Consternada como toda persona respetuosa y de sentimientos cristianos, siento lástima por esos cinco jóvenes estudiantes que cometieron el condenable sacrilegio en la iglesia San Ignacio de Loyola.

Hecho de dominio público y siento, reitero, una inmensa lástima porque siendo tan jóvenes han desnudado una personalidad que presagia un futuro nada venturoso en su accionar más adelante, como personas bien adultas y utilizo solo esa palabra solamente porque aunque no parezca es fuerte y significativa para condenarlos.

Porque lo que uno es en la vida está basado en esa simiente que es el hogar y lo que se desprende de su horrible accionar que nada tiene que ver con sus reclamos estudiantiles, es que sus padres, esa simiente de que hablo, ausentes, no han sabido cumplir con su deber como tales enseñándoles esos excelsos valores que ya grandes los convierten en hombres y mujeres de bien, probos y respetuosos de todo aquello que lo merece.

No basta con que se instruyan en un colegio renombrado por su alto nivel de enseñanza porque allí solo aprenden para alcanzar un título.

La educación y los sentimientos que dignifican se reciben desde el hogar donde deben primar también los buenos ejemplos.

Para respaldar este comentario voy a recordar que hace pocos días por un hecho policial de resonancia le hacían una entrevista a un conocido abogado (no digo prestigioso y sí mediático) por ser defensor de un acusado.

En la entrevista, que era televisiva, lo acompañaba su hijito de solo 6 años, aunque por lo "vivaracho" parecía de más edad, que ante el asombro de todos, insólitamente, advirtió de algo a su padre, lo corrigió y en vez de llamarlo papá lo denominó con una palabra que por sentir vergüenza ajena no repito.

El niño, criado en un hogar donde el padre es abogado, lo insultó ante millares de televidentes como si fuera algo corriente en él.

Cabe pensar entonces lo que sucederá en la intimidad donde seguramente la palabra educación está ausente y que se puede esperar de ese niño en el devenir de su vida si no se lo ha educado ni enseñado que es el respeto.

Cuando se habla de este tema, de cierta juventud, carente de valores que ennoblecen a las personas, no deberíamos juzgar tan severamente a estos adolescentes mal educados antes de explorar qué ejemplos y enseñanzas recibieron en su hogar.

Las verdades muchas veces duelen pero no hay que esconderlas debajo de la alfombra, hay que agradecerlas porque nos ayudan a corregir errores.

Azucena Albert