Sí parece haber coincidencias en que los primeros restos de jabón conocidos datan del 2800 a.C. Dicen que fue entonces cuando el pueblo sumerio dejó inscripta en tablas de arcilla la fusión de ingredientes que utilizaba para obtener jabón: aceites, potasio, resinas y sal. Aquí se evidencia el surgimiento de un elemento que hoy en día es indispensable para la higiene y el cuidado de la salud. Por su parte, los fenicios lo fabricaban con aceite de oliva y carbonato de sodio; y los sirios también usaban aceite de oliva, pero lo mezclaban con laurel.

Fue durante el siglo VIII cuando la industria de este producto de limpieza se potenció en España y en Italia, y a fines del siglo X los árabes construyeron en Sevilla la primera gran jabonería; las materias primas se obtenían en el valle de Guadalquivir, en donde predominaban los olivares. La fábrica de jabón desde aquí en más se comenzó a conocer como "almona".

Alrededor del siglo XIII, los franceses comenzaron a producir jabones con sebo de cabra y ceniza de haya, una planta rica en sodio. Luego, en el 1500 lograron expandir sus descubrimientos hasta Inglaterra, y en 1622 el rey Jacobo I le otorgó un reconocimiento especial.

Pero es imprescindible mencionar que en la Baja Edad Media se comenzó a creer que el agua y la humedad eran contagiosas y por este motivo disminuyeron los baños y el lavado de las prendas. Como consecuencia, enfermedades tales como la peste negra se propagaron por todo el continente europeo y gran parte de la población se vio afectada.

Más adelante, específicamente en 1791, se produjo una revolución, ya que el químico francés Nicolas Leblanc inventó un proceso que permitía obtener carbonato de sodio a partir de la sal marina. Y, en 1823, el profesor Eugène Chevreul pudo explicar químicamente la saponificación -proceso químico por el cual la grasa unida a un compuesto alcalino y agua da como resultado el jabón- que había sido descubierta por los sumerios.

A mediados del siglo XIX, los compuestos naturales fueron reemplazados por componentes sintéticos, y los jabones tradicionales fueron desplazados de la escena protagonista. Así surgieron los específicos para lavarropas y se les añadieron enzimas que propiciaron la eliminación de manchas indeseadas.

Hasta que en los años ’70, la forma de lavarse las manos se modificó por completo. Fue el empresario estadounidense Robert Tylor quien le dijo adiós a las pastillas de jabón y creó el Softsoap, un producto de masas. El dispensador hizo que su aplicación fuera mucho más fácil e higiénica.