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La intensidad del sol impactaba sobre las baldosas de las cuatro de la tarde de la Plaza de Mayo. A esa hora exacta estaba anunciada la presentación del informe anual de la Correpi (Coordinadora contra la represión policial e institucional) que vuelca las estadísticas de "personas asesinadas por el aparato represivo del Estado". En el largo listado que va de 1983 a 2013 y que acumula 4.011 víctimas, uno de los últimos nombres sumados remite a Olavarría: Jorge Javier Ortega. En un sucinto detalle de lo ocurrido, allí se lee que "a la altura del arroyo Tapalqué, Jorge estaba dispuesto a quitarse la vida con una pistola de calibre 22. Su mujer y su padre intentaban disuadirlo", indica y luego relata que el policía ahora imputado en la causa neutralizó "la tentativa de suicidio pegándole un tiro. Cuando la esposa de Ortega, desesperada, prorrumpió en gritos, la esposaron, la golpearon y la metieron en el patrullero".

El protagonismo que en la tarde de ayer, entre numerosos familiares de víctimas de las distintas situaciones represivas, tuvo Yesica Medina de Ortega fue impactante. Primero, habló una quincena de familiares de diferentes personas asesinadas por distintas fuerzas de seguridad. Pero luego, después de que todos hubieran bajado del escenario montado delante de la pirámide de Mayo, con la Casa Rosada como telón de fondo, la abogada María del Carmen Verdú, referente histórica de la Correpi, hizo permanecer allí a Yesica Medina (quien llegó acompañada por Juan Weisz, militante del Encuentro Nacional Antirrepresivo) y a la madre de un chico asesinado en Ranchos.

Ya para ese momento del acto, la mujer había recibido el abrazo de algunas pares en historias de dolor. Mujeres paridas por la victimización a que las sometió el sistema. Alrededor de Yesica Medina había rostros cincelados a fuerza de sufrimientos compartidos.

Verdú, abogada en causas resonantes como las de Walter Bulacio, Mariano Ferreyra o de Gastón Duffau, entre tantas otras, habló de Jorge "Tito" Ortega: "La historia de Yesica es de ayer nomás, de hace unos días. Su compañero, Tito, atravesaba una crisis. Amenazaba con matarse. Se fue a la orilla del arroyo Tapalqué, en Olavarría. La policía evitó que se suicidara. Le pegaron un tiro y lo mataron. Esa es la historia de Tito. Parece el argumento de una película de terror. Pero es lo que pasó en Olavarría hace apenas unos días", dijo Verdú.

Un llamado telefónico

Aquel 11 de noviembre Jorge Ortega no fue a trabajar a Ferrosur como lo hacía cotidianamente. Desde hacía un tiempo arrastraba una crisis emocional y estaba medicado por sus síntomas depresivos. "Este mes no nos alcanzó para pagar el alquiler, lo que aparejó que mi esposo se sienta aún peor (…)", consta en el testimonio de Yesica Medina ante el fiscal. Aquel fin de semana Ortega no había podido salir de su casa. Aquel día "aproximadamente a las 12.05, regresé a casa del almacén y Jorge se levantó de dormir, ingresó a la casa, tomó las llaves del garaje y me dijo `ahora vengo` (…) dejó el portón abierto y tardó aproximadamente unos 35 minutos en regresar", continúa. Algo más tarde y ya en el barrio Isaura (adonde habían ido a ver una casa que les habían ofrecido) "Jorge empezó a decir que nos íbamos a quedar en la calle. Incluso me hizo llamar a mi mamá para decirle que yo me iba a vivir a su casa con los nenes. Y le dije `¿y vos?` `yo no importo`. Ahí llamé a Eduardo Rodríguez, de Desarrollo Social, diciéndole que me quedaba en la calle y que necesitaba algo donde ir a vivir. Eduardo me dijo que fuéramos a la Municipalidad después del mediodía del día siguiente que alguna solución íbamos a buscar". Para esa altura -sigue la testimonial de Medina dentro de la causa, a la que este diario accedió en forma exclusiva- su marido comenzó a decirle "yo así no quiero vivir más. Así no voy a vivir más. Hasta acá llegué". Emprendió "una caminata en dirección al arroyo y le dije a Eduardo (Rodríguez) `ahí se va`. Y él me respondió: `parálo. Hablále` y le corté la comunicación". El dramatismo del testimonio va dejando al desnudo los últimos instantes de una decisión que Jorge Ortega iba tomando pero que -y ya no por determinación de él- no pudo tener vuelta atrás.

Sin balas de goma

Fue poco después que se desató el resto de la historia: la llegada del policía Cristian Barbesín que, dentro de la causa, declaró que al llegar al lugar Ortega le dijo "Andáte de acá. Dejáme solo"; el pedido de refuerzos, la presencia de dos mujeres policías y, finalmente, de Juan Horacio Coria, sargento, ahora imputado en la causa por homicidio.

En la tercera declaración de Barbesín ante el Ministerio Público Fiscal (tomada a las 10.22 del 12 de noviembre) el sargento de policía vuelca un relato que merece una lupa para el análisis porque hace trascender la historia hacia la misma política provincial y la responsabilidad de la entera fuerza de seguridad en lo sucedido.

Aquel día -se lee en la causa- "no llevaba en el móvil escopeta ya que no la había retirado de la guardia por no contar con la munición correspondiente, es decir, postas de goma. Que esta munición no nos es provista por la Policía Bonaerense sino que es necesario que cada efectivo se las provea por sus propios medios, a pesar de ser obligación de la fuerza. Que lo mismo sucede con el combustible de los móviles, los handys y las condiciones de funcionamiento de los móviles". En ese sentido, la fiscalía preguntó a Barbesín si el sargento Coria había retirado ese día la escopeta con postas de goma y la respuesta fue: "desconozco".

Ya hacia el final de la declaración le consultan acerca de "la actitud" de Ortega: "estaba tranquilo, aunque se lo notaba caído o deprimido pero al hacerse presente sus familiares, cambia su actitud, exaltándose e instantáneamente procede a apuntarse a la sien y gatillar". Aunque no salió ninguna bala.

En el tramo final de la declaración de Gabriela Aguilar, una de las dos mujeres policías que intervinieron, se lee que previo al disparo ella dice escuchar: " `tirá el arma` o algo así y este hombre (por Ortega) gira, sin bajar el arma y apunta hacia donde vino el grito, donde supuestamente estaba Coria y ahí siento un disparo de arma de fuego y veo que este sujeto se agarra el abdomen (…)". Y en la misma línea de lo declarado por Barbesín, Aguilar refleja que "en el móvil que nosotros nos dirigimos no había escopetas, y postas no hay porque no proveen".

Lupas

Ahora sobre la causa hay varias lupas. Por un lado, la figura del particular damnificado pero ahora, además, la de la Correpi que, al igual que este diario, también accedió a una copia de la causa penal.

Mientras tanto, Yesica Medina espera. Ya sabe que su compañero, aquel con el que se conoció cuando ella tenía 17 e iba a Nacional 2 en el día en que él cumplía sus 18, no volverá.

Apenas se aferra a la noción de justicia. Este viernes participó por primera vez de un acto de la Correpi. Y su cara se poblaba de asombro cuando miraba otros rostros que se le parecían. Otras miradas llenas de ausencia como la suya. Hace 18 años -decía al final María del Carmen Verdú- "vinimos a esta plaza por primera vez con una listita que nos parecía enorme. Nos horrorizaba ver que habíamos podido reunir en pocos meses los datos de apenas 162 pibes que habían sido asesinados por la policía entre diciembre de 1983 y diciembre de 1996. Hoy esa lista tiene 4.011 nombres y ya sabemos que son 4.015, porque hubo cuatro muertes más en el país en manos de fuerzas de seguridad, desde que terminamos nuestro informe".