A 54 años del inicio del Instituto Helen Keller: "Fue una historia de lucha"
"Hoy es una institución prestigiosa en Olavarría", enfatizó con satisfacción ya alejada de la ciudad y de su profesión. Fue directora de la institución por más de cuatro décadas. En una charla con EL POPULAR recordó su carrera y la historia del Instituto Helen Keller.
"Mis padres, hace muchos años atrás, querían que siguiera una carrera tradicional, odontología, pero a raíz de una charla que nos habían dado en el secundario (yo estudié en la Escuela Normal), la profesora de literatura nos contó la vida de Helen Keller, una persona que había quedado ciega y sorda por meningitis a temprana edad. Me llamó la atención cómo, siendo ciega y sorda, ella había podido aprender a comunicarse con los demás a través de gestos y los labios. Me impactó mucho. En ese momento teníamos un tipo de ídolos tal vez distintos a los que se tienen ahora, muy ligados a la recuperación humana", relató hace días a EL POPULAR cuando visitó Olavarría para retomar el contacto con el Instituto Helen Séller, de donde se retiró ya hace más de una década.
Norma se fue a estudiar a la ciudad de Buenos Aires. Empezó odontología, como querían sus padres, pero rápidamente confirmó que no era lo que pretendía. "Quería acercarme a alguna carrera donde pudiera después recuperar también chicos", contó, para recordar que habló con sus padres, quienes comprendieron sus planteos y "me apoyaron para que empezara la carrera en deficientes de oídos y palabra. Después, mi hermana Perla se orientó a la carrera de retardo mental, maestra para chicos en retardo mental. Estudiamos en Buenos Aires y casi nos recibimos juntas".
Ambas volvieron a Olavarría para desempeñarse en sus profesiones. "El proyecto era comenzar a ver si podríamos ayudar a estos chicos que estaban en sus casas. No estaban contenidos ni educados. No había en ese momento ninguna persona en Olavarría que se dedicara a esto", recordó sobre los inicios del sueño allá por fines de la década del 50 y el principio de la del 60.
El arranque
La familia siempre apoyó la iniciativa. "Mis padres, don Robustiano Fernández y mi madre Gilda Fernández, nos ofrecieron que nos instaláramos en la parte de arriba de una casa que está en la calle Coronel Suárez y Vergara para poder empezar a ver qué pasaba", expuso sobre el clima de aquel momento en que Olavarría era "más pueblo".
Buscaban que la comunidad supiera "que había dos jóvenes profesionales muy comprometidas con sus principios" para recibir a chicos discapacitados. Así decidieron publicar avisos: "Fuimos a los diarios El Popular y a Tribuna a publicar un aviso. Fijate cuántos años pasaron. Publicamos y asombrosamente, el primer día aparecieron 5 familias con chicos de distintas edades que no sabían absolutamente nada. Estaban agresivos, no hablaban, eran chicos que estaban como las familias los habían dejado en sus casas, para que vivieran nada más. No tenían ningún tipo de educación".
Es que tampoco había orientación de ningún tipo para las familias que convivían con personas discapacitadas. "Para la familia era algo muy intenso porque tenían que estar con estos chicos siempre, por ahí ponían una persona que los cuidara, pero se merecían otra cosa", subrayó Norma, quien agregó inmediatamente que "siempre que se trabaja con los chicos, se trabaja con las familias. Es la aliada más importante que hay".
Los primeros pasos
La casa de Suárez y Vergara fue la primera sede del Instituto Helen Keller. "En la parte administrativa no teníamos nada, era un equipo abrevado, nadie nos daba nada. Hasta que después logramos a través de los años que lo reconociera la Provincia y nos pagara el sueldo de los docentes".
A poco andar hubo que ponerle un nombre a la institución. "Yo hacía de directora y Perla de vicedirectora. Empezábamos a formar una institución y dijimos ‘le tenemos que poner un nombre’ ". Allí Norma recurrió a su figura preferida: "Yo era fanática de Helen Keller, la seguía cuando estudiaba en Buenos Aires en un pensionado de monjas, leía todos los diarios todos los días a ver qué salía de ella. Murió a los 82 años, vivió mucho tiempo y fue profesora honoris causa de una facultad en Estados Unidos y fue también, estudió con Braille, profesora de filosofía, escribió libros. En ese momento, para mí seguir su vida era una aventura muy buena".
Con esa impronta, la elección era fácil. "Dijimos de ponerle Helen Keller y fue ese nombre que muchos aún hoy no saben qué significa".
El lugar, el mayor anhelo
El apoyo de la familia Fernández fue fundamental, pero el Instituto no paraba de crecer y las necesidades eran cada vez mayores. "La parte de arriba de la planta alta de la casa de mis padres era chica para la cantidad de alumnos que teníamos. Rápidamente, acá cuando era pueblo, a todo el mundo cuando tenía un chico (discapacitado) le avisaban que estaba la escuela y creció" comentó Norma.
Al principio solo recibían pequeños de entre 6 y 12 años, "porque para más grandes no teníamos capacidad, era demasiada mezcla. Entonces fue creciendo y el número de personal que íbamos convocando".
Al mismo tiempo impulsaban los trámites y lograron la autorización para funcionar como escuela y subvenciones. Mientras tanto iban cambiando de sede a medida que los espacios quedaban chicos o que debían entregar los lugares.
Los padres de los estudiantes siempre se mostraron activos y comprometidos, formaron una comisión que mantiene sus funciones hasta la actualidad, Adaihk (Asociación de Ayuda Instituto Helen Keller). "Hacíamos reuniones de comisión con los padres que duraban horas, seguíamos hasta la madrugada siempre con proyectos. Todos estábamos entusiasmados", recuerda hoy Norma para mencionar también a Helios Eseverri entre los colaboradores.
El proyecto más anhelado era el de la sede propia. "Estábamos siempre con el objetivo de comprar una casa que nos permitiera no tener que pagar alquiler y poder reformarla para las necesidades de los chicos. Fue muy importante el apoyo de Adaihk. Los padres querían un lugar para sus hijos, que no estuvieran todo el día inactivos". Los fondos se recaudaban con rifas, cenas, ventas y espectáculos. "La comunidad nos ayudó muchísimo", valoró Norma.
La casona de José Luis Torres 2957 estaba en su mira. "Yo veía la casa, vivía cerca y pensaba que era ideal porque tenía un gran predio, era como una casaquinta que fue en su momento, tenía un molino, frutales", recordó para detallar las gestiones y el favor de la fortuna que posibilitó un contacto directo con el propietario, en Mendoza, para lograr la compra en 1979. "Estaba en venta. Pero había ido a las inmobiliarias que me decían que tenía mucho lío de papeles y deudas. Alguien fue a Mendoza, habló con los dueños y pudimos hacer negocio. Era una casa superdeseada por todo el mundo. Era el paraíso para nosotros". Con el correr de los años lograron mejorarla y hasta construir un gimnasio y una cocina.
"Fue una historia de lucha", definió Norma sus cuatro décadas como directora del Instituto de Educación Especial Helen Keller donde estuvo hasta 2002. "Hoy es una institución prestigiosa en Olavarría", enfatiza con satisfacción.
Vocación
Además de sus tareas al frente del Instituto, Norma Fernández de Alonso trabajó en jardines siempre en contacto con chicos. "Mi profesión era mi vida", subraya. "Para mí, existe la vocación, porque cuando empezás a ver algo, oís algo, o escuchás algo que te impacta, es como que permanente pensás cómo podés hacer para llevar esa vocación en este caso, a la recuperación humana".
Alejada de Olavarría, mantiene en su memoria las sensaciones que la motivaron a seguir. "Uno se emociona cuando un chico que no dice nada de pronto aprende a decir ‘papá’, a decir ‘dame’. De a apoco incorporan lenguaje. Cuando uno lo logra no se puede explicar la alegría que se siente".