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"No es fácil la vida al estilo Laura Ingalls", arranca Araceli Gutiérrez como preámbulo para la entrevista. Sus días se reparten entre el cuidado de la casa ubicada en el predio del Monte Peloni, la atención de su madre, de los cinco hijos, de la búsqueda de agua en bidones en el molino del vecino y en esa pulseada cotidiana con el generador de luz. La vida agreste que debió adoptar cuando optó por mudarse a ese sitio que la vio cautiva y torturada más de tres décadas y medio atrás la enfrentó en los últimos tramos de 2013 a los fantasmas de aquel pasado. "Me reventaron la casa", fue lo primero que balbuceó al teléfono cuando descubrió que habían entrado al lugar y, sin llevarse nada de valor, armaron un semicírculo con las fotos de "la casa del fondo" (el espacio físico en que transcurrió el cautiverio y la tortura para ella y su grupo de compañeros de militancia) y "más atrás tiraron los recortes de diario de los juicios que yo tenía acomodados en folios". "Y ni bien pronuncié esa frase, que era la típica que usábamos en los 70 me pregunté a mí misma ‘¿qué dije?’. Fue como ver fantasmas ¿sabés? Después, a la noche, se metieron en otra casa cercana y pasó lo mismo. Y a los cuatro o cinco días, en otra más. Todas ligadas, de una manera u otra, al tema de derechos humanos o a la APDH", relató a EL POPULAR.

Mientras ella habla, sus chicos dan vueltas por el lugar y su madre ensaya una breve caminata. Ya tiene 81 años. Y también es, como su hija, una sobreviviente de los días del horror. En su caso, de otra manera. Sus dos hijas, Araceli y Pichuca desaparecieron en manos del Estado terrorista. También su marido. Pero sólo él y Araceli volvieron. Pichuca nunca más. "Siento que a ella lo que le pasa es que siente que como no me pudo salvar en su momento, ahora me acompaña en todo. Por eso se vino también conmigo a vivir al Monte", ensaya Araceli como teoría.

Durante largos años y como continuación de aquella militancia setentista, Araceli Gutiérrez sostuvo un hogar en el que fue cobijando niños. Ese hogar lleva el nombre de su hermana desaparecida. Está en las afueras de La Plata y hoy lo sigue sosteniendo a la distancia. Viaja cada veinte o veinticinco días. Pero cuando tomó la decisión de irse a vivir a la vivienda del casero, en la entrada de lo que fue el centro clandestino de detención Monte Peloni en el que ella estuvo secuestrada, se llevó a cinco de los ya jóvenes hijos a los que crió en el hogar "Pichuca Gutiérrez". Son: Griselda, de 24, que tiene Síndrome de Down; Ariel, de 22; Daniela, de 21; Rocío, de 20 y Gregorio, de 19. Los últimos cuatro tienen diversos retardos madurativos. "A Ariel le encanta andar con los caballos, alimentar a las vacas. Ayuda al vecino en esas cosas", desgrana.

La cotidianeidad la fue enfrentando a un mundo al que define como "campestre" que no le era propio. Si bien el Hogar no está ubicado en una zona del todo urbana, tiene conexiones con el mundo exterior con las que no cuenta Monte Peloni. En el Monte no tienen agua corriente ni luz eléctrica. Y el gas con el que cuentan es de garrafa. La misma heladera, en la que concienzudamente deben conservar la insulina que cada tanto hay que aplicar a su madre, funciona a gas.

"Encontramos dónde está el pozo pero hacerlo cuesta mucho dinero y no estoy en condiciones de afrontarlo. Compré un generador para poder tener luz. Pero es complicado. Porque yo necesito siempre alguien que lo encienda porque con mi problema de fibromialgia y desde que me tuvieron que extirpar un pecho no puedo hacer la fuerza que se necesita. El agua que tomamos o que usamos para cocinar es de un dispenser. Pero para la otra, vamos con bidones a buscar a lo de los vecinos. Y nos bañamos tipo fuentón. No es fácil la vida acá pero al mismo tiempo es muy hermosa. A la noche, ver la luna y las estrellas es algo impagable".

López

El episodio del domingo 22 de diciembre no fue un hecho menor. Araceli Gutiérrez es una de las testigos clave en el juicio que se concretará en breve por Monte Peloni. Y que a pocos meses de su concreción, hayan entrado en la casa, hayan desparramado fotos del sitio y recortes periodísticos sobre el tema y que haya aparecido una pintada alusiva al horror vivido dentro de lo que los militares usaban en los 70 como una suerte de sala de torturas no es casual. La gravedad de lo ocurrido, en un contexto político complejo y con sectores de fuerzas de seguridad, en ejercicio o retirados, inquietos por la cercanía del juicio oral y público de la causa Monte Peloni I, no admite, en modo alguno, naturalizaciones de ningún tipo.

Hay, entre los que la quieren mucho, quienes le plantean claramente "te estás regalando". Y flota en el aire lo ocurrido siete años y cuatro meses atrás con Jorge Julio López, testigo clave en el juicio contra el jefe policial Miguel Etchecolatz.

La respuesta institucional concreta es la presencia de una custodia policial. La respuesta política, inédita en la ciudad, fue una conferencia de prensa conjunta y un comunicado de repudio de fuerzas políticas que difícilmente coincidan en punto alguno.

El tipo de mensaje que buscaron indudablemente es el de hacer saber: "aquí estamos". Recortes determinados esparcidos, fotos específicas desparramadas en semicírculo, una pintada en la sala de torturas y uno de sus perros muerto de un golpe contundente en la cabeza. El gran interrogante es: ¿quiénes tienen la estructura como para organizar una "visita" como la de ese domingo 22? ¿Cuál es el poder oculto que permite advertencias de ese tipo? ¿Por qué durante el mes de diciembre en que hubo revelaciones de peso sobre el avance de las investigaciones por delitos de lesa humanidad?

Rol clave

Restan de tres a cuatro meses para el inicio del juicio en el que Araceli Gutiérrez será testigo clave. Y nadie puede olvidar el rol de peso que tiene su figura para algunos de los acusados en la causa.

Los imputados son: Ignacio Aníbal Verdura, Omar "Pájaro" Ferreyra, Walter Grosse y Horacio Leites. El quinto procesado era Juan Carlos Castignani, quien murió en octubre de 2012. E intervendrá el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata compuesto por Néstor Rubén Parra, Roberto Atilio Falcone y Mario Alberto Portela.

Es indispensable –y más aún a medida que se acerca la fecha del juicio- establecer un cerco de protección inexpugnable.

Lejos de la crueldad y de los rostros más oscuros y furibundos de la muerte, Araceli Gutiérrez cuenta que "venirme a vivir acá me dio pilas. Me siento bien en este lugar. Es un sitio muy hermoso. Y yo venía muy castigada por problemas de salud. Me parece que esto se puede rescatar y transformar. Planté plantitas, hay gente que pasa por acá haciendo trekking… embellecer todo esto permite generar movimiento y vida en un lugar en el que hubo mucha muerte. Olavarría se tiene que hacer cargo de esa parte de la historia. Hay que recordarla. Saber que eso que no se quiere ver, pasó", plantea.

-Pero… ¿por qué volver al lugar en donde te pasó lo peor?

-Es que eso es algo que nos pasa a los que conocimos la noche de la vida, el lado oscuro de la vida. Hay que buscar combustible en algún lado para tratar de renacer.