"No se olviden de Cabezas": a 20 años de un lema olvidado que marcó la historia
Esta semana se cumplen 20 años del crimen de José Luis Cabezas. Aquel reportero gráfico que se hizo de abajo que marcó un antes y un después. Que sacó a la calle a miles y miles con su nombre como emblema. Vecino, sin saberlo, de Azucena Villaflor y Alejandra Pizarnik. Fanático de Independiente. Aquel que mostró al mundo la cara de Yabrán. Y que murió asesinado y quemado en una cava de una de las playas más codiciadas por el poder.
23.30. 24 de enero. 20 años atrás. A esa hora, el periodista Gabriel Michi -de jeans, zapatos y pullóver claro con rayas azules muy finas- llegaba a la casa de José Luis Cabezas, ese "chabón bravo", como se definía a sí mismo desde muy joven. Los dos se subieron al Ford Fiesta patente AUD396 alquilado por la revista Noticias. José Luis tenía "un suéter claro, jeans y botas texanas y, por supuesto, su cámara a cuestas", escribe Michi en el libro "Cabezas, un periodista, un crimen, un país". Nada de lo que ocurriría un manojo de horas más tarde pasaba en ese momento por sus cabezas.
Muy lejos de allí, a más de 1.100 kilómetros de distancia, Mercedes Sosa escandalizaba en esos mismos días al folklore conservador y pacato y subía al escenario de Cosquín a un Charly García con el que cantaba "morí sin morir y me abracé al dolor, y lo dejé todo por esta soledad, ya se hizo de noche y ahora estoy aquí, mi cuerpo se cae, sólo veo la cruz al amanecer". Nadie se lo perdonó a la Negra. A ella, la más grande de todas. José Luis Cabezas se abrazaba al dolor, sí. Y moría sin morir porque su nombre fue pancarta, fue símbolo, sacó a la calle a miles y miles. En Olavarría, más de 500 caminaron las calles céntricas con un "No se olviden de Cabezas" que quedó para la historia y que unió al agua y al aceite. Imposible imaginarlo desde este presente.
Menem presidía el país, Duhalde hacía y deshacía la provincia y Helios Eseverri manejaba los hilos políticos en la ciudad. Veinte años parecen no ser nada en la vida de una Nación pero verdaderamente, remiten a otro país. Aún no había habido un helicóptero llevándose lejos a un presidente que ni sabía siquiera dónde estaba parado. Todavía Darío Santillán y Maximiliano Kosteki eran dos adolescentes ralos que crecían sin que nadie los pudiera imaginar emblemas de la lucha social.
La Argentina acababa de perder por esos días del enero caliente de 1997 a Osvaldo Soriano, aquel de los cuentos de los días felices y autor de una frase para la historia: "yo nunca me metí en política, siempre fui peronista" ("No habrá más penas ni olvidos").
El ministro de Economía, Roque Fernández, (¿alguien se acuerda?) anunciaba que "en los próximos diez años no habrá devaluación en la Argentina" y una estadística ubicaba que entre 1994 y 1996 habían aumentado en un 60% la cantidad de conductores que se fugaban después de causar accidentes viales.
El 26 de enero de 1997, La Nación titulaba "Hallaron a un periodista carbonizado en Madariaga". Clarín escribía "Matan y queman a un periodista en la Costa".
Veinte años después, no hay un solo detenido por el crimen. El último era Gustavo Prellezo, hasta hace apenas un manojo de días. En la resolución judicial se indica que "estudia en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, realiza labores como gestor desde su domicilio, realiza actividades físicas, concurre a la Iglesia Adventista, habiendo fortalecido los lazos familiares y sociales en general". Y que, por el tiempo de condena transcurrido, los informes del SPB y de conducta, estaba listo para la reducción de la pena. Nada que decir.
"ES-PEC-TA-CU-LAR"
José Luis Cabezas nació el 28 de noviembre de 1961. Era de Wilde, Avellaneda, y fanático de Independiente. Nació en una clínica que ya no existe. Y fue a la escuela primaria 36, de Sarandí -también Avellaneda- que 55 años después se amplió y abarca todos los niveles educativos. Fumaba Marlboro, le gustaba la Fórmula 1 y creció en un hogar de trabajadores. Muy cerca, extrañas vueltas de la vida de dos personajes muy diferentes de él, con historias, vidas y muertes en las antípodas. Azucena Villaflor, la madre de las Madres, fue secuestrada en diciembre del 77 a la vuelta de su casa, en Avenida Mitre y ex Cramer (hoy lleva su nombre), a siete cuadras de la escuela de José Luis. Alejandra Pizarnik, poeta que vivía a menos de diez cuadras de Azucena, que se suicidó en 1972, y que alguna vez escribió que "en el eco de mis muertes aún hay miedo". A su manera, y con 25 años de antelación describía esos ecos eternos sobre la muerte del reportero gráfico.
Era un tipo común. Uno de esos que se hacen desde la calle. Y autor de fotos imborrables. De esas que son un clásico que fueron perdiendo en el camino la marca de autor. No cualquiera se atrevía a pararse sobre el escritorio del jefe de Bonaerense en 1996 y hacerle una foto para una nota de tapa que llevaría el título de "Maldita Policía". Aquel al que el gobernador Eduardo Duhalde calificó como "el mejor jefe de la mejor policía del mundo": Pedro Anastasio Klodczyk. Una policía que estaba claramente vinculada al narcotráfico, al juego clandestino, a las coimas y manejo de prostitución, a la piratería del asfalto, al atentado a la AMIA y apenas un año después, al crimen del mismo fotógrafo que tomó esa imagen.
Veinte años. Dos décadas. Por aquellos días, Mauricio Macri estaba de lleno en Boca tratando de hacer una historia que lo alejara un poco de su padre, aquel que hoy le da una nota baja como presidente y que entonces decía que hubiera preferido tener de hijo a Carlos Grosso y no al que le tocó en suerte.
En Olavarría se empezaban a armar debates con cuestionamientos profundos en torno de la posible llegada de la Universidad de Lomas de Zamora a la ciudad y Estudiantes vencía 122 a 107 a Quilmes en el Grupo A de la Liga Nacional de Básquet.
Aún no se hablaba entonces de femicidios o de violencia de género. Pero ese año Olavarría tuvo dos. Y resonantes: Liliana Perrota fue asesinada a los 31 años por el múltiple campeón bochófilo Víctor Félix Olmedo de cinco puñaladas. Y Lila Gutiérrez moriría a golpes en manos del policía Julio Oscar Menón y de Ladislao Juan Fredes. Historias que, en aquellos tiempos, trataban de escudarse en la falsa figura de "emoción violenta" o "crimen pasional". Por pasión se ama. No se mata.
Veinte años atrás, el año en que mataron a Cabezas, desaparecía en la ciudad Rubén Darío La Cruz. Un nombre ganado por el olvido, más allá del recuerdo de sus afectos y, seguramente, el de sus asesinos. Su cuerpo nunca fue encontrado. O, en todo caso, cuando lo fue -según creyó siempre su familia- hubo manos extrañas que cambiaron ciertos resultados científicos.
Veinte años atrás el periodismo hablaba todavía de investigar. De hurgar para hallar la verdad. Era creíble. Era, para una gran parte de la sociedad, el espacio de esperanza desde el que era posible develar la corrupción y los manejos del poder. No se olviden de Cabezas era el reaseguro. No alcanzó.
"ES-PEC-TA-CU-LAR", cuentan que decía cuando hacía una foto. Eso mismo dijo cuando en la arena caliente de Pinamar captó la emblemática imagen de Alfredo Yabrán -de malla cuadrillé- con su mujer, María Cristina Pérez, de malla negra. "Yo no saco fotitos. Yo saco fotos", decía Cabezas. Aquel que se preguntaba hablando de sí mismo en tercera persona: "¿Viste lo que consiguió el tipo?".