La definición del proyecto boliviano
Por Marcel Rivas, analista político
La definición del proyecto boliviano, es el sueño boliviano, no es un proyecto físico, es el sueño que tenemos nosotros es lo que queremos alcanzar, siempre se debe ir más lejos, es el sentido del desarrollo, esas ideas ese deseo de progreso y la apertura hacia el mundo, que nuestro pueblo debe convertir en lucha política. El gobierno central oprime a todos los departamentos y cada cual se debe levantar por lo que considera que son sus derechos.
La relación entre la seguridad, libertad y prosperidad no es conflictiva sino sinérgica. Lo que no quiere decir que la formulación de las políticas concretas de libertad, de bienestar y de seguridad sea fácil o evidente, que no lo es. Pero desde luego lo que no sirve para asegurar la libertad es no estar dispuestos a pagar el precio de la seguridad, lo que no sirve a la seguridad es no estar dispuestos a preservar la libertad y lo que no ayuda al bienestar es desentenderse de la libertad y de la seguridad. Juntas y en pleno rendimiento estas tres cosas no componen un espacio social caótico muy al contrario componen un espacio democrático, liberal y desarrollado. Un Estado respetado y fiable, es decir componen la mejor versión de la única civilización, aquella en la que existe libertad de pensamiento y de expresión, libertad de movimientos, libertad de expresar o no un credo. Aquella en la que todos los seres humanos, varones o mujeres son tratados con la dignidad que merecen, aquella en la que los niños son educados para la cultura, para la vida libre y no para convertirse en instrumentos o víctimas para el fanatismo de la destrucción o de la muerte.
Hay formas de vida mejores que otras, dentro y fuera de nuestras sociedades, dentro o fuera de nuestra propia historia, dentro y fuera de nuestras propias ciudades y de nuestros mismos barrios y de nuestras familias. Y el mismo esfuerzo de superación que hemos tenido que hacer hacia adentro y que tenemos que hacer hacia adentro, debemos exigir también fuera, porque es evidente que las fronteras ya no son efectivas en muchas ocasiones y que este tipo de distinciones se vuelven cada día más borrosas, no veo otro camino para integrarnos al mundo.
Personalmente me niego a transigir con los principios de vida civil, me niego a canjear libertad por seguridad, o seguridad por prosperidad, sabemos y tenemos toda la razón que ese es un canje siempre perdedor para quién lo acepta, una nueva Bolivia con Estado de derecho y libertad, una Bolivia unida con voluntad de concordia, y un pueblo dispuesto a defender su modo de vida frente a las amenazas resultan en un programa político coherente, integrado razonable y finalmente exitoso. Y no podría haber sido de otro modo tampoco.
La experiencia de la Bolivia de peleas y trágico desenlace ha constituido una enseñanza decisiva sobre la que debemos construir un largo periodo de seguridad, libertad y de progreso económico y social, una experiencia que debemos hacer nuestra sobre lo que se debe sentar la acertada convicción de que los logros que anhelamos van a ser el fruto del esfuerzo de nuestra sociedad que trabaja para conseguirlos y para mantenerlos.
Yo creo que han ganado demasiado terreno quienes ven el mundo y quienes hacen política desde la errónea creencia de que la libertad, la seguridad y el progreso son bienes naturales que se pueden tener y exigir a cambio de nada. No es así. Esto significa que tenemos que hacer que Bolivia despierte de la ilusión de que las sociedades tienen garantizado mecánicamente el ir a mejor sin que nadie haga lo necesario para mejorarlas y sin reformas para adaptarse a las nuevas circunstancias, empezando por las demográficas y hablo de demografía entendido no solo como números. Significa hacer que Bolivia despierte de la ilusión del buenismo, es decir, de que no existen amenazas reales a la seguridad más allá de las que el propio gobierno se inventa con no se sabe bien qué oscuras intenciones.
No podemos seguir viviendo en un estado de conocimiento inútil, tenemos enemigos concretos y no los hemos fabricado, enemigos de la libertad, de la tolerancia y de la razón, no son el resultado de un déficit de diálogo ni tampoco de una dificultad de comprensión, tal vez sean el producto de su propio fracaso cultural o perdedores radicales según la conocida expresión de Hans Magnus Enzensberger. Pero su fuerza viene de su fanatismo y de su odio, del desprecio a la vida, comenzando por la suya y siguiendo por la de los propios radicales. No responden a un por qué, sino a un para qué, y ese para qué es acabar violentamente con todo lo que nos define como nación, incluida la práctica pacífica y libre de nuestra libertad dentro de nuestro país amparado por nuestra libertad religiosa, nuestros valores y nuestras normas de conducta y tolerancia.
Pues bien, tenemos ante nosotros como sudamericanos y bolivianos dilemas estratégicos, políticos y de integración, también cruciales, nada es fácil, pero es imprescindible elegir, y todos tendrán y tendremos que definir las opciones; elegir entre las distintas formas de abordar nuestros problemas que se proponen a la sociedad en un sentido o en otro y lo mejor para hacerlo con sentido es proceder lo antes posible a un rearme moral urgente, como el que el país nos ha reclamado ya, esto lo digo como político, no solamente como ciudadano.
Es difícil saber cuándo comenzó Bolivia a perder las bases sobre las que se asentaba el proyecto regional, hoy tan debilitado, pero hay algunas cosas que sí sabemos y que tenemos que recordar especialmente al evocar la figura de nuestros próceres, de todos los factores que han influido en el mal momento boliviano creo que el más importante es el debilitamiento del vínculo regional, porque sobre él se cimentó la reconstrucción de los Estados de Sudamérica y de América en general, después de las guerras de independencia, y sobre él descansó la posibilidad de nuestro modelo social beneficiario de una seguridad que principalmente pagaban y ejercían otros en nuestro lugar, eso está ahora en cuestión y quizá no está evolucionando en el sentido que más nos puede convenir. Restaurar el vínculo regional es pues esencial para restaurar nuestra propia fortaleza para recordarnos lo que somos y por qué y para mantener también nuestros mejores valores, estos retos concretos deben inscribirse en un esfuerzo colectivo real asentado sobre la mejor tradición cultural boliviana que en ocasiones demanda esfuerzos y también sacrificios.
Las viejas categorías de comprensión del mundo (Dividido en derechas e izquierdas) ya no son suficientes, ocurren muchas cosas y ocurren muy de prisa y todos desde nuestra particular posición debemos ayudar a que el difícil proceso de adaptar el proyecto boliviano al complejo escenario del siglo XXI sea lo menos traumático y lo más rápido posible. No disponemos para ello de un gran ejemplo en ninguna figura nacional, formemos entonces un ejemplo de compromiso con la libertad, con la prosperidad, y con la seguridad de Bolivia, de Sudamérica y de nuestro continente.