo en la literatura y en el arte, trabajo de fin de estudios". ¿Un personaje nombrado entre las oscuridades de la literatura medieval o una iluminación romántica de corazones desesperados por nombrar la desesperación? ¿Habitante del Infierno del Dante o caricatura en escenas de exorcismos? ¿La belleza inalcanzable para el romántico o la tiranía de los sentimientos no gobernables?
Ya en una posición de búsqueda etimológica, Marco Denevi debata así con Giovanni Papini autor de El Diávolo, Florencia, 1958 que ha pasado revista a todas las teorías y a todas las hipótesis sobre el Diablo. Denevi dice "Me llama la atención que omita (o ignore) el librito de Ecumenio de Tracia (317-circa 390) titulado De natura Diaboli. Se trata, no obstante, de un estudio de demonología cuya concisión no obsta a su originalidad y a su riqueza de conceptos. Ecumenio atribuye sus ideas a un tal Sidonio de Egipto, de la secta de los esenios. Pero como en toda la literatura de los siglos I-V nadie, sino él, cita a ese Sidonio, ni este nombre aparece en ninguno de los autores rabínicos y cristianos que se ocuparon de los esenios, es casi seguro que el verdadero padre de la teoría sea el propio Ecumenio, quien echó a mano a un recurso muy en boga en su época, cuando la amenaza del anatema por herejías ya empezaba a amordazar la libertad del pensamiento cristiano".
En definitiva, Denevi cree que "en esto consiste la rebelión de Satán: en haberse puesto del lado de los hombres y no del lado de Dios".
El trabajo está en advertir si nuestros diablos literarios obran desde el más allá o son diablos enrolados en las filas de mal terreno. Un diablo ficticio mal dibujado puede causar más gracia o pena que otra cosa. Y los diablos posibles, verosímiles, sustentar una vida menos perentoria.
Y ensombrecernos quizás con una duda verdaderamente punzante, como por ejemplo pensar que el único libro que el Diablo escribió fue "Mi lucha".