Claudia Rafael

crafael@elpopular.com.ar

Olavarría tuvo este año apenas un homicidio más que el año anterior. Con un detalle de peso: 5 del total de 7 crímenes ocurrieron en el mismo mes. Febrero arrancó y terminó con muertes violentas. Balazos, puntazos. Asesinatos ligados a odios de género o a crónicas de opresión familiar sostenida. Aunque el grueso, pujas de otro tenor. Todo con una estadística oculta, imposible de construir porque en verdad no interesa a los organismos oficiales y que conduciría a la cantidad de homicidios que no fueron, apenas por casualidad. Que derivaron en internaciones largas de la víctima o que terminaron en un roce en el hombro, en un trozo de plomo incrustado en una pierna o en una herida de arma blanca que sólo producto del azar no pasó a mayores.

Cuando días atrás se conoció la condena en juicio abreviado a diez años y ocho meses de prisión para Emanuel Vera por homicidio nadie puede haber esbozado un gesto de sorpresa. Nadie desde los variados brazos del Estado puede haber dicho: "jamás me imaginé algo así". Emanuel es el estruendoso fracaso del Estado en vanos discursos de inclusión o, en todo caso, el cruel éxito del Estado por eliminar ciertas franjas molestas de la sociedad. Llevándolos a esas "fábricas de la inmovilidad" de las que habla el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman. "Desechamos lo sobrante del modo más radical y efectivo: lo hacemos invisible no mirándolo o impensable no pensando en ello. Sólo nos preocupa cuando se quiebran las rutinarias defensas elementales y fallan las precauciones", continuó. Y Emanuel, como tantos otros emanueles de la ciudad, fue invisibilizado e impensado en tanto no traspasase ciertas fronteras. Esta vez fue más allá al llevarse la vida de un hombre de 33 años. Pero qué pasó antes. Cómo se construyó.

De alguna manera, hizo un similar recorrido al que tuvo Juan Ramón Ibáñez, Jonny, hijo de la inequidad social y distributiva, de la responsabilidad estatal, criado en el hogar Sarciat -porque como alguna vez refirió una trabajadora social "se lo sacamos a los padres porque nosotros lo íbamos a criar mejor"- fue condenado luego a perpetua por el crimen del abogado Marcos Alonso.

En el texto de la sentencia judicial por el crimen de Juan Carlos Pérez, en el que se condenó a Emanuel Vera, se lo nombra como integrante de "la banda los tinki bibi", un grupo de chicos muy jóvenes de pertenencia más bien territorial, anclado en el Oeste de la ciudad. Con un grupo cerrado en Facebook, al que sólo dan ingreso por recomendación exclusiva de alguno de los líderes e infinitas pintadas en las paredes de la ciudad, muchos les temen.

Otros refieren que ya no pertenecía a "los tinki bibi" después de una puja territorial en la que murió un joven en el barrio Acupo III. Pero pertenencias o no, no hacen a la historia de fondo.

"Son muchos los pibes que les tienen miedo. Muchos dejaron de ir a determinados lugares para no cruzarse con ellos. Pero además, llama mucho la atención el coraje que tienen para cualquier cosa. Para meterse en casas a robar, incluso con familias adentro y siendo vecinos", relató un joven conocedor, con amplia militancia barrial de años. "No hay ninguna muerte confirmada, pero después de peleas entre grupos hubo pibes que terminaron refugiados en casas durante mucho tiempo para no cruzárselos", agregó.

Hay instancias en las que una mirada demás, un gesto inconveniente, un amor inesperado pueden hacer estallar enfrentamientos latentes. Pero hay mucho más. Y ahí aparecen entonces inclusive ciertos consumos en donde se observan connivencias de patas del Estado que simplemente abonan violencias.

En los últimos meses, hubo incluso alguna denuncia hacia otra zona de la ciudad a partir de la entrega de ansiolíticos sin el control pertinente que luego habría terminado en jarras locas, en manos de jóvenes de los márgenes. "Pastillas, faso y alcohol", es la mezcla más usual, relataron. Y el origen de esas pastillas, es la gran incógnita. Hay quienes no dudan ni un instante en mencionar que habrían salido de un par de unidades sanitarias.

"Muchos padres están cansados en algunos barrios. Padres de pibes de 13 a 18 años. Y ya no saben qué hacer. Algunos decidieron permitir que los hijos tengan un par de plantitas en el patio de la casa para que no queden atrapados en la lógica de los transas. Es eso o no saber dónde y con quién están los pibes", aseguró otro referente barrial.

Desde otro sector de la ciudad, un puntero habló a este diario del "miedo. Yo tengo muchos pibes a cargo en las actividades que hacemos. Y tengo dudas, por ejemplo, si los vamos o no a llevar a participar de los corsos por las internas barriales".

Nada es totalmente lineal y simple en estas historias. Así lo siente una joven estudiante con llegada en barrios marginales: "Mi mirada está llena de contradicciones, pero creo que es porque toda realidad es contradictoria... Por un lado, me parece tan injusto que este tipo al que le dispararon al azar esté muerto, y que tantos otros sean ''víctimas'' de las cagadas que se mandan estos pibes... Y a la vez me parece tan injusta la realidad en la que viven, las determinaciones que tienen toda la vida, las trayectorias familiares vinculadas a la pobreza, al delito, la marginalidad... Se culpa a los chicos, y nunca se mira al Estado... Que es en realidad el principal responsable de todas estas cuestiones, porque estos chicos son chicos que en general pertenecen a familias asistidas desde siempre por diferentes instituciones. No son paracaidistas que caen en la ciudad y terminan afanando, son chicos de acá, que crecieron acá".

Cóctel peligroso

Las crónicas periodísticas dan cuenta permanentemente de "ataques a balazos", "peleas entre bandas", "herido grave con arma blanca". Historias que, a su vez, se multiplican mucho más en casos que no saltan a la luz pública pero que quedan grabados en las memorias barriales. O en algún cuaderno de la guardia del hospital porque luego de ser atendidos, se van sin que el tema llegue a transformarse en causa penal.

"A veces, desde el Municipio se abordan estos casos desde el papel de ''milico'', por lo cual no logran ingresar a ningún lado", cuestionó un militante barrial. Otro aseguró, en tanto, que "mandan a los operadores del Servicio Local caminando sin conocer la problemática del barrio. Pero además, hay una fuerte connivencia policial que no es para nada un detalle menor".

Ciertos mecanismos del Estado suelen entremezclar en un mismo cóctel presupuestos magros, inoperancia o perversidad. "Yo estaba muy preocupada porque un chico al que tenía de alumno y que dormía en la terminal no estaba viniendo a clases. Hablé con un directivo que me dijo que no iba más porque le había mandado la policía porque no quería narcotraficantes en la escuela", relató una docente. Ciertas instituciones tienen una celeridad inusitada a la hora de bajar algunas persianas.

Emanuel Vera (otrora conocido como uno de "los Tatitas"), Jonny Ibáñez o el chico que dormía en la terminal son la perfecta construcción del sistema. Fueron tocados por la varita mágica en una calesita en la que les tocó perder. Su sortija fue la condena establecida.

No hay sorpresas en estas historias en las que, desde el vamos, se aglutinan el estigma y el desprecio social. Son historias con el camino perfectamente preparado -entre complicidades, connivencias o expulsiones- para el mismo y consabido final.