La ola de frío polar, que supuestamente comenzaría a disminuir ayer, ha dejado la dramática estela de más de cuarenta muertos, entre hipotermia e inhalación de monóxido de carbono.

Lo que genera impotencia e indignación es que estas muertes son casi en su totalidad evitables, si existiera una presencia concreta y eficiente del Estado para prevenir las consecuencias de un invierno que -como todos los inviernos- suele ser duro y letal para la gente con menos recursos.

Desde Salta hasta Santa Cruz, la gente que vive en casillas, en viviendas precarias o en asentamientos ha sufrido un agravamiento este año: la falta casi total de las garrafas sociales, suministro de gas envasado a 16 pesos los diez kilos que el Gobierno implementó hace unos años y que nunca tuvo la respuesta prometida. Pero este año la carencia ha sido dramática y más de dos millones de familias sufren hoy las rémoras durísimas de haber pasado por lo peor del invierno -temperaturas bajo cero continuas y nevadas en gran parte del país- sin calefacción ni implementos para cocinar una comida caliente y nutritiva.

Las últimas dos víctimas fatales fueron una beba y un anciano, ambos de Chilecito, La Rioja. Y es ilustrativo citar los dos ejemplos porque se trata de los dos extremos de la vida, los más vulnerables y los más desatendidos. Los que más sufren la ausencia del Estado y la indiferencia de gobernantes que permiten que desaparezcan las garrafas por una cuestión de comercialización -esto comenzó a suceder a fines de mayo, no en plena ola polar- y que las pocas que hay en el mercado se venden a precios inconcebibles, más del ciento por ciento del precio establecido.

Muchas familias tuvieron que acudir a la leña para calefaccionar el hogar o, en el peor de los casos, a los braseros y al carbón. En este último caso, el aire a respirar termina siendo venenoso: los braseros en el encierro que buscan -con la lógica del frío intenso- los que no tienen otra herramientas para calentarse, son los mayores productores de monóxido de carbono. Y los que han generado gran parte de las muertes por intoxicación.

La necesidad de que las garrafas estén al alcance de quienes las necesitan es de una urgencia que ya casi pasó. Ningún estamento gubernamental fue capaz de destrabar el problema a tiempo. Y, seguramente, lo harán en las puertas de la primavera. Cuando la cantidad enorme de personas en situación de riesgo en la Argentina hayan pagado el duro precio de no tener vivienda, ropa ni comida adecuada para afrontar la estación más dura del año.