He escuchado a Samuel hablar de los “100 días para resolver la crisis” y he sonreído. Sé que los tiempos de campaña electoral no son los tiempos de la gestión. No tengo dudas que su propuesta/promesa es un golazo de seducción que atrae, gusta y, sobre todo, simplifica. No sería sensato aparecer ante la cámara prometiendo solucionar la crisis en la que el MAS deja a Bolivia en un tiempo largo: tengan paciencia compatriotas, vamos a solucionar este estado de malestar en tres o cuatro años, y si hay problemitas, les ruego que me reelijan para dedicarle otros cinco añitos a encontrarle un remedio eficaz a este asuntito. ¿O sea? O sea, no sean malitos, denme ocho a diez añitos y las aseguro arreglar esta pesadilla masista. ¿Qué tal? Les puedo garantizar que nadie en su sano juicio votaría por este lerdo solucionador de problemas. Mejor garantizo cien días y lo logramos. ¿Qué se logra con este jueguito discursivo electoral? Ganar. Ya luego veremos si la cosa tarda cieno mil días (yo me decanto por esta segunda opción).

¿Qué vemos, pues, hasta acá? La política de la velocidad. Estamos frente a políticos-velocistas que van a hacernos felices en 100 escasos días. Los aproximadamente 6.000 días de masismo solucionados en un santiamén: Samuel dedicará el 1,6 por ciento del tiempo que estuvo el MAS en gobierno en solucionar la debacle ocasionada por la dupla Evo/Arce. ¿Queda claro? Imagino que sí. La carrera de 1.000 metros se ha iniciado.

Sin embargo, en estos dos últimos días he podido ver a dos distinguidos candidatos que han lanzado propuestas un poquito más llevaderas, o, mejor decir, propuestas más ágiles. Rodrigo Paz Pereira, por quien tengo el mayor respeto y admiración, nos ha prometido que, si toma el poder el 8 de noviembre, ya el 9 de ese mismo mes -sí, el 9 de noviembre- va a promulgar la norma del 50/50, es decir, 50 por ciento del presupuesto del país para que se quede en los alrededores de la Plaza Murillo y otro 50 por ciento del mismo para que se vaya a las regiones. ¿O sea? O sea, “un día, carajo”, como lo dice el mismo candidato con fina ironía. ¿Qué podemos deducir? Qué Samuel está yendo en burro y Rodrigo en moto Kawasaki con 500 de cilindrada. 

Nuestro segundo candidato, Jaime Dunn, a quien también respeto y admiro, nos ha dicho con mayor agilidad política que él, mientras va leyendo su discurso de posesión, va a ordenar que se meta presos a los narcos y auto-prorrogados. O sea, mientras le van poniendo la banda presidencial, sus asistentes gubernamentales van a salir disparados del congreso a apresar a esta cáfila de maleantes. ¿Qué tal? Las 24 horas de Rodrigo Paz parecen una eternidad ante esta promesa tan sonora. Ya Rodrigo parece un descuidado dejando pasar semejante cantidad de tiempo para comenzar la gestión. ¿Es mucho tiempo? Claro, son 82.800 segundos que gana Dunn al senador tarijeño y son 8.639.640 segundos que le gana a Samuel, que hasta alturas ya parece andar con un yeso hasta el cuello casi sin poder moverse. El empresario camina trepado al caparazón de alguna tortura de Galápagos, Paz se trepa a una peta de los 70 y Jaime suple a Tom Cruisede Top Dunn, digo, Top Gun y se va volando en una nave aeroespacial.

¿Por qué compiten los candidatos contra el tiempo y no contra el MAS, causante de esta agonía? Porque esa es la política del 2015 al presente. Ya tuvimos a los radialistas en la primera parte del siglo veinte, a los televisivos en la segunda parte del mismo siglo, a los internautas de las redes  en la primera década (y, a lo sumo, tres lustros) del siglo veintiuno y hoy estamos en otra época: la era del blooper. Sí, quien quiera hacer política debe bluperizarse. Muy pocos van a ver treinta minutos de presentación de una propuesta electoral. Mejor desagregamos la propuesta en 30 tik toks, algunos Instagrams, Facebooks y Hotmail. ¿Hotmail? Claro que no. Eso suena a un neardental tecnológico ya fuera del circuito del “lenguaje” del presente. ¿Se imaginan a un candidato presentando una propuesta de 100 páginas? ¡Qué digo 100 página! ¡De 20 páginas! Estaría su círculo inmediato, la madre y dos amiguetes esperando los bocaditos y el vinito al final de la escandalosamente soporífera presentación. 

En fin. He escuchado a distintos candidatos, a lo largo de mi vida, prometiendo aterrizar en Marte, conquistar a dragones, surcar los cielos. Si, lo he hecho. Sin embargo, no es eso lo que vemos hoy. Ya no es sólo una competencia de lo que nos van a dar. Es una competencia para ver quien se mete en la chimenea y te deja los regalos en el menor tiempo posible. La maratón presidencial se ha convertido en una carrera de 100 metros. ¿O en una carrera de 30 metros con garrocha? Nooo, 10 metros, sin garrocha, pero eso sí, ¡con una capa que te permita seducir a los ciudadanos deseosos de ver una hora de Breaking Bad, dos horas de Venus y 30 segundos de publicidad electoral!

Ese es el mundo que nos toca vivir.